Dave Grossman

Sobre el combate


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compañeros estaban en línea directa. Así que salté y el automóvil pasó por donde había estado.

      Me metí en un auto y comenzamos la persecución, hasta que acabamos encontrando el automóvil en un parking de una iglesia. Mientras me acercaba, empecé a sentir temblores. No fue un problema porque sabía que me ocurriría. Imagino que, para cuando empezamos a registrar la iglesia, había experimentado cuatro descargas de adrenalina. De vuelta al hotel, me sentí muy mareado al volante y con dolor de cabeza. Sabía que era una reacción violenta ante todo lo sucedido, así que me puse a hacer la respiración táctica. Eso me ayudó durante un tiempo con el mareo y el dolor de cabeza, pero me seguía sintiendo muy cansado y me costaba mantenerme despierto. Lo que más me irritaba era que sabía lo que me estaba ocurriendo y por qué, pero no podía detenerlo.

      Carta al coronel Grossman

      Durante la guerra de Corea, un equipo de psiquiatras acompañó en la batalla a una unidad de soldados veteranos. La unidad durmió bien una noche entera y entonces lanzó el ataque al amanecer. A mediodía había tomado una posición enemiga en una colina y el peligro inmediato había pasado. Mientras aguardaban la inevitable contraofensiva, los psiquiatras se quedaron boquiabiertos al ver que los oficiales y suboficiales tenían que ir de posición en posición despertando a la tropa. La reacción violenta parasimpática había sido tan fuerte tras la batalla que los hombres se habían rendido extenuados al sueño, a pesar de que sabían que pronto serían atacados.

      Napoleón dijo: «El momento de mayor vulnerabilidad es el instante inmediato a la victoria». Tan pronto como la tropa se relajó, hubo una reacción violenta parasimpática de una magnitud enorme. Se trata de algo más que bajar la guardia; es un poderoso colapso fisiológico. Este proceso no es muy distinto del sexo para el cuerpo del varón. Estás ahí arriba, en acción; y te encuentras abajo y ya no podrás subir otra vez. Ha habido una descarga física, hormonal y el cuerpo necesita tiempo para recargarse. Por eso el ejército siempre mantiene unidades de reserva. Cuando las tropas sufren el peso del agotamiento y una unidad fresca del enemigo ataca, las tropas agotadas se derrumban como un castillo de naipes.

      Quemando la carga de adrenalina

      Llevaba en Vietnam como policía militar tan sólo un par de semanas cuando me asignaron para una redada de varias tiendas vietnamitas en busca de bienes estadounidenses robados. Los propietarios de las dos primeras tiendas ofrecieron resistencia y tuvimos que reducirlos en el suelo para que otros pm pudieran recuperar los bienes. En la tercera tienda, la cosa se puso fea muy pronto cuando soldados sudvietnamitas armados con fusiles M-16 acudieron en ayuda de los mercaderes. Antes de que la cosa terminara, teníamos a 25 pm y a 30 o 40 airados vietnamitas. Hubo disparos en el aire, todo el mundo gritaba insultos raciales, y hubo varias peleas a puñetazo limpio. Estuvimos a un tris de disparar a un par de vietnamitas antes de que pusiéramos orden.

      Dos horas después estaba en la cantina y seguía tan acelerado que tenía dificultades para coger la comida con mi tenedor. Cuando conseguía pinchar algo, la mano me temblaba tanto que la comida saltaba y caía. Al final desistí y me puse a comer con las manos como un animal. Hubo otras veces como esta, algunas fueron peores, pero esta fue la primera.

      Un veterano de Vietnam

      Puede resultar muy distinto para los agentes de policía y otros guerreros que no están en un combate sostenido. Cuando el agente de policía medio se ve envuelto en un tiroteo, a menudo esa noche tiene problemas para conciliar el sueño. ¿Cómo es posible que esos soldados de infantería de Corea tuvieran problemas para mantenerse despiertos a mediodía mientras que el agente de policía medio no puede dormir tras un tiroteo? La diferencia estriba en lo que ha ocurrido con la carga de adrenalina en los combatientes. Los soldados experimentaron seis horas de extenuante combate en el que quemaron cada gota de adrenalina de su cuerpo. El agente de policía tuvo la misma carga de adrenalina fluyendo por su cuerpo, pero su situación de combate se resolvió en cuestión de unos pocos disparos, lo que le dejó con suficiente adrenalina todavía en el cuerpo. Para que el agente pueda dormir, primero necesita descargar toda la adrenalina.

      ¿Has estado alguna noche sentado en el borde de la cama con la mente acelerada, tu corazón latiendo con fuerza y tu cuerpo deseando acción? Eso es lo que la adrenalina residual te produce. Para quemarla necesitas realizar ejercicios de calistenia, irte a correr un buen rato o levantar pesas. Luego te das una ducha y vuelves a la cama. A menudo eso es todo lo que necesitas para quedarte profundamente dormido. Mi coautor, Loren Christensen, dice que sus compañeros solían beber unas cervezas después de una situación de alto riesgo, pero que él prefería golpear y darle patadas a un saco hasta que quemaba la última gota de adrenalina que le quedaba. Para cuando se acostaba, se quedaba dormido enseguida y amanecía al día siguiente sintiéndose bien debido al ejercicio, mientras que sus compañeros dormían mal y se levantaban con resaca.

      Controlar el ritmo para un partido de dos tiempos

      Ni es de los veloces la carrera,

      ni de los fuertes la guerra.

      Eclesiastés 9:11

      El doctor Kevin Gilmartin, supervisor policial retirado y psicólogo, adiestra a los agentes de policía en lo que él denomina «la supervivencia emocional». Explica cómo la reacción parasimpática puede impactar cada día a los guerreros. Mientras están en el trabajo, su sistema nervioso simpático está en su fase ascendente y están animados, en alerta, energéticos y comprometidos. Cuando regresan a sus casas, la reacción parasimpática les golpea y se sienten fatigados, indiferentes, aislados y apáticos. Cuanto mayor es la excitación y la exigencia del trabajo, mayor es el potencial de una reacción que puede debilitarles en su vida doméstica y destruir sus familias. El propósito de este libro es preparar a los guerreros para la realidad del combate y nos centraremos en la reacción parasimpática desde la experiencia específica del combate. Sin embargo, el libro de Gilmartin, Emotional survival, resulta una lectura obligada para todos los guerreros a fin de

      ayudarles a entender cómo gestionar a diario esta «montaña rusa biológica».

      Gestionar el estrés diario es de una importancia capital, pues nos vemos constantemente bombardeados con estrés. Los incidentes de combate de vida o muerte son comparativamente raros pero, cuando ocurren, la gestión de la crisis emocional y fisiológica tras el acontecimiento puede ser incluso más importante.

      En los días siguientes a una situación de combate, el guerrero puede encontrarse en su momento más vulnerable. Puede tener una carencia de sueño tan grande, sentirse tan confuso, inseguro y fisiológicamente desequilibrado, que quizás responda en un combate ulterior con un nivel de agresividad inapropiado. Pensemos en el guerrero como en una máquina de alta precisión. Su trabajo consiste en decidir en una fracción de segundo exactamente cuánta fuerza emplear. Si se excede un poco, se mete en un lío; pero si la respuesta se queda corta, puede morir. En los días siguientes a un tiroteo, la maquinaria de alta precisión puede necesitar un ajuste.

      El libro de Artwohl y Christensen, Deadly Force Encounters, contiene copias de los protocolos de la Asociación Internacional de Jefes de Policía en los que se afirma que, cuando un agente de policía ha participado en un tiroteo, se le debería conceder un permiso de tres o cuatro días para que pueda recuperarse del inusual acontecimiento. Si no se le concede este tiempo y se ve empujado a otro acontecimiento estresante, corre el riesgo de sufrir un grave daño psicológico debido al estrés adicional que se acumula sobre el estrés anterior. Hablaré más de esto cuando aborde el «modelo bañera» del estrés. Vale la pena considerar este ejemplo de un guerrero veterano que entendió intuitivamente el concepto:

      Me he visto envuelto en tres tiroteos a lo largo de mi carrera de catorce años. Tras el primero, volví de inmediato al trabajo pues eso era lo que todo el mundo hacía. No hubo debriefing, ni conversaciones al respecto; sólo tenía que regresar ahí fuera y probarme a mí mismo y a los demás que no me había afectado. Tras mi segundo tiroteo, me di cuenta de que esa forma de enfocarlo era un error. Decidí cuidarme independientemente de lo que mi agencia o mis compañeros dijeran.

      No regresé enseguida ahí fuera sino que me tomé dos semanas de descanso. Al cabo de un tiempo ya estaba ansioso y con ganas de volver al trabajo que amo tanto. Así