al lector occidental actual. Tampoco durante el período más activo de su vida, entre las dos guerras mundiales, llegó a ser conocido por el público amplio. A pesar de ello, Lev Shestov gozó de una gran estima en los círculos intelectuales más estrechos de la Europa de esa época y su pensamiento ejerció una influencia sigilosa pero marcada en algunos de los mejores representantes de la escena cultural de entonces. Después de su emigración de Rusia en 1920 vivió en París, donde publicó asiduamente en las publicaciones periódicas filosóficas francesas y en las editoriales parisinas y trabó amistad o conocimiento con muchos intelectuales de gran calibre –entre otros, Lucien Lévy-Bruhl, Jean Paulhan, André Gide y André Malraux–. El aún joven Albert Camus fue también profundamente influenciado por sus escritos. Y Georges Bataille colaboró en la edición francesa de Tolstoi y Nietzsche. Por otra parte, Shestov tuvo dos fieles discípulos en Francia que difundieron y comentaron su doctrina: Benjamin Fondane y Boris Schloezer.
El verdadero interés de Shestov fue sin embargo la filosofía alemana. Admiraba sobre todo a Husserl y se volcó persistentemente a dar a conocer su nombre al público francés, lo cual lo expuso a la reprimenda de Malraux, que opinaba que estaba por debajo de la dignidad de un pensador de la estatura de Shestov ocuparse de autores de segundo rango como Husserl o Bergson.15 Pero Shestov se afirmó en su parecer de que Husserl era uno de los más grandes filósofos vivos. Fue Shestov el que organizó la visita de Husserl a París en 1929 y sus conferencias en la Sorbona, que serían la base de sus célebres Meditaciones cartesianas. No menor fue su fascinación por los trabajos tempranos de Heidegger, que le hizo conocer Husserl. Nuevamente, Shestov se empeñó en traer a Martin Heidegger a Francia, así como a Max Scheler y a Martin Buber, a quienes Shestov conocía personalmente. Pero sus mayores esfuerzos los puso sobre todo en difundir el nombre de Søren Kierkegaard, que por entonces era completamente desconocido en Francia. Shestov fue también uno de los primeros en reconocer la nueva actualidad de la filosofía de Plotino. Por otro lado, las interpretaciones de la obra de Tolstoi y Dostoievski que Shestov propuso en muchos de sus ensayos y conferencias fueron especialmente significativas para la recepción filosófica de esos escritores en Europa. Puede también afirmarse que Shestov contribuyó de un modo esencial a crear en Francia la atmósfera intelectual que más tarde hizo posible el surgimiento del existencialismo francés.
El propio pensamiento de Shestov, sin embargo, pertenece mucho menos al paradigma existencialista de lo que parece a primera vista. Aunque en muchos aspectos Shestov se sentía cercano tanto a Husserl como a Kierkegaard, Nietzsche o Dostoievski, la importancia que tuvieron estos autores para él se debió sobre todo al hecho de que ellos encarnaban de la manera más consecuente la actitud filosófica fundamental contra la que Shestov combatió durante toda su vida con la vehemencia más extrema. Fue solo en la polémica con estos autores que Shestov pudo articular de la mejor manera su propia posición. Esta posición, sin embargo, había tomado forma bastante antes en el contexto de la filosofía rusa del cambio de siglo y claramente lleva el sello de la situación intelectual rusa de entonces, aunque Shestov había sido allí un declarado pensador solitario.
Lev Shestov nació como Lew Schwartzmann en Kiev, en el seno de la familia de un rico comerciante de manufacturas judío. Su padre había tomado cierta distancia de la fe judía tradicional y apoyaba el movimiento secularizador del sionismo –que estaba dando por entonces sus primeros pasos–, aunque también seguía participando en la vida religiosa de la comunidad judía de Kiev. Shestov se vinculó más tarde con los representantes del llamado renacimiento religioso ruso de fin de siglo –sobre todo con los también oriundos de Kiev Berdiáyev y Bulgákov–, y se convirtió en uno de los autores más conocidos de esta corriente de pensamiento que predicaba el alejamiento del positivismo filosófico occidental en todas sus formas y el retorno a un cristianismo ortodoxo ruso reinterpretado. Shestov, sin embargo, no llegó nunca a convertirse a la fe cristiana ortodoxa. Son muy pocas las ocasiones en las que escribe sobre Cristo, al que en esos casos llama simplemente “el mejor hijo de la Tierra”. Jamás toma parte en discusiones sobre dogmática cristiana. Toda vez que Shestov habla de Dios cita casi exclusivamente el Antiguo Testamento.
Si Shestov no llegó nunca pues a poner seriamente en duda su lealtad a la tradición religiosa judía, tampoco opuso dicha tradición al cristianismo. Jamás afirma algo que no sea también aceptable para un cristiano, jamás tematiza en forma explícita la relación controvertida entre judaísmo y cristianismo. Esto último resulta tanto más llamativo porque casi todos sus amigos cristianos abordaron extensamente en sus escritos su propia relación para con el judaísmo. Shestov, en cambio, no quiere ser considerado ni como judío ni como cristiano, ni tampoco propiamente como filósofo. Su interés excluyente es: cómo se expresa en su religión y su filosofía el destino personal de un ser humano individual. En relación con todos los autores de los que se ocupa en sus escritos, Shestov plantea una y otra vez una única pregunta: ¿qué en sus vidas los llevó a dedicarse en general a la filosofía? El contenido de cada discurso filosófico individual solo resulta interesante para él en la medida en que es relevante para responder a esa pregunta. Shestov no practica sin embargo una psicología: lo que busca es un acontecimiento primario, el disparador vital de todo interés teórico, incluido el interés por la psicología. Esta concentración casi traumática en una “primera vivencia” específica obliga al lector de los textos shestovianos a buscar una vivencia semejante en la propia biografía de Shestov. Pero la monomanía shestoviana no encuentra –al menos a primera vista– ninguna explicación en sus circunstancias vitales.
Ya en su juventud, la atmósfera relativamente liberal que reinaba en su familia y en un amplio círculo de parientes y conocidos, así como el buen pasar familiar, le permitieron a Shestov seguir un curso de estudios acorde a sus inclinaciones y viajar abundantemente. En la vida cotidiana y práctica, Shestov era sensato, moderado, inteligente y en términos generales exitoso. Antes de la Revolución, en un momento en que los negocios de su padre no marchaban bien, Shestov regresó a Kiev y fue capaz de enderezarlos en poco tiempo. Todas las personas que conocieron a Shestov lo recuerdan como un hombre amable, que se mostraba siempre amistoso y receptivo y tenía un buen sentido para lo práctico. Esta imagen se corresponde también con el lenguaje en el que están escritos sus libros: un lenguaje claro, por momentos irónico y frío, que no se esfuerza en parecer “poético”, sublime, profundo, ni mucho menos “místico”. Este lenguaje gira siempre, al mismo tiempo, alrededor de esa vivencia trágica en el fondo innombrable, que acaso sea la vivencia misma de ese lenguaje.
En todos los textos de Shestov, se invocan una y otra vez las mismas citas: de Tolstoi, Dostoievski, Nietzsche, Spinoza, Tertuliano, Kant, Hegel, Kierkegaard y Husserl, entre otros. La obra completa de estos autores no es analizada nunca, ni se reconstruyen, describen o interpretan sus “sistemas”. Alguna expresión, proposición o incluso alguna palabra es recogida y citada una y otra vez como cifra de una cierta actitud o de un cierto problema –con aprobación o con protesta–. Estas citas son como heridas o úlceras que fueron producidas en algún momento en el cuerpo del lenguaje shestoviano y que nunca más pudieron ser curadas. Shestov está permanentemente rascando o lamiéndose esas heridas, pero estas no sanan nunca: no hacen más que seguir ardiendo y escociendo, como las del héroe predilecto de Shestov, Job. El eterno retorno de estas citas parece por momentos algo compulsivo, enfermizo, casi patológico. Evoca la fijación regresiva en recuerdos traumáticos vinculados a la frustración o a la realización del deseo descripta por Freud. Las citas señalan vivencias fundamentalmente comparables del eros filosófico shestoviano: marcan o bien una vivencia de desesperación contra lo inalcanzable de las “mejores” filosofías, o bien el recuerdo de una sensación experimentada de ruptura y del corto éxtasis asociado a ella. Pero ambos son para Shestov igual de dolorosos. Shestov no concibe, evidentemente, un encuentro con la filosofía que no sea vivo, trágico, hiriente. Determinadas proposiciones filosóficas traumatizan su propio lenguaje, le impiden seguir llevando una existencia despreocupada, le quitan la fuerza de lo autoevidente, que constituye una condición indispensable para el despliegue libre y “orgánico” de todo lenguaje. El escepticismo filosófico entendido de manera consecuente hace que cualquier afirmación –hasta la afirmación más simple y cotidiana– se torne imposible, problemática, inarticulable. Y Shestov no escribe en un lenguaje filosófico: más bien escribe en este lenguaje simple, habitual, que está expuesto a las heridas que le produce la