John Carl Flügel

Psicología del vestido


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persona enmascarada tiende a ser más libre y menos inhibida, tanto en sus sentimientos como en la acción, y puede hacer cosas que en otra situación le impediría el miedo o la vergüenza. De ahí que el bandolero, el ladrón y el verdugo hayan usado frecuentemente la máscara, y que un baile de máscaras permita expresiones menos restringidas de ciertas tendencias, especialmente las eróticas, de lo que es posible en otras situaciones. Si hablamos con una persona enmascarada, y no lo estamos nosotros, sentimos una clara desventaja. En alguna medida, cualquier prenda que tienda (como el velo) a ocultar la cara produce el mismo efecto, y aun las gafas o los anteojos pueden tener la misma consecuencia, ya que hacen más difícil de observar la dirección y los movimientos de la mirada. El autor debe confesar que siempre se siente un poco incómodo al hablar con mujeres cuyos sombreros cubren tanto sus frentes que ocultan más o menos sus ojos.

      Artísticamente, esta forma local de adorno puede ser peligrosa, porque no se relaciona con la forma natural del cuerpo y porque, aunque los objetos individuales empleados como adorno puedan ser agradables en sí mismos, podrían no armonizar con el esquema general del adorno corporal. Aquí, como en otras esferas artísticas, el progreso (individual o racial) implica un creciente interés en un todo estético, ya se trate este todo de un cuadro, una composición musical o un atuendo. Por lo tanto, aunque el salvaje o el niño puedan encontrar un gozo ilimitado en los adornos locales sin tener en cuenta sus efectos en la apariencia general del que los lleva y en su vestimenta, el gusto refinado requiere una subordinación cada vez mayor del adorno local a las exigencias del efecto total del atavío. Aquí, nuevamente, nos encontramos con un principio general de gran importancia para cualquier consideración de la futura historia probable o deseable del vestido humano.

      Sartorial

      La última forma de decoración externa, de acuerdo con nuestra presente clasificación, es la sartorial. Consiste en el embellecimiento de las prendas ya existentes. Considerando que este embellecimiento imita en su mayor parte las formas ya mencionadas (vertical, dimensional, direccional, circular y local) no hay necesidad de tratarlo aquí por separado.

      1. Reik, «Die Pubertätsriten der Wilden» en Probleme des Religionspsychologie, p. 59; von Winterstein, “Die Pubertätsriten der Mädchen und ihre Spuren im Märchen”, en Imago, 1928, vol. xiv, p. 199.

      2. Tendencia que el psicoanálisis se inclina a considerar como una creciente represión de las tendencias activas subyacentes al complejo de castración.

      3. The Descent of Man, p. 887. [El origen del hombre, Madrid, edaf, 1978.]

      4. La clasificación adoptada aquí es la de Selenka, 89.

      5. Cf. Fuchs, 44, vol. iii, pp. 203-204; y Fischel y von Boehn, 32, vol. iii, p. 73.

      6. Obsérvese también en esta figura la sugerencia inconfundiblemente fálica del taparrabo.

      7. Resulta interesante señalar de paso que esta prenda no es de ninguna manera nueva. Como la cintura de avispa, puede jactarse de ser muy antigua, ya que en dibujos de cuevas prehistóricas están representadas mujeres vestidas con faldas estrechas muy similares a las usadas antes de la primera guerra mundial.

      8. Citado por Flaccus, 34.

      9. Obsérvese también en la fig. 11 el efecto direccional de los complicados tocados.

      4. El pudor

      Entre el pudor y la hermosura hay un gran conflicto.

      Heroides, xvi, 288

      Ovidio

      Habiendo examinado más o menos profundamente el motivo del adorno, nos ocuparemos de estudiar ahora más en detalle los fenómenos del pudor, en la medida en que se relacionan con el vestido. Si tomamos en cuenta las declaraciones de moralistas y predicadores, acaso sea verdad que se ha dicho y escrito más sobre el pudor que sobre cualquier otro aspecto de la psicología del vestido. Pero hasta donde el autor sabe, no ha habido ningún intento serio de clasificar las distintas manifestaciones del pudor o de mostrar las relaciones entre unas y otras. Como sería totalmente imposible, en un libro de modestas dimensiones, pasar revista a todas las manifestaciones reales del pudor (que, como ya se ha señalado, varían enormemente tanto en el tiempo como en el espacio), parece más útil indicar aquí ciertos principios generales, con la ayuda de los cuales pueden clasificarse las múltiples manifestaciones reales y clarificarse sus interrelaciones.

      Tras reflexionar, podría parecer que cualquier supuesto de pudor puede ser descrito más o menos satisfactoriamente en términos de cinco (y no menos de cinco) variables. Esto puede parecer un poco alarmante; pero si el lector persevera, creo que percibirá en seguida que el análisis propuesto, por muy complicado que parezca a primera vista, es sin embargo un gran paso adelante en el ordenamiento de un campo aún caótico por la confusión que acompañó a la etapa de la simple enumeración de supuestos. Además, la tarea es menos formidable de lo que puede parecer, en la medida en que cuatro de las cinco variables se sitúan entre dos extremos que pueden ser considerados, para muchos propósitos, como simples opuestos. De hecho, en la mayoría de los casos será suficiente decir que cualquier manifestación del pudor exhibe predominantemente uno u otro de estos opuestos.

      Procederemos ahora a enumerar estas variables y a mostrar su uso para los fines de clasificación por medio de un simple diagrama.

      En primer lugar, debemos recordar que, como se indicó con anterioridad, el pudor es en sí mismo, en todos los casos, un impulso negativo más que positivo. Nos obliga a reprimir ciertas acciones que de otra manera tenderíamos a permitirnos. Psicológicamente, parece implicar la existencia de ciertas tendencias desarrolladas más primitivamente y consiste esencialmente en una inhibición de estas tendencias. Para nuestro propósito podemos, por lo tanto, considerar el pudor como un impulso cuya función es inhibitoria y que se dirige contra las diferentes formas de la tendencia opuesta y más primitiva a la exhibición. Ahora bien, este impulso inhibitorio:

      1) puede dirigirse contra formas de exhibición principalmente sociales o sexuales;

      2) puede dirigirse principalmente contra la tendencia a exhibir el cuerpo desnudo o contra la tendencia a exhibir vestidos suntuosos o hermosos;

      3) puede referirse principalmente a las tendencias de la propia persona o a las tendencias de otros;

      4) puede apuntar principalmente a obstaculizar el deseo o la satisfacción (social o sexual), o principalmente a prevenir el disgusto, la vergüenza o la desaprobación;

      5) puede relacionarse con distintas partes del cuerpo.

      Ahora bien, imaginemos este impulso inhibitorio fluyendo (digamos de izquierda a derecha) como una corriente eléctrica a lo largo de las líneas del diagrama. En su curso debe pasar a través de cada una de las partes marcadas, desde i hasta v (en la terminología del psicoanálisis requiere una «catexis» o «investidura libidinal»); pero, en el caso de cada una de las partes, la mayoría de la corriente puede pasar a través de uno u otro de los canales alternativos, en cualquier proporción. Las diferentes partes del curso total son, además, relativamente independientes entre sí, de manera que si la corriente pasa, por ejemplo, a través del canal inferior de i, no hay razón para que deba pasar por el canal superior o inferior de ii.

      Así, si formuláramos un ejemplo imaginario, una manifestación particular de pudor puede dirigirse principalmente contra las formas de exhibición