con la falda. De hecho, esto se sobreentendía en lo que se señaló acerca de ella en el último capítulo, cuando nos ocupamos de la «extensión del yo corporal». De tiempo en tiempo, en la historia de la moda europea, la falda sufrió grandes cambios. Uno de los más notables aumentos de tamaño ocurrió durante el período del miriñaque, a mitad del siglo xix. Mirándolas desde nuestro actual punto de vista, estas prendas que estuvieron tan en boga pueden parecer ridículas más que impresionantes. Pero para una generación que valoraba la afectación y la presencia más que la elegancia o la eficiencia, parecían conferir —en virtud de su mero bulto— una cierta dignidad al sexo que las llevaba. De hecho, el miriñaque ha sido considerado como un símbolo de las dominación femenina,5 y en esa época eran muchas las bromas relacionadas con la dificultad que experimentaban los hombres para encontrar espacio en un cuarto ocupado por una cantidad de mujeres ataviadas de ese modo. La revista satírica Punch sugería que un leve aumento en el tamaño de estas extravagantes prendas habría obligado al caballero que desciende las escaleras con una dama a bajar peligrosamente por el otro lado de la baranda, ya que todo el ancho estaría ocupado por las voluminosas faldas de su compañera. Los tamaños relativos de los hombres y las mujeres de esa época sugieren inevitablemente una comparación con ciertas especies de insectos, como la mantis religiosa, cuyos machos son pequeños e insignificantes al lado de sus hembras magníficamente desarrolladas.
Las faldas también pueden aumentar el tamaño y la dignidad aparentes mediante el agregado de colas y, de hecho, las por lo general largas colas forman parte de los vestidos ceremoniales. Creo que la más larga fue la que usó Catalina II de Rusia en su coronación. No tenía menos de setenta metros de largo y se necesitaron quince personas para sostenerla. Se vio una copia de ella en un baile artístico de Chelsea, en el Albert Hall de Londres. Esta prenda fue una curiosidad más que un éxito sartorial porque es indudable que no logró su objetivo. Era demasiado vasta para percibirla como parte de quien la vestía y, lejos de aumentar su dignidad, parecía empequeñecer su tamaño. Esto ilustra el principio al que nos referimos en el último capítulo en el sentido de que existen límites en el uso oportuno de esas formas de adorno. La figura humana es susceptible sólo de una cierta cantidad de extensión aparente.
Otra forma muy común de decoración dimensional intenta producir un ensanchamiento de los hombros mediante el uso de hombreras. Esto se encuentra en particular en la vestimenta masculina. Los hombres desean parecer anchos de hombros por cuanto esto se asocia con la fuerza muscular; de ahí que muchas chaquetas masculinas tengan hombreras y muchos uniformes militares charreteras que aumentan claramente el ancho aparente del pecho. En la figura 10 puede observarse un caso de adorno primitivo con el mismo objetivo.6 También el relleno puede servir a veces para mejorar las deficiencias reales o imaginadas de otras partes del cuerpo. En un tiempo u otro, las piernas, caderas y pechos rellenados han desempeñado su papel en algún momento en la historia del traje europeo.
Direccional
Otra forma de adorno externo que han anticipado las consideraciones finales del capítulo anterior es la direccional. Esta tiende a destacar los movimientos del cuerpo, en particular, la dirección en la que el cuerpo avanza a través del espacio; los efectos producidos se deben principalmente a la inercia de la prenda, pero a veces también a la acción del viento. Toda prenda suelta o flotante o todo adorno colgante puede contribuir a este fin. La mayoría de las formas de adorno que pueden ser clasificadas como verticales cuando el cuerpo está quieto, se convierten en direccionales cuando está en movimiento.
Y esto nos recuerda la naturaleza inevitablemente arbitraria y provisional de la presente clasificación, o de cualquier otra; muchas formas de adorno pueden entrar ya en una, ya en otra de nuestras categorías, según las circunstancias.
Algunos de los efectos direccionales más notables se producen —una vez más— con ayuda de la falda, y a este respecto el lector puede recordar las figuras 1, 2 y 4. Sin embargo, también las plumas son muy útiles, especialmente cuando se llevan en la cabeza o en la parte inferior de la espalda, como acostumbran los indios norteamericanos. Lo mismo se aplica a las cintas y bandas e incluso al cabello, cuando se lleva largo y suelto. El típico yelmo griego, aguzado como la proa de un barco, tiene también un fuerte efecto direccional al sugerir el movimiento hacia adelante.
El principio tiene no sólo una aplicación positiva, sino también una negativa. No sólo el movimiento en sí, sino la restricción o ausencia de movimiento puede ser sugerida por los medios adecuados. Las prendas holgadas y flotantes que caen en amplios pliegues hasta los pies, traban necesariamente el movimiento e imposibilitan la marcha rápida. Obligan al individuo a adoptar un aire solemne y mesurado e imparten dignidad al sugerir que no tiene necesidad de apresurarse. La cola entra obviamente en esta categoría, lo mismo que la toga romana. De hecho, a menudo hay una cierta incompatibilidad entre las formas de adorno direccional y dimensional, como ya se insinuó antes al hablar del miriñaque. Pero si la prenda simplemente estorba, sin ser voluminosa, no logra el efecto del que se habla aquí. La falda estrecha tenía poca dignidad y evidentemente no tenía tal objetivo, sino que su propósito parecía ser sólo el de producir una impresión de delgadez, opuesto en alguna medida al que procura la forma dimensional de adorno.7
Circular (en forma de aro)
Esta difundida forma de adorno atrae la atención hacia los contornos redondeados del cuerpo, en especial hacia los miembros, que difieren notablemente de los de otros animales. Pueden usarse aros en muchas partes del cuerpo, pero en particular se usan alrededor de la cintura, los brazos, el cuello, las piernas y los dedos. Las formas más extravagantes de adorno con aros son, probablemente, las que se colocan alrededor del cuello. Muchos pueblos primitivos han usado adornos de este tipo que eclipsan, sea por su magnitud o por su aspecto grotesco, las grandes golas usadas por nuestros antepasados isabelinos. Las figuras 11 y 12 ilustran algunos casos notables en este sentido. Particularmente las dos mujeres birmanas que aparecen en la figura 12 tienen un estilo de vestimenta y de ornamentación que, juzgado desde nuestro punto de vista actual (debemos recordar que todos los puntos de vista son subjetivos), se aproximan al grado máximo de incomodidad y de fealdad. Por lo que vemos, sus cabezas se asoman con gran dolor desde la cima de su gran masa de collares; de hecho, parecen emular con éxito a las jirafas en su esfuerzo por usar tantas argollas como sea posible. Pero ellas están lejos de ser las únicas víctimas de una idea equivocada de la belleza. Stanley, por ejemplo, nos habla de un rey negro que obligaba a sus esposas a usar alrededor del cuello argollas de metal que pesaban en total entre veinte y cuarenta kilos.8
Puede notarse, además, que la incomodidad de tales aros metálicos en un clima cálido es aún más grande de lo que parece a primera vista ya que, expuestos al sol tropical, se calientan tanto que debe echárseles agua para poder soportarlos.
La figura 10 nos muestra, además de numerosas argollas alrededor de las piernas, una alrededor de las caderas, detalle que se registra con frecuencia entre los pueblos primitivos y que tiene una cierta importancia para el desarrollo del vestido, en la medida en que se puede considerar como la más primitiva de todas las prendas, a diferencia de otras formas de adorno. Tendremos oportunidad de volver a este punto en otro capítulo.9
Local
La siguiente forma de adorno externo tiene poco que ver, como lo indica su nombre, con el cuerpo como un todo. O bien atrae la atención hacia alguna de sus partes o bien se lleva por sus propios atributos de belleza como un objeto independiente, atractivo por su valor intrínseco (forma, color, brillo) o por su significado y por las asociaciones que implica. Entre las formas de adorno clasificadas en esta categoría figuran el uso de agujas, peines y joyas en el cabello, las piedras preciosas engastadas en los anillos, los broches elaborados, las hebillas, etc. Las insignias y los símbolos de rango o de dignidad se clasifican también aquí. A veces se incluyen las máscaras y, psicológicamente, estas son tal vez las más interesantes de todo el grupo, más a causa de sus aspectos sociales que estéticos. Cuando usamos una máscara cesamos en alguna medida de ser nosotros mismos; ocultamos a los demás tanto nuestra identidad como la expresión espontánea de nuestras emociones y, en consecuencia, no sentimos la misma responsabilidad como cuando nuestra cara está al descubierto; nos parece que, debido a nuestra irreconocibilidad y a la alteración de nuestra personalidad (persona = máscara), lo que hacemos mientras