Max Liebster

Un crisol de terror


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siete u ocho años y era demasiado pequeña para entender que huíamos con el fin de salvar la vida, pero estaba inquieta e irritable porque percibía nuestra preocupación. La humedad, las corrientes de aire en el interior del coche y la tensión nos helaban hasta los huesos. No sé por qué, tal vez por el frío y la ansiedad, Julius y Hugo se turnaban para salir del coche y dar patadas al suelo como caballos nerviosos. Al caer la noche decidimos no pernoctar en el bosque, donde habíamos aparcado los vehículos, pues podían venir los cazadores por la mañana temprano. Además, los coches no nos protegerían del frío. Ese lugar había sido un buen escondite durante el día, pero ¿y ahora?

      Decidimos ir a una posada aislada, situada en la zona más remota de las montañas Odenwald, donde nadie nos conocería. Como la niebla amortiguaba la luz de los faros y el ruido del motor, nuestro viaje a través de las montañas pasó más desapercibido. El desasosiego aumentaba a medida que nos acercábamos al lugar donde esperábamos pasar la noche. ¿Sería esta decisión nuestra ruina? Nosotros nos considerábamos alemanes. Los Oppenheimer estaban completamente integrados, tan solo su apellido les identificaba como judíos, y mi apellido, Liebster, era alemán y significaba “el más querido”. Mis primos siempre habían sido muy discretos. En Viernheim, ni siquiera colocaban el candelabro en la ventana, como hacían los demás judíos. Sin embargo, ahora temíamos ser descubiertos. En nuestros papeles, como en los de todos los judíos, constaban los nombres “Israel” o “ Sara”, por imposición de los oficiales nazis.

      Aquella noche en la posada me obsesionaba la idea de que el temor al nazismo se extendiera como una plaga por todo el país. La gente había cambiado tan repentinamente, que se hacía difícil distinguir entre el amigo y el enemigo. Me sentía como una presa solitaria acechada por una fiera desconocida e incomprensible.

      ❖❖❖

      JUDA VERRECKE!

      (¡Muerte al judaísmo!)

      (Eslogan nazi pintado en paredes y ventanas.)

      Desde el comienzo de su carrera política, Hitler denunció con vehemencia a los “peores” enemigos del Estado: los comunistas y los judíos. Su mensaje cobró fuerza con el apoyo de la propaganda del ministro Joseph Goebbels. En sus exacerbados discursos, Hitler prometía empleo, un volkswagen y mejor vivienda para la gente común (el volk). Las fábricas tenían que paralizarse mientras los trabajadores escuchaban sus arengas. En efecto, el führer proporcionó trabajo. Todas las mañanas pasaban por delante de nuestra tienda obreros con palas atadas a sus bicicletas. En vez de hacer cola para conseguir un poco de sopa, ahora tenían trabajo, quizás no el que les hubiera gustado, pero al menos podían ganarse el pan. Hiciese frío o calor, con niebla o lluvia, trabajaban nivelando el terreno a lo largo del río Rin para construir la primera autopista alemana, la “autobahn”.

      El judío extendió su garra con avaricia para arrastrar al

      granjero alemán al abismo; entonces vino Adolf Hitler

      y le detuvo, y ¡Alemania fue liberada!

      (Día especial de los granjeros alemanes.)

      Los granjeros empezaron a colaborar con el nuevo régimen, lo cual mejoró la economía. El gobierno tomó medidas para proteger de los prestamistas las propiedades de los granjeros, siempre y cuando estos pudiesen probar que eran de pura raza “aria”. Las masas celebraban la rápida recuperación económica y parecían ciegas ante el gradual estrangulamiento de la libertad. Aclamaban a Hitler como su salvador.

      Adolf Hitler, tú eres nuestro gran führer.

      Tu nombre hace temblar al enemigo.

      Tu Tercer Reich viene,

      solo tu voluntad se hace en la Tierra.

      Permítenos oír tu voz a diario

      y tennos bajo tu liderazgo,

      pues obedeceremos hasta el final, incluso con nuestras vidas.

      ¡Te alabamos! Heil Hitler!

      (Oración escolar.)

      Empezamos a oír afirmaciones como “Hitler quiere orden y decencia. Alemania debería apoyar a su líder”. El saludo Heil Hitler! reemplazó al saludo normal. Servía de constante recordatorio de que Heil, la salvación, viene mediante el führer. Parecía que todo el mundo estaba de acuerdo, lo quisieran o no. ¿Quién iba a atreverse a disentir en público? Cualquier voz disidente habría sido silenciada con la amenaza de “detención preventiva” en un campo de concentración. Yo mismo pude comprobar cómo nuestros propios clientes hacían oídos sordos a los horribles rumores sobre ciertas atrocidades que estaban empezando a circular.

      ¡Viernheim permanece leal a Adolf Hitler y a la patria!

      [...] ¡Viernheim es Alemania, y somos un gran pueblo,

      en una hermosa comunidad nacional!

      ¡Alemania y nuestro führer Adolf Hitler sobre todas las cosas!

      ¡Heil Alemania, Heil führer!

      (“Diario del pueblo de Viernheim, 30 de marzo de 1936.)

      Un trabajo seguro unido a la baja tasa de criminalidad y a comida en abundacia calmaba los ánimos de la población, así que pocos alzaban su voz en contra de los degradantes carteles que presentaban a los judíos como una influencia maligna. Las leyes iban restringiendo cada vez más nuestras libertades. El gobierno organizaba boicots contra los negocios judíos. A Julius y a su hermano Leo se les había forzado a vender su representación de golosinas a un “ario” por una cantidad insignificante. A pesar de que Leo tuvo que empezar a trabajar en una fábrica, Julius y Hugo se sentían seguros gracias a la buena relación que mantenían con sus clientes.

      La expresión “un judío decente” es una absoluta contradicción,

      ya que las expresiones “decencia” y “judío” son

      términos opuestos y excluyentes entre sí.

      (Diario del pueblo de Viernheim,1938.)

      Los periódicos publicaban historias inquietantes sobre los judíos. Aparecían señales que les prohibían la entrada a lugares públicos, como teatros o parques, y debido a su “sangre” inferior, no podían ser funcionarios del Estado ni profesores. El antisemitismo se había extendido incluso entre los alemanes cultos, que se apresuraban a ocupar las vacantes creadas por los académicos y profesionales judíos, a quienes