Dave Grossman

Sobre el combate


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y empezó con una entrada explosiva de forma sincronizada desde todos los flancos del edificio. ¿Y cómo reaccionó el traficante grande y malo cuando los agentes derribaron la puerta gritando y apuntando sus armas? Se quedó congelado, con las manos en los lados de la cara, mientras chillaba como una niña pequeña y una mancha húmeda se iba agrandando en la delantera de sus pantalones. Esta es una respuesta normal al estrés; es lo que podríamos llamar «desviar los recursos».

      Lo mismo le ocurre a la gente durante el combate pero, mientras una profesora puede admitirlo libremente e incluso tomárselo a broma (como en la historia del ratón), la mayoría de los guerreros no puede. Son demasiado machos y creen que algo así no les puede ocurrir a ellos. Y cuando ocurre, se avergüenzan y piensan que tienen un problema; pero se equivocan. The American Soldier, el estudio oficial sobre el rendimiento de las tropas estadounidenses durante la segunda guerra mundial, menciona una encuesta según la cual una cuarta parte de los soldados estadounidenses durante la segunda guerra mundial habían perdido el control de sus vejigas y una octava parte admitía haberse defecado encima. Si nos centramos en los individuos en la «punta de la lanza» y no tenemos en cuenta aquellos que no experimentaron el combate intenso, podemos estimar que aproximadamente el 50 por ciento de aquellos que estuvieron en combate intenso admitieron que habían mojado los pantalones y casi el 25 por ciento se ensuciaron los calzones.

      Estos son los que lo admitieron, así que probablemente el número real es mayor, aunque no podemos saber cuánto. Un veterano me dijo: «¡Coronel! ¡Eso lo único que prueba es que tres de cada cuatro eran unos malditos mentirosos!». Eso probablemente no es justo ni exacto, pero lo cierto es que la humillación y el estigma social que conlleva «cagarse en los pantalones» probablemente resulta en que muchos no estén dispuestos a admitir la verdad.

      «Iré a ver una película de guerra», me dijo un veterano de Vietnam, «cuando el protagonista se cague en los pantalones en la escena de una batalla». ¿Has visto alguna vez una película en la que se muestre a un soldado defecando en sus calzones durante un combate? ¿Has escuchado alguna vez algo real en todas las batallas que se cuentan en una reunión de veteranos de guerra? ¿Te puedes imaginar a un viejo veterano diciendo: «¡Recontra! ¡Aún recuerdo la noche que manché los calzones!». O, treinta años después, cuando tienes a tu nieto saltando en las piernas y el niño te echa una mirada adorable y pregunta: «Abuelo, ¿qué hiciste en la guerra?». Lo último que dirías es: «Bueno, el abuelo se cagó en los pantalones...». La razón por la que no oirías eso en una reunión de veteranos, y la razón por la que no le contestarías de esa manera a tu nieto, se debe a un viejo axioma: en el amor y la guerra todo vale. Lo que significa que hay dos cosas sobre las que los hombres siempre mentirán. También significa que todo lo que crees que sabes sobre la guerra se basa en cinco mil años de mentiras.

      No, nunca le hablarás a tu nieto sobre las cosas degradantes, envilecedoras y humillantes que te ocurrieron en combate; le hablarás, por el contrario, de cosas maravillosas. El problema es que, veinte años más tarde, cuando esté en combate y ensucie sus pantalones, se preguntará: «¿Cuál es mi problema? Esto no le ocurrió al abuelo ni tampoco a John Wayne. Algo está muy mal dentro de mí».

      Mi coautor escribió un artículo para una importante revista de policía sobre los efectos del estrés en los policías que se ven obligados a defenderse en un tiroteo mortal. Al editor le encantó el artículo pero suprimió la sección que trataba sobre la posibilidad de que los agentes se ensuciaran encima. El mito se perpetúa de generación en generación. Hay que recordar que los datos indican que a la mayoría de los veteranos de combates intensos, esto no les ocurre; pero para la gran minoría que experimenta esta respuesta, puede constituir su oscuro secreto, y saber que puede ocurrir es poder.

      Resulta increíble hasta qué punto se ha ocultado esta vivencia en lo que casi se ha convertido en una conspiración cultural de silencio. Unos meses después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, tuve el privilegio de instruir a un grupo de agentes federales. Uno de ellos había estado en el World Trade Center durante el ataque. Se me acercó después de que les hablara de la pérdida de control del vientre y la vejiga y me dijo: «Gracias. Ahora entiendo lo que me ocurrió». Y entonces me contó su historia.

      La persona en cuestión y los demás agentes de su oficina consiguieron evacuar el edificio tras el impacto del avión. Llevaban equipamiento táctico y estaban sirviendo de apoyo a la policía local cuando el primer rascacielos se vino abajo. Al principio no supieron qué hacer, pero enseguida se dieron cuenta de que había que salir corriendo de ahí. Me contó que una nube negra de humo y polvo les envolvió y oscureció el cielo. No podía respirar y empezó a perder la conciencia. Entonces la nube los dejó atrás y él dio media vuelta y regresó para ayudar. Unas horas después, cuando estaba escalando los escombros, alguien le tocó la espalda y le dijo: «Vengo a relevarte». Entonces le indicaron que fuera a un gimnasio que había sido habilitado como lugar de aseo.

      «Lo que nunca entendí», me dijo, «fue por qué todo el mundo se había manchado encima excepto yo. Ahora lo entiendo. Usted dijo: “Si hay una carga en los intestinos, hay que soltarla”. Justo antes de que los malnacidos atacaran el edificio, había hecho una feliz visita al baño».

      Probablemente, ningún acontecimiento de la historia ha sido estudiado más que los ataques del 11 de septiembre y, al parecer, casi nadie sabe que la mayoría de los supervivientes perdió el control del vientre y de la vejiga. ¿Acaso eso empequeñece su valentía? Ni un ápice. Pero si alguna vez nos ocurre a nosotros, sería bueno saber que es perfectamente normal.

      Ya es hora de dejarse de monsergas y aprender lo que de verdad ocurre en el combate para que una generación de guerreros sea entrenada para estar mental y emocionalmente preparada para entrar en el ámbito tóxico. Tal y como veremos, la pérdida del control del vientre y de la vejiga es sólo la punta del iceberg de lo que realmente ocurre en el combate.

      Bajas psiquiátricas masivas

      En todas las guerras del siglo xx en las que han luchado soldados americanos, la probabilidad de convertirse en baja psiquiátrica —de estar debilitado durante un periodo de tiempo como consecuencia del estrés de la vida militar— era mayor que la de caer muerto por fuego enemigo. La única excepción fue la guerra de Vietnam, en la que ambas probabilidades fueron casi iguales.

      Richard Gabriel

      No More Heroes

      ¿Son los guerreros de hoy día mejores que los que lucharon en las trincheras en la primera guerra mundial? ¿Son los guerreros de hoy día más duros que aquellos que desembarcaron en las playas de Normandía o Iwo Jima durante la segunda guerra mundial? ¿Son mejores que aquellos que se batieron en retirada en el embalse helado de Chosin o el Perímetro Pusan en Corea? No. Hoy en día no somos mejores que esos héroes; pero tampoco peores. Acaso estemos mejor equipados, mejor entrenados y mejor preparados, pero somos los mismos organismos biológicos básicos que aquellos que fueron antes que nosotros.

      Richard Gabriel, en su excelente libro No More Heroes, nos explica que, en las grandes batallas de la primera y segunda guerra mundial y en Corea, muchos más hombres fueron retirados del frente debido a lesiones psiquiátricas que los que murieron en combate. Hay un estudio sobre este fenómeno en la segunda guerra mundial, «Lost Divisions», en el que se concluye que las fuerzas armadas estadounidenses perdieron 504.000 hombres debido al colapso psiquiátrico. Un número suficiente para engrosar cincuenta divisiones de combate.

      Cualquier día durante la segunda guerra mundial, había miles de bajas psiquiátricas en campos situados cerca del frente. Se aplicaba un procedimiento denominado «Inmediatez, expectación y proximidad», en el sentido de que se les mantenía próximos al frente y con un sentimiento de inmediatez y proximidad de su reincorporación. Y a pesar de este programa, además de los ciclos normales de rotación de los hombres para que dejaran el combate tras un periodo razonable de tiempo, se perdieron más soldados debido a las bajas psiquiátricas que a todas las bajas físicas juntas.

      Poca gente lo sabe. Mientras que todo el mundo sabe de los valerosos caídos en combate, la mayoría, incluidos guerreros profesionales, ignoran que hubo un mayor número de soldados retirados del frente sin hacer ruido debido a las bajas psiquiátricas. Este es otro aspecto del combate