jamás y me molestaba que la cliente se podría hacer una idea equivocada.
La situación se me había escapado de las manos por lo que era lo mismo continuar y hacer cómo si nada.
La mujer también permaneció un momento en silencio, desorientada. Quizás preocupada, incluso.
Luego Virginia (este era su nombre como mi infalible olfato de investigador me descubriría dentro de un rato, al preguntárselo) en el intento, legítimo, de salir del impasse dijo algo que establecería irreversiblemente lo absurdo de las circunstancias: «Siéntese, por favor». ¡Había conseguido invitarme a sentarme en mi despacho! El plan B estaba ya a la deriva en pleno Océano Índico.
Pero aquellas palabras me hicieron reaccionar e intenté arreglar la situación. ¿Era o no un mago en la recuperación en tiempo real?
« ¡Ah, sí! Deberá perdonarme pero estaba muy concentrado en un caso muy complicado y también urgente. ¡Qué le vamos a hacer! Mi trabajo es así» dije separando los brazos y mostrando una sonrisa tonta.
De acuerdo con mis planes la interlocutora, llegado este momento, debería pensar algo del tipo « ¡Caray, menudo abogado tan ocupado, e incluso listo! quién sabe en qué caso fascinante estará metido».
Por lo que pude deducir por la expresión de la mujer, en cambio, la hipótesis más halagadora que se me ocurrió, sobre sus pensamientos, fue «Este es tonto».
Decidí afrontar la situación con decisión y encarrilarla por el camino apropiado: yo era el abogado –cuasi/aspirante –y ella la cliente. Y además una rompepelotas sin dinero, a la cual le había hecho el favor de recibirla sólo porque era amiga de unos amigos. ¡Qué diablos!
Completé la vuelta al escritorio y me senté a su lado, en la segunda butaca.
Durante aquel pequeño paseo Virginia miró alrededor y observó la habitación: tuve la clara sensación de percibir su consternación.
Intenté ser profesional.
«El abogado Spanna me ha anticipado algo, señora, pero solo a grandes rasgos. Como sabe, yo me ocuparé de instruir la cuestión, y a continuación se lo trasladaré todo a él para que lo evalúe. Es sólo una manera para ganar tiempo, de otra manera no la podría supervisar. ¿Querría explicarme de qué se trata?»
«Bueno, abogado… sí, es verdad… bueno… es una cosa… una cosa…. un poco complicada…»
La mirada de la mujer se hizo, si era posible, todavía más sombría y al pronunciar aquellas palabras descruzó las piernas, unió los talones y puso las manos sobre las rodillas. Mientras bajaba la mirada hacia el regazo encogió ligeramente los hombros, con un movimiento apenas perceptible.
El mensaje estaba clarísimo y lo habría sido también sin aquella larga pausa de silencio: embarazo, vergüenza, miedo, incomodidad. Todo junto.
Desde los ojos inmóviles en el mismo punto indefinido, sin que se moviese ni un solo músculo, aparecieron dos gruesas lágrimas a poca distancia una de la otra, y regando cada una la mejilla correspondiente terminaron su caída en la falda, produciendo un sonido atenuado, pero audible.
«Perdóneme.» La mujer dijo sólo dos palabras, en voz baja. Aunque su tono era normal no había ningún rasgo de emoción.
Esperé unos segundos. Luego intenté decir algo.
« ¿Quiere un poco de agua?»
«No, gracias»
Había cogido un pañuelo de papel del bolso y se estaba limpiando las mejillas con cuidado.
«El abogado Spanna me ha hablado de algunos problemas, digamos, de pareja. ¿Comenzamos por ahí?»
« ¿En qué sentido?»
«En el sentido de que usted es la parte ofendida, ¿o la acusan de algo?»
«Creo que las dos cosas. Además no se bien si usted quiere saber sobre asuntos penales o causas civiles…»
«No, señora, no existen causas civiles, salvo casos muy particulares. En el derecho civil, por lo general, se comparece ante un juez.»
« ¡Ah!» ¿Y qué diferencia hay?
Una de las preguntas más temidas por todos los abogados de la tierra se había materializado. Algunos clientes hacen preguntas que requieren horas para ser respondidas y que después, por lo general, no asimilan. Si no respondes, eres evasivo. Si te extiendes demasiado, eres un maldito pesado.
«Si alguien no respeta una ley o un contrato, que tiene fuerza de ley entre las partes, como se dice en jerga, y provoca un perjuicio, puede acudir a un juez, obligando a comparecer delante de él a quien le ha causado este perjuicio. Este sujeto, por este motivo, se llama demandado. El juez deberá decidir si ha habido o no una infracción, si ha habido un perjuicio y cuál seria la indemnización y la condena, en el caso de que se llegue a un resarcimiento. En el derecho penal la cuestión es un poco distinta, porque según la ley algunas infracciones asumen la categoría de delito dado que la legislación piensa que es realmente importante el principio violado, que se llama bien jurídico protegido. A esta infracción, por lo tanto, se asocia una pena, una punición, que consiste en una pena restrictiva de la libertad personal o una pena pecuniaria.»
La mujer me miró con aire interrogativo.
«Le pongo un ejemplo: si usted no respeta una señal de stop y causa un accidente en el cual alguien se hiere gravemente comete un delito civil. La parte afectada por su comportamiento, por lo tanto, podrá convocarla ante un juez civil para el resarcimiento. Por el mismo comportamiento, sin embargo, usted podrá ser condenada por las lesiones causadas, porque el ordenamiento jurídico considera punible el tipo de infracción que usted ha cometido. El derecho a asegurarnos de que la calle no sea una especie de far west, por decirlo de algún modo, es el bien jurídico protegido por el ordenamiento. Para resumir: en lo civil la condena tiene una función indemnizadora, en lo penal tiene un valor punitivo. Esto, naturalmente, en pocas palabras. La realidad es un poco más compleja, pero el concepto, en síntesis, es este.»
Virginia me miraba con una actitud entre perpleja y reflexiva.
«Todo esto mi abogado no me lo ha explicado nunca» dijo por respuesta.
Fruncí el ceño
« ¿Ya ha consultado con un abogado?»
«No» respondió ella. «Desde hace días que ya no lo es. Es una de las razones por las que me encuentro aquí.»
Al pronunciar estas palabras separó del regazo la bolsa en donde la había colocado cuando se había sentado. Un saco de tela multicolor, de fabricación étnica. Probablemente india. Pero al cogerla lo hizo por sólo una de sus asas, los laterales se abrieron y la bolsa casi se deslizó, dejando ver su diverso contenido. Al intentar parar el movimiento de rotación que la habría hecho caer, tiró bruscamente de uno de los bordes, y un objeto, a causa de su largura, alcanzó la salida acabando pesadamente en el suelo. Mi encontré mirando fijamente, con una mirada que no escondía mi estupor, un gran cuchillo de submarinismo, con su inconfundible mango negro, puesto en su funda para el muslo, que ahora se encontraba a los pies de la mujer, contrastando de manera absoluta con la imagen frágil y agraciada del ser que lo llevaba consigo.
La cuestión, sin lugar a dudas, era seria.
Por otra parte Spanna me había avisado: a aquella mujer, de apariencia angelical, le faltaba un tornillo.
«Per… perdone… yo… yo no… no es mío… no se cómo… en fin…» farfulló.
«Esté tranquila» dije con tono tranquilo mientras recuperaba el cuchillo devolviéndoselo por la empuñadura. «De todas formas, le desaconsejo pasear con una cosa semejante en el bolso. En ocasiones podría crear problemas.»
Había sido aposta enigmático, pero era la mayor diplomacia que podía utilizar.
«Ahora, señora, dígame el motivo de su necesidad de asistencia