embargo, el valor de este último es menos prudente que el del primero.
LAQUES: —Eso es cierto.
SÓCRATES. —Se sigue de aquí, que un soldado de caballería, que en un combate pruebe valor, fiado en la destreza con que maneja el caballo, será menos valiente que el que esté privado de esta ventaja.
LAQUES: —Sí, ciertamente.
SÓCRATES. —¿Dirás lo mismo de un arquero, de un hondero y de todos los demás, cuya firmeza esté sostenida por su habilidad?
LAQUES. —Sin dificultad.
SÓCRATES. —Y los que, sin haber aprendido nunca el oficio de buzos, tuviesen el valor de sumergirse en el agua ¿te parecerían más valientes que los buzos de oficio?
LAQUES. —¿Quién podría sostener lo contrario, Sócrates?
SÓCRATES. —Nadie ciertamente, conforme a tus principios.
LAQUES. —Sí, ésos son mis principios en efecto.
SÓCRATES. —De manera, Laques, que estas gentes, que no tienen ninguna experiencia, ¿se arrojan al peligro mucho más imprudentemente que los que se exponen con alguna razón?
LAQUES. —Sí, sin duda.
SÓCRATES. —Pero la audacia insensata y la paciencia irracional nos parecieron antes vergonzosas y perjudiciales.
LAQUES. —Eso es cierto.
SÓCRATES. —Y el valor nos ha parecido una cosa bella.
LAQUES. —Convengo en ello.
SÓCRATES. —Pues bien, ahora sucede todo lo contrario; damos el nombre de valor a una audacia insensata.
LAQUES. —Lo confieso.
SÓCRATES. —¿Y crees que obramos bien?
LAQUES. —No, ¡por Zeus!, Sócrates.
SÓCRATES. —De modo, Laques, que, por tu propia confesión, ni tú ni yo nos ajustamos al tono dórico, porque nuestras acciones no corresponden a nuestras palabras. Al ver nuestras acciones, yo creo que se diría que nosotros tenemos valor; pero oyendo nuestras palabras, bien pronto se mudaría de opinión.
LAQUES. —Tienes razón.
SÓCRATES. —Pero qué, ¿tienes por prudente que permanezcamos en este estado?
LAQUES. —Te aseguro que no.
SÓCRATES. —¿Quieres que nos conformemos por un momento con la definición que hemos dado?
LAQUES. —¿Qué definición?
SÓCRATES. —Que el verdadero valor es la paciencia. Si quieres, mostremos nuestra paciencia continuando nuestra indagación, a fin de que el valor no se burle de nosotros y nos acuse de no buscarle valientemente, puesto que, según nuestros principios, ser paciente es ser valiente.
LAQUES. —Estoy dispuesto a ello, Sócrates, y no lo esquivo, por más que sea nuevo en esta clase de disputas; pero te confieso que estoy disgustado y que tengo un verdadero sentimiento en no poder explicar lo que pienso, porque me parece que concibo perfectamente lo que es el valor; y no comprendo cómo se me escapa tanto esta idea, que no puedo explicarla.
SÓCRATES. —Pero, Laques, el deber de un buen cazador ¿no consiste en no cansarse y no verse jamás burlado?
LAQUES. —Estoy conforme.
SÓCRATES. —¿Quieres que entre en nuestra partida de caza Nicias, para ver si es más dichoso?
LAQUES. —Lo quiero, y ¿por qué no?
SÓCRATES. —Ven acá, Nicias, ven, si puedes, a socorrer a tus amigos, que se ven embarazados y que no saben qué rumbo tomar; porque ya ves cuán imposible se hace que consigamos nuestro objeto. Sácanos de este apuro y fija tu propio pensamiento, diciéndonos lo que es el valor.
NICIAS. —Hace mucho que me parecía que definíais mal esta virtud. ¡Ah!, ¿de dónde nace que no os habéis valido en esta ocasión de lo que tantas veces y con tanto acierto te he oído yo en otras, Sócrates?
SÓCRATES. —¿Y qué es, Nicias?
NICIAS. —Te he oído decir muchas veces que en aquello en que cada uno sabe es idóneo, pero que en lo que no sabe es inepto.
SÓCRATES. —¡Por Zeus!, eso es muy cierto.
NICIAS. —Por consiguiente, si un hombre valiente es bueno es hábil en lo que sabe.
SÓCRATES. —¿Lo entiendes tú, Laques?
LAQUES. —Sí lo entiendo; sin embargo, no comprendo por entero lo que quiere decir.
SÓCRATES. —Me parece que yo lo comprendo; creo que quiere decir, que el valor es una ciencia.
LAQUES. —¿Qué ciencia, Sócrates?
SÓCRATES. —¿Por qué no se lo preguntas a él?
LAQUES. —Pues ya se lo pregunto.
SÓCRATES. —¡Pues bien, Nicias!, responde a Laques y dile qué ciencia es el valor en tu opinión; porque no será indudablemente la ciencia del tocador de flauta.
NICIAS. —No.
SÓCRATES. —¿Ni la del tocador de lira?
NICIAS. —Tampoco.
SÓCRATES. —¿Cuál es, y sobre qué versa?
LAQUES. —Le apuras bien, Sócrates; sí, que diga qué ciencia es.
NICIAS. —Digo, Laques, que es la ciencia de las cosas que son de temer y de las que no son de temer, sea en la guerra, sea en todas las demás ocasiones de la vida.
LAQUES. —¡Extraña definición, Sócrates!
SÓCRATES. —¿Por qué la encuentras tan extraña, Laques?
LAQUES. —¿Por qué? Porque la ciencia y el valor son dos cosas diferentes.
SÓCRATES. —Nicias pretende que no.
LAQUES. —Sí, lo pretende, y en eso chochea.
SÓCRATES. —Pues bien, tratemos de instruirle; las injurias no son razones.
NICIAS. —No tiene intención de ofenderme, pero desea mucho que lo que yo he dicho no valga nada, porque él mismo se ha engañado en grande.
LAQUES. —Ésa es la pura verdad, pero yo te haré ver que tú no has andado más acertado que yo. Sin ir más lejos, ¿los médicos no conocen lo que hay que temer en las enfermedades? Y en este caso, ¿crees tú, que los hombres valientes son los que conocen lo que es de temer? ¿O llamas a los médicos hombres valientes?
NICIAS. —No, ciertamente.
LAQUES. —Lo mismo que los labradores. Sin embargo, los labradores conocen perfectamente lo que hay que temer respecto a sus trabajos. Lo mismo sucede con todos los demás artistas; conocen todos muy bien lo que hay que temer en su profesión y lo que no, y no son por esto más valientes.
SÓCRATES. —¿Qué dices, Nicias, de esta crítica de Laques? Me parece que significa algo.
NICIAS. —Ciertamente dice alguna cosa, pero no dice nada verdadero.
SÓCRATES. —¿Cómo?
NICIAS. —¿Cómo? Es que él cree que los médicos no saben más que reconocer lo que es sano y lo que es enfermo, y de hecho no saben más. Pero ¿crees tú, Laques, que los médicos saben si la salud es más de temer para tal enfermo, que la enfermedad? ¿Y no crees, que hay muchos enfermos a quienes sería más ventajoso no curar que curar? ¿Te atreverás a decir, que es bueno vivir siempre, y que no hay muchas personas para las que sería más ventajoso el morir?
LAQUES. —Eso podrá ocurrir algunas veces.
NICIAS. —¿Y crees tú, que las cosas, que parecen temibles a los que tienen por