orejas, la nariz, la cabeza, los pies y la cintura. A veces, los labios y los lóbulos de las orejas se estiran hacia abajo y se hacen largos y pendulares por medio de pesos prendidos a ellos. En otros casos, se perfora o achata la nariz. La cabeza puede adoptar toda suerte de formas curiosas mediante estudiadas presiones ejercidas sobre el cráneo durante los primeros días de la infancia. Los pies se acortan o se estrechan y la cintura puede ser constreñida.
Sólo los dos últimos tipos de deformación han sido practicados por los pueblos civilizados. El ejemplo más notorio se encuentra en el acortamiento de los pies de las mujeres chinas, que se obtiene mediante una firme presión aplicada en la puntas del pie y el talón de las niñas pequeñas; el resultado es que los pies se tornan más arqueados, de tal manera que el talón es forzado por último a una posición muy cercana a la parte anterior de la planta del pie. Aunque tales prácticas no son aprobadas en las naciones occidentales, el gusto europeo prevaleciente por los zapatos largos y finos no tiene en cuenta de ninguna manera la forma del pie y, por lo tanto, también ha sido causa de su considerable deformación. Pero el caso más asombroso de plástica corporal en el mundo occidental es, sin duda, el que concierne a la cintura. Hasta hace unos pocos años, prácticamente todo libro que tratara de la vestimenta femenina desde el punto de vista moral o higiénico tenía una sección que explicaba, con la ayuda de alarmantes diagramas e ilustraciones, las consecuencias nefastas del «ceñido», sección que ahora confiere a todos esos libros un aire curiosamente antiguo. Pero el furor por la «cintura de avispa», al que asistimos desde hace no muchos años, no es de ninguna manera nuevo. Los antiguos habitantes de la Creta minoica que, como sabemos, habían alcanzado un alto grado de civilización más de dos mil años antes de Cristo, permitían la constricción de la cintura en ambos sexos, producida no por corsés sino por estrechos cinturones de metal (cf. fig. 8); y el ideal de la cintura estrecha ha sido responsable de una moda constantemente repetida entre las mujeres europeas durante los últimos siglos. En general y a pesar de ciertas excepciones sorprendentes, tales como las de los cretenses, la deformación es un tipo de embellecimiento al que parecen recurrir más las mujeres que los hombres, mientras que el tatuaje y la mutilación son más propios del sexo masculino.
Con respecto a las diferentes formas de deformación practicadas en diferentes partes del mundo, se ha dicho que hay una tendencia general a acentuar las características naturales de la raza en cuestión. En palabras de Darwin: «El hombre admira y a menudo trata de exagerar los caracteres que la naturaleza pueda haberle dado».3 Cuando los labios son gruesos y grandes, se les hace sobresalir más todavía; cuando la nariz es ancha, es achatada más aún. Las mujeres chinas tienen pies naturalmente pequeños, pero no contentas con esta distinción de la naturaleza, tratan de empequeñecerlos todavía más. La cintura esbelta es sin duda una característica específicamente europea, y parece que sólo entre los europeos existe la fatal atracción por la cintura de avispa.
Como sucede con la mutilación, a medida que la civilización avanza parece haber una tendencia general a abandonar la deformación como medio de embellecimiento, pero no parece haber ido tan lejos, como en el caso de aquélla. Nos resulta difícil imaginar cómo se pueden embellecer las manos quitándoles una articulación digital, o la boca, por la extracción de un diente; pero la repetición de la moda de la cintura de avispa en tiempos recientes parece demostrar que de ningún modo es imposible que volvamos a algún ideal similar de la forma femenina. Sin embargo, pasando revista a toda la evolución humana parece indudable que, a medida que la cultura avanza, las formas más drásticas, es decir, más brutales, del adorno corporal tienden a desaparecer.
Hay una forma de adorno corporal a la que no nos hemos referido de modo específico y que entra lógicamente en la categoría de mutilación o deformación aunque, en cierto modo, parece diferir tanto de éstas que es difícil situarla entre ellas. Me refiero al corte y arreglo del pelo y de las uñas. Cuando uno se corta el pelo, se afeita la barba o se arregla las uñas, ocurre una eliminación forzada y artificial de ciertas partes del cuerpo. Cuando uno se «arregla» el cabello (el equivalente psicológico del adorno corporal o sartorial) en diversos estilos, ya sea con la ayuda de instrumentos externos (peines, horquillas, etc.) o dándole alguna forma artificiosa, tiene lugar lo que estrictamente hablando es una deformación de esa parte del cuerpo. Las razones por las que tendemos a considerar estas manipulaciones artificiales como fundamentalmente diferentes de las mutilaciones o deformaciones referidas más arriba, parecen ser: 1) que en gran medida, en estos casos el arte sólo se anticipa a la naturaleza; los cabellos se caerían solos y las uñas se romperían, aunque no aceleráramos el proceso cortando y afeitando el cabello y emparejando las uñas; 2) que los procedimientos adoptados no tienen efectos permanentes o irrevocables. Incluso la más duradera de las «permanentes» desaparece y cabellos nuevos, no tratados, ocupan el lugar de los viejos; por el contrario, cuando se arrancan las puntas de los dedos o los dientes, estos no vuelven a crecer, y el ceñido de la cintura, si se practica regularmente, produce una modificación permanente de la figura natural y de las posiciones relativas de los órganos internos.
Esta última diferencia distingue también a la pintura de otras formas (permanentes) de adorno corporal. De cualquier modo, sea pertinente o no esta diferenciación, es indudable que nuestra actitud actual hacia la pintura y hacia el cuidado del cabello es diferente (en el sentido de su mayor tolerancia) de nuestra actitud hacia la mayoría de estas otras formas. De hecho, la popularidad alcanzada por la pintura y por la ondulación del cabello ha aumentado considerablemente en los últimos años. Sin embargo, aun aquí existe tal vez una tendencia a imitar aquello que pensamos que es la mejor expresión de la naturaleza, más que a intentar una forma de adorno que exagera o se opone violentamente a ella. Las implicaciones psicológicas de este deseo general de eliminar todas las desviaciones extremas de la naturaleza en el adorno corporal (suponiendo que tenemos razón en creer que existe este deseo) merecen ser señaladas aquí, aunque después hablaremos de ellas más extensamente. Esta creciente satisfacción por las formas más naturales de adorno y el correspondiente rechazo a lo burdamente artificial parece implicar que los seres humanos, a medida que avanzan culturalmente, son más aptos, en general, para aceptar el cuerpo tal como es, están más inclinados a encontrar belleza en su forma natural y menos predispuestos a encontrar agradables sus distorsiones o modificaciones violentas. Esta tendencia parece ser muy importante para toda la historia y el desarrollo del vestido, y servirá seguramente como guía a los que esperan, de un modo general, influir o predecir el curso futuro de la vestimenta humana.
Pasamos ahora a las formas externas de decoración.4
Vertical
La primera de ellas puede denominarse vertical. Su función es la de acentuar la postura erecta del cuerpo humano y aumentar su altura aparente. Este efecto puede alcanzarse mediante todos los adornos o prendas que cuelgan con holgura del cuerpo como cadenas, collares (particularmente los que llegan hasta el pecho) y largos aros colgantes; pero el más notable de todos estos efectos es tal vez el que produce la falda. La mayoría de nosotros ha tenido ocasión de observar que, si una mujer viste pantalones o un bombacho, parece más baja que cuando lleva falda. En efecto, ésta tiende marcadamente a aumentar la altura aparente del cuerpo y confiere una correspondiente dignidad. Pero tal aumento de estatura puede también lograrse por otros medios. Las botas y zapatos de tacón alto la aumentan realmente así como todos los tocados altos; al igual que el hennin medieval,
el colbac y el sombrero de copa de tiempos más recientes producen el mismo efecto. Probablemente la forma más temeraria de adorno de esta naturaleza se encuentre en las inmensas pelucas del siglo xviii. El cabello de las mujeres se enrollaba en una masiva estructura en forma de torre que se colocaba en la cima de la cabeza y a la que se agregaba cabello natural cuando era necesario y se empolvaba abundantemente para que pareciera más prominente por su blancura; todo este arreglo se coronaba con pequeñas figuras de hombres, animales, barcos, carruajes u otros objetos.
Dimensional
La siguiente forma de decoración es la dimensional. Su propósito es aumentar el tamaño aparente del que la usa y, por lo tanto, se parece en general a la forma de decoración vertical. De hecho y estrictamente hablando, la vertical debe considerarse sólo como una especie particular de la dimensional que, a causa de su peculiar importancia, conviene clasificar como un grupo aparte.
Nuevamente