John Carl Flügel

Psicología del vestido


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      Título original: The Psychology of Clothes

      © John Carl Flügel

      © De la traducción: Carlos Gual Marqués

      © Editorial Melusina, s.l.

       www.melusina.com

      Diseño de cubierta: Silvio García Aguirre

      Reservados todos los derechos de esta edición

      Primera edición: febrero de 2015

      Primera edición digital: julio de 2020

      Corrección de galeradas: Albert Fuentes

      eisbn: 978-84-18403-01-9

      Contenido

       1. Los motivos fundamentales

       2. El adorno: aspectos teleológicos

       3. El adorno: aspectos formales

       4. El pudor

       5. La protección

       6. Diferencias individuales

       7. Diferencias sexuales

       8. Clases de vestido

       9. Las fuerzas de la moda

       10. Las vicisitudes de la moda

       11. La evolución de las prendas

       12. La ética del vestido: arte y naturaleza

       13. La ética del vestido: diferencia individual y sexual

       14. La ética del vestido: la racionalización de la moda

       15. El futuro del vestido

       Bibliografía

       Pliego de fotos

      Si me fuera posible elegir de entre el fárrago de libros que se publicarán cien años después de mi muerte, ¿sabe cuál tomaría? … No sería una novela la que elegiría de esta futura biblioteca, ni un libro de historia, pues cuando ofrece algún interés no deja de ser todavía una novela. Escogería lisa y llanamente, amigo mío, una revista de moda para ver cómo se vestirían las mujeres un siglo después de mi tránsito. Y este papel de trapo me diría más sobre la humanidad futura que todos los filósofos, novelistas, predicadores y sabios.

      Anatole France

      1. Los motivos fundamentales

      Si no habláramos y permaneciéramos silenciosas,

      nuestros vestidos y el estado de nuestros cuerpos

      revelarían la vida que hemos llevado.

      Coriolano

      Shakespeare

      A menudo se ha dicho que el hombre es un animal social. Necesita la compañía de sus semejantes, ante cuya presencia y conducta es delicadamente reactivo. Y, sin embargo, en lo que respecta al sentido de la vista, el hombre civilizado tiene pocas oportunidades de observar directamente los cuerpos de sus congéneres. Aparte del rostro y las manos —que, de hecho, son las partes socialmente más expresivas de nuestra anatomía, y a las cuales hemos aprendido a dedicar una atención especialmente alerta— aquello que realmente vemos y ante lo cual reaccionamos no son los cuerpos sino la ropa de quienes nos rodean. A partir de ésta nos formamos una primera impresión de nuestros semejantes cuando los conocemos. El reconocimiento detallado de los rasgos faciales requiere una cierta proximidad íntima. En cambio, la ropa, dado que ofrece una más amplia superficie de inspección, puede ser claramente distinguida desde una distancia más considerable. La expresión indirecta de un individuo a través de su vestimenta es la que nos dice, por ejemplo, que conocemos a una persona a la que «vemos» aproximarse; y es el movimiento impartido a su ropa por los miembros y no el movimiento de los miembros en sí lo que nos permite juzgar, a primera vista, si la actitud de este conocido es amistosa, hostil, asustadiza, curiosa, apresurada o tranquila. Si se trata de un individuo desconocido, la ropa que lleva nos dice inmediatamente algo de su sexo, ocupación, nacionalidad y posición social, lo cual nos hace posible elaborar un ajuste preliminar de nuestro comportamiento hacia él, mucho antes de que se pueda intentar el análisis más refinado de los rasgos y del lenguaje.

      Es a todas luces innecesario enumerar las funciones que el vestido desempeña en nuestras relaciones sociales; sólo es necesario recordar el carácter general de esas funciones para que la misma familiaridad que con ellas tenemos no nos haga pasarlas por alto. Una vez que hayamos advertido la significación social del vestido por medio de este simple proceso de recordar un hecho cotidiano, no necesitaremos más advertencia acerca de la importancia de la ropa en la vida y en la personalidad humanas; de hecho, la misma palabra personalidad, tal como nos lo han mostrado autores recientes, implica una «máscara», que es en sí un artículo de vestir. De hecho, la ropa, aunque parezca un mero apéndice extraño, ha penetrado en el núcleo mismo de nuestra existencia como seres humanos. En consecuencia, no sólo permite sino que exige un análisis psicológico, y tal vez sea la ausencia de tal análisis en nuestros manuales sistemáticos de psicología lo que requiera una excusa y una explicación.

      El psicólogo que considera el problema del vestido disfruta de una gran ventaja que puede ahorrarle un largo y tedioso capítulo preliminar. Casi todos los que han escrito sobre la materia convienen en que la vestimenta cumple tres propósitos principales: adorno, pudor y protección. Podemos aceptar estas conclusiones como fundamentales para nuestras propias consideraciones. También existe consenso en que los motivos que subyacen a estos tres propósitos operan constantemente en las sociedades civilizadas. Surge una cierta discrepancia cuando se llega a la cuestión acerca de cuál de estos tres motivos debe ser considerado como primario, si bien incluso en este punto hay menos diferencias de opinión de lo que tal vez podría esperarse. La primacía de la protección como causa del uso de la ropa tiene pocos defensores, como si los estudiosos de la humanidad se resistieran a admitir que una institución de tanta importancia como el vestido pudiera tener un origen tan meramente utilitario. Prescindiendo del hecho de que la especie humana surgió probablemente en las regiones más cálidas de la Tierra, el caso de ciertos pueblos primitivos que perviven, en particular los habitantes de Tierra del Fuego, muestra que el vestido no es indispensable incluso en un clima húmedo y frío. A este respecto, la manida observación de Darwin acerca de la nieve que se funde sobre la piel de esos curtidos salvajes habría demostrado a la algo desconcertada generación del siglo xix que sus cómodas y calientes vestimentas, con todo lo deseables que pudieran parecer, no eran imprescindibles para las necesidades de la constitución humana.