Cuando regresé a la Iglesia, estaba realmente perplejo por los escándalos causados por sacerdotes, religiosos infieles con sus vidas homosexuales, la pedofilia, efecto directo del homosexualismo y tantas otras que da vergüenza mencionar; la acogida masiva por religiosos a todo tipo de enseñanzas paganas como el yoga y sus filosofías, medicinas alternativas esotéricas, magia, técnicas de control mental, eneagramas, supersticiones en todos los niveles y orígenes, herejías e ideologías marxistas, en fin, la lista es interminable.
¿Qué hacer frente a un problema tan grave? ¿Se puede uno mantener callado e inactivo al frente de esta situación? ¿Podríamos enfrentarnos a Satanás, sin temor y con valor? ¿Estaríamos dispuestos a dar la vida por la Iglesia del Señor? ¿Es posible contribuir al cambio? ¿Hay alguna esperanza?.
¿Por qué somos tan indiferentes con lo que está sucediendo al interior de la Iglesia? ¿Será que no entendemos quiénes somos realmente? ¿O quizás no conocemos el poder que nos ha sido dado por nuestro Señor Jesús?.
Hoy en día se encuentran parroquias en muchas partes del mundo donde se están cometiendo sacrilegios tan grandes, que parece que fuera el fin, porque esos sacerdotes, ya no son católicos, son verdaderos hijos de las tinieblas y lo más triste es que ya han hecho tanto daño a sus congregaciones, que muchos fieles se han unido a esta oscuridad, no pueden escuchar la verdad porque les causa ira y desesperación; en muchas oportunidades he estado cerca de ser agredido físicamente por personas muy disgustadas después de una de mis conferencias en algunos de estos sitios , porque he tratado la existencia del infierno y de las fuerzas del mal como seres espirituales reales, porque he hablado del pecado y les he recordado sobre el sacramento de la Confesión. Esto me lleva a San Pablo en 2 Timoteo 4, 3-5: "Pues vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a medida de sus pasiones para halagarse el oído…".
Ser un verdadero católico es estar consciente de la misión que Dios nos ha encomendado desde que fuimos bautizados, es ser testigos de su Reino, proclamar su Palabra con nuestro testimonio de vida.
Sí hay esperanza, pero depende de nosotros, de nuestra conversión, de despertar a una verdadera vida cristiana. Sí debemos atrevernos a dar nuestra vida por el Señor, por su Iglesia; no debemos tener miedo del maligno por testificar la verdad ante los que la han ignorado o no la conocen. Sí hay remedio, debemos comenzar por casa y hacer cambios en nuestras vidas primero, para que así el Espíritu Santo comience a caminar con nosotros llevando a cabo la obra de rescatar las almas.
Armadura Espiritual
Vivimos en un mundo globalizado y como cristianos no podemos desconocer aquello que se evidencia en nuestra civilización, una humanidad que pretende alcanzarlo todo por medios humanos independientes de Dios. Lo vimos claramente en la Torre de Babel y de nuevo en las metrópolis de hoy, es una conducta humana innata que llevamos marcada en nuestra naturaleza.
Hoy estamos enfrentados a un mal mayor que la Torre de Babel, una sociedad que no solamente ha fabricado sus propios dioses, como lo hicieron muchas generaciones pasadas, sino que también ha utilizado el nombre de Jesús como objeto comercial utilizando el Evangelio como antorcha de prosperidad material.
Sin duda, se ha fabricado un falso Jesús. Es un mundo donde se oye mucho acerca de Él pero se ve muy poco del Señor en el corazón de las personas. Ser cristiano significa estar crucificado con Jesús, morir al pecado, a sí mismo y dar la vida entera por Dios, ser cristiano significa convertirse en otro Cristo.
Desde el momento mismo de nuestro Bautismo, hemos sido crucificados con Él; cuando recibimos la Primera Comunión, comenzamos a ser alimentados con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, fortaleciendo en nosotros esa vida sobrenatural recibida en el sacramento del Bautismo. En la Confirmación, por medio de la imposición de manos del obispo, recibimos el Espíritu Santo en una forma extraordinaria y somos enviados por la Iglesia a cumplir con nuestra misión evangélica, a vivir nuestra vida de manera irreprochable para convertirnos en antorchas de esperanza y de salvación de muchas almas que Dios colocará cada día en nuestro camino, y seremos responsables de ellas ante el Tribunal de nuestro Señor Jesucristo al final de esta vida.
Somos como David con la roca que es Cristo, armados para derrotar los gigantes más grandes del infierno, la lucha es contra los espíritus caídos que viven en la eternidad fuera del tiempo y el espacio y aunque estamos viviendo esta lucha en el mundo material, en realidad es una batalla espiritual, porque se relaciona directa y estrictamente con la salvación eterna de toda la humanidad. El campo de batalla se encuentra dentro del reino invisible del mundo espiritual, en contra de los poderes del demonio. Así lo leemos en la carta de San Pablo a los Efesios 6, 12: "Porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires".
La Iglesia militante en la tierra hace parte de una trinidad de Iglesias. Las tres como un único cuerpo y un sólo ejército que combaten unidos con un solo fin: la salvación de las almas. Esta trinidad está compuesta por:
•La Iglesia Triunfante del cielo,
•La Iglesia Sufriente del purgatorio,
•La Iglesia Militante en la tierra.
Un católico necesita reconocer la misión que Dios le ha encomendado, la inmensidad de su tarea y el poder de su Iglesia; de otra manera, será como un soldado dormido en medio de la batalla y perecerá durante su sueño.
Haber nacido como católico no es un accidente. Es una gracia de Dios ser exorcizado a través del sacramento del Bautismo, liberándonos del pecado original y de toda atadura de los antepasados. Ser leal a las Tradiciones Sagradas es encontrarse en un estado de obediencia que nos hace libres. El mal ha tratado, y tratará hasta el final de los tiempos, de dividir la Iglesia del Señor, y podemos observar en la Historia Sagrada que lo ha logrado en varias oportunidades, y algunas de estas divisiones, posiblemente perdurarán hasta los últimos días.
Jesús nos dio un ejemplo perfecto de obediencia a la Sagrada Tradición, permitiendo ser circuncidado en la carne al octavo día de su nacimiento, Él nos dijo: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud" (Mt 5, 17).
Darle plenitud a la Ley y los Profetas en este caso, fue el abolir la circuncisión de la carne y reemplazarla por la del corazón, pero esto ocurriría después de ser su pasión consumada, mientras tanto, obedeció a las tradiciones judaicas al cumplir con dicho requisito.
Preparación para la batalla
Estar conscientes de quiénes somos como hijos escogidos de Dios y ser llamados a formar parte de su Iglesia Militante como miembros activos, significa entrar en batalla espiritual, convirtiéndonos en verdaderos instrumentos de su Reino.
El conocimiento de la Ley de Dios y sus profetas, la compenetración espiritual con la profundidad del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, la herencia apostólica que nos provee la Iglesia con el depósito de la fe, enriquecido por siglos de batallas contra el mal y por la sangre de los mártires que dieron su vida para que la Iglesia continúe su peregrinar hacia la Parusía, hacia la segunda venida de Cristo nuestro Señor, guiada permanentemente por el Espíritu Santo; hacen parte de nuestra preparación ya que ésta comienza con nuestra formación cristiana.
El recibir los sacramentos de la Confesión y la Santa Eucaristía con frecuencia, es condición vital para vivir en forma adecuada las exigencias de la batalla que tenemos que librar para poder cumplir con nuestro deber cristiano. No será posible ganarle al mal si no somos fieles a Dios, si no somos constantemente fortalecidos por estos dones sacramentales y por una vida de oración perseverante y sincera.
No es posible poder utilizar las gracias del Espíritu Santo, si no estamos luchando contra nuestras flaquezas, nuestras imperfecciones, buscando en todo momento superar las tendencias innatas que llevamos hacia el pecado. Dios es justo y misericordioso y si esta lucha es sincera, gozaremos de su amor y nos proveerá por medio de su Iglesia, todo lo que necesitamos para defendernos