su empleo en fiestas como el carnaval y, en general, los uniformes militares quizás desempeñan aún esta función en alguna medida, o lo hacían así hasta que las condiciones de la guerra moderna relegaron todo este simbolismo al plano del desfile, conservando sólo las más simples y útiles formas de indumentaria militar. Se supone que el uniforme de los húsares provino originalmente de un intento de imitar las costillas, lo que sin duda estaba destinado a provocar terror a través de la simbolización de la muerte, sobre todo cuando se completaba con
la representación de una calavera en el gorro. La influencia de esta indumentaria puede rastrearse todavía en el uniforme aparentemente inofensivo de los botones.11
distintivos de rango, posición, etc.
La mención de los uniformes militares conduce naturalmente a otra función del adorno: la indicación del rango y la posición del que los ostenta. Ciertos ornamentos o colores especiales (por ejemplo, la corona, el cetro, el manto real) siempre han sido prerrogativas de la realeza o de otras altas dignidades militares, civiles o religiosas.
Con el establecimiento de jerarquías eclesiásticas o militares, un elaborado sistema de rangos ha encontrado su contrapartida en un sistema igualmente elaborado de diferenciación por la indumentaria o el adorno, cuyo principio general establece que, cuanto más alta sea la categoría, más elaborada y más costosa será la ornamentación. Cuando, como ocurre en la mayoría de las civilizaciones militaristas, las diferencias de rango o cargo se relacionan estrechamente con diferencias en la posición social, un sistema igual o similar de diferencias en la indumentaria y ornamentación puede llegar a distinguir diferentes castas, clases o profesiones. En el curso de su evolución, algunos rasgos decorativos particulares del vestido pueden llegar a asociarse con casi cualquier cuerpo de individuos ligados por intereses comunes. Al respecto, son de particular importancia las insignias de las sociedades secretas (por ejemplo, entre las sociedades civilizadas, los Rosacruces, los Masones, los miembros del Ku Klux Klan, la sociedad Duk Duk en el archipiélago Bismarck). Son menos importantes, por su carácter más efímero, las peculiaridades de la indumentaria asociadas con partidos o tendencias políticas, por ejemplo, la asociación del rojo con la revolución y del blanco con la reacción.
signos de localidad o nacionalidad
Los trajes tradicionales, asociados con la localidad o la nacionalidad difieren sólo levemente, por lo menos en lo que concierne a su psicología, de los ejemplos señalados más arriba. Los así llamados trajes «nacionales» (que, en realidad, son más a menudo «locales») indican que el que los usa pertenece a un distrito, a un clan, o a una nación en particular.
Todos los trajes o adornos que entran en las dos últimas categorías poseen un importante rasgo en común: su tendencia a la inmutabilidad. Su valor, en cualquier momento en que se lleven, depende en gran medida de que son similares a los vestidos ligados al pasado del mismo distrito, clan, etc. En este sentido, contrastan marcadamente con las vestimentas que están sujetas a los cambios impuestos por la moda, cuyo valor deriva casi enteramente del hecho de que no son las mismas que las usadas en el pasado. Esta es una diferencia fundamental a la que volveremos en el capítulo 8.
ostentación de riqueza
Además de estar vinculados con categorías como clase, rango, posición, localidad, etc., los aspectos decorativos de la vestimenta frecuentemente tienen relación con la riqueza. Los individuos más ricos se permiten usar materiales más elaborados y costosos que sus hermanos y hermanas más pobres y, en las sociedades en las que la riqueza es motivo de orgullo y un medio de obtener poder y respeto, es natural que aquéllos traten de distinguirse de esta forma.
Las diferencias en atuendos y adornos así surgidas tienen, sin embargo, la característica de ser mucho menos estables que las referidas anteriormente. La adquisición de riqueza es, en cierto sentido, un asunto más fácil que la adquisición de poder, rango o posición social, por cuanto depende más de la suerte o de la habilidad individual y menos de la tradición y del consenso sociales y, además, porque las diferencias de grado de riqueza son mucho menos fijas y arbitrarias que las de rango. Por esta razón resulta prácticamente imposible que las clases o individuos más ricos mantengan sus particularidades distintivas en el vestido durante mucho tiempo. Se puede concluir, pues, que las diferencias en el vestido debidas a la diferente riqueza tienen mucho más en común con las fluctuaciones características de la moda que con las distinciones basadas en el rango o en la posición.
La riqueza de un individuo puede ser denotada no sólo por la opulencia de su vestimenta, sino que también puede ser llevada de un modo más fácilmente cambiable en la forma del adorno. En las sociedades civilizadas, la aproximación más común a esto es el uso de piedras preciosas como joyas, aunque las propias monedas (en su mayoría, de hecho, antiguas) pueden cumplir a veces la misma función, mientras que en los pueblos primitivos la riqueza se ostenta a menudo en forma de conchas y dientes que representan su dinero. A medida que se desarrolla la vida económica y las circunstancias que requieren el uso real de dinero se hacen más frecuentes, el motivo de exhibición se mezcla con motivos de tipo más puramente utilitario, y las monedas, o un equivalente de ellas, pueden llevarse no sólo para mostrar que el que las lleva es rico, sino para permitirle realmente comprar lo que necesita.
uso de artículos imprescindibles
Esta última consideración conduce sin solución de continuidad a otro de los motivos del uso del vestido: la necesidad de llevar con nosotros lo que necesitamos en nuestra vida diaria. Este factor ha tenido una clara influencia sobre ciertos atuendos convencionales, especialmente en los uniformes militares en los que, por ejemplo, la espada y las espuelas pueden llegar a ser partes de un todo reconocido y usadas con propósitos decorativos y ceremoniales, aun en circunstancias en las cuales no se requieren. El uniforme de los boy scouts, con un cinturón del que cuelgan los cuchillos e instrumentos de exploración, constituye el ejemplo moderno de un atuendo que obviamente se ha visto influenciado por la misma idea.
La necesidad o costumbre de llevar artículos imprescindibles es un asunto de considerable importancia que ha sido indebidamente descuidado por los estudiosos del vestido. Volveremos más tarde sobre este asunto cuando nos ocupemos de las consideraciones prácticas relativas a la reforma del vestido.
extensión del yo corporal
Queda aún otro motivo, relacionado con el adorno, que es algo más sutil en su funcionamiento y cuya primera formulación clara y explícita se debe a Hermann Lotze (63). Se trata, en esencia, de un motivo psicológico que, reducido a sus términos más simples, consiste en lo siguiente: la ropa, aumentando de un modo u otro el tamaño aparente del cuerpo, nos da una sensación mayor de poder, de una mayor extensión de nuestro yo corporal, ya que, en última instancia, nos permite ocupar más espacio. En palabras de un autor que ha hecho una de las más valiosas contribuciones a la psicología del vestido:12 «siempre que ponemos un cuerpo extraño en relación con la superficie de nuestro cuerpo —porque no es sólo en la mano donde se desarrollan estas particularidades— la conciencia de nuestra existencia personal se extiende a las extremidades y a las superficies de ese cuerpo extraño y las consecuencias son diversas sensaciones, sea de expansión de nuestra propia persona, sea de la adquisición de un tipo y cantidad de movimiento extraño a nuestros órganos naturales, de un grado inusual de vigor, poder o resistencia, o de firmeza en nuestra posición». Se observará que, de acuerdo con esta formulación, el principio no se limita de ninguna manera al vestido. El ejemplo más simple y más claro de su aplicación puede verse en el caso de los utensilios y de las herramientas. Si uno toma un bastón y toca el suelo con él a medida que camina, le parecerá sentir realmente el suelo cuando toma contacto con el extremo del palo; es como si el alcance de su brazo se extendiera de forma considerable. De un modo similar, el vestido nos permite extender nuestro yo corporal. De hecho, hay ciertos casos muy claros de transición entre la ropa y los instrumentos, y no es fácil decidir si los patines, los esquís y los guantes de boxeo deben ser considerados como prendas o como herramientas que han sido agregadas al cuerpo. Otro ejemplo muy claro de este principio, en una esfera que corresponde más bien a la indumentaria que al instrumento, lo proporciona la más simple y obvia de las prendas: la falda. Si el lector echa un vistazo a la figura 1, recordará inmediatamente el hecho, en realidad muy familiar, de que