siempre nuestros pasos hacia Dios, debemos asegurarnos de no tener ningún compromiso con el pecado. Es verdad que por nuestra naturaleza mortal que no puede escapar a su imperfección, caeremos en muchos errores que nos harán pecar; pero el secreto para superar este mal es estar conscientes de ser humildes y aceptar esas caídas con amor y resignación, sin tardar en levantarnos con prontitud, recuperando la amistad con Dios sin culpa y sin miedo, pero con un sincero arrepentimiento que se expresará a la perfección por medio del sacramento de la Confesión.
La voluntad de Dios será perfectamente clara para quien esté atento a Su llamado; estar atento es vivir en fidelidad a Él.
Dios está presente en medio de nuestras flaquezas y así como le dijo a San Pablo en 2 Corintios 12, 9: "Mi gracia te basta. Yo me glorifico en tu flaqueza". Necesitamos saber y creer de corazón en esto. El Señor es misericordia infinita. Solamente el hecho de detestar el mal que hay en nosotros y sinceramente renunciar a él, hace que ante Dios, este mal se convierta en fortaleza por la gracia de su Misericordia, porque Él sabe que no consentimos ese pecado, cualquiera que sea contra el que estamos luchando.
San Agustín nos enseña que nuestras raíces están arriba, no abajo, estamos plantados en Dios, no en la tierra. No padecemos de la ley de la gravedad que nos inclina a sembrarnos en lo material, sino que por el Espíritu Santo, ahora nos alimentamos con la savia que recogemos del estar arraigados en la Gloria del Señor.
La vida en obediencia a Dios, nos colmará de una luz que enceguecerá al enemigo, el débil será hecho fuerte en Dios, aquellos que son fieles a pesar de su debilidad, serán hechos fielmente fuertes y capaces de vencer al enemigo del alma. Dios fortalecerá a su gente en cada batalla, en cada momento y en cada situación; aún frente a la más desafiante armada del mal, todo será destruido por la mano del Todo Poderoso, Él nunca dejará abandonado a Su pueblo fiel.
Alimento Espiritual
¿Cuándo puede decirse que estamos listos para recibir alimento espiritual sólido? ¿Qué es alimento espiritual sólido?. Bien lo explica San Pablo en 1 Corintios 3, 1-3: "Por mi parte, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os dí a beber leche, no limento sólido, pues todavía no podíais soportarlo; ni siquiera ahora podéis, pues sois todavía carnales. Porque mientras haya entre vosotros envidias y discordias, ¿no continuáis siendo carnales y comportándoos a lo humano?".
El ser bautizado en Jesucristo como católico es estar crucificado con Él. Es haber sido liberado del pecado original y llamado a una vida de obediencia a Dios, diferente por ejemplo, a la de un pagano aparte del camino de toda filosofía o religión que no provenga de Dios. La razón es: la Eucaristía. Jesús no fue reconocido por los discípulos de Emaús a pesar de haber caminado un largo trecho con ellos, hasta que lo vieron en el momento de la partición del pan (Lc 24, 28-32), esta fue la primera revelación hecha a nosotros de Su presencia real en el Pan y en el Vino. Por lo tanto, cualquiera que a pesar de ser bautizado como católico, niegue que Jesús está vivo y presente en la Eucaristía, niega a Cristo, y no tendrá la conciencia necesaria para consumir el alimento sólido del Espíritu de Dios. Muchos cristianos enfrentarán a Jesús, el Divino Juez, con un alma muy débil, un alma que ha sido alimentada únicamente con leche espiritual, alimentación que no lo llevará directamente al cielo. Aunque salvada, está alma deberá purificarse en el Purgatorio antes de poder entrar a la plenitud de la gloria de Dios, así como se manifiesta en 1 Corintios 3, 13-15: "La obra de cada uno quedará al descubierto. Pues el día la pondrá de manifiesto, porque se revelará con fuego, y el fuego probará el valor de la obra de cada uno. Si la obra que uno edificó permanece, recibirá el premio, si su obra arde, sufrirá daño; sin embargo, él se salvará, pero como a través del fuego".
El alimento sólido es una gracia que sólo proviene de Dios. Él nos hará tan fuertes como sea necesario para soportar las presiones de la batalla en cualquier nivel de combate. Cuando un cristiano se prepara para recibir alimento sólido deberá asumir un compromiso incondicional de fidelidad a Dios, un caminar hacia la santificación.
Pasar de ser alimentado con leche a ser nutrido con alimento sólido, es hablando espiritualmente, como pasar de la adolescencia a ser adulto.
Es muy fácil identificar a un católico que no está recibiendo alimento sólido, por su comportamiento y actitudes ya que son débiles para enfrentar las pruebas de la vida y sobre todo, la incapacidad para defender la fe.
El llamado de Dios hoy y siempre es a mantener una fe sólida que conlleva a una verdadera conversión del corazón. Es la única forma de realizar la buena batalla del Evangelio. El ejército del enemigo del alma está afuera con todas sus armas sin desperdiciar un segundo para sacar provecho, empleando cuanta oportunidad podamos ofrecerle para devorarnos (1Pe 5, 8). Esta es la última batalla del bien contra el mal para las almas encarnadas en la tierra que aún caminan en el exilio.
Un católico que está armado, perfectamente capacitado para defender su vida, su misión, en fidelidad a Dios, será fortalecido por la Eucaristía y lo guiará a un alto nivel de vitalidad espiritual y el Espíritu Santo lo utilizará en campos de batalla muy exigentes. Entre más nos concentremos estratégicamente en nuestra vida diaria, más misiones recibiremos del Espíritu Santo y nuestra vida dará abundantes frutos, lograremos permanecer en perfecta paz y alegría, intimidando cualquier enemigo del alma que se atreva a interponerse en nuestro camino. Podremos darle tranquilidad y esperanza a los débiles, bendecir a toda la Iglesia Militante y generar gran gozo a los santos ángeles y a toda la corte celestial.
Estos son tiempos en los cuales un católico es llamado a ser fiel como nunca antes. La gente en general está sedienta de Dios pero aún no lo sabe. Buscan algo que no son capaces de describir o explicar. La razón es esta: nos estamos acercando como familia humana al final de los tiempos y cada alma en la tierra, sin importar la raza, nacionalidad, condición cultural o religiosa, cada uno sin excepción, está sintiendo un gran vacío interior que debe ser llenado. El mal está presto para atender dichas necesidades y pretenderá ocupar los vacíos disfrazándose de verdadera luz; es por esto que Jesús nos advierte de estos tiempos, diciéndonos que aparecerán muchos falsos profetas enseñando todo tipo de fábulas, filosofías e ideologías de la oscuridad (Mt 24, 3-14).
Podríamos dividir a los seres humanos en dos grupos: aquellos con un sentido espiritual de la vida y los de una vida muy racional y materialista.
Entre estos dos grupos es posible identificar una serie de ramificaciones: el grupo espiritual puede abarcar muchas dimensiones, ser espiritual no necesariamente significa conocer al Espíritu Santo, ya que puede incluir todo tipo de espiritualidades, el sólo hecho de que una persona tenga inclinaciones espirituales lo hace ya receptivo a ese mundo, el cual también abarca los estados del bien y el mal.
Hoy encontramos una abundante gama de espiritualidades como nunca antes. Toda posible filosofía, ideología, teosofía, paganismo, esoterismo, ocultismo, magia, ciencias humanas ateístas, están disponibles a través de todos los medios y en todos los mercados; incluyendo toda área posible de adivinación, encantamiento, sortilegios y la más amplia selección de tratados y antiguas prácticas satánicas, entre otras. Todas estas diferentes modalidades de espiritualidad las podríamos llamar "espiritualidad de las tinieblas".
La Iglesia Católica es poseedora de la gracia santificante que hemos recibido por intermedio de Jesucristo, somos el Pueblo de Dios, un pueblo que ha sido escogido para defender las almas del demonio. Cualquier otra forma de participar en los campos de batalla espiritual expondrá las almas a un territorio abierto totalmente vulnerable a la actividad de las fuerzas de la oscuridad, por carecer de la autoridad espiritual dada por Cristo a la Iglesia contra éstas fuerzas , Jesús le dio esta autoridad a la Iglesia a través de San Pedro y que se evidencia claramente en Mateo 16, 19: "Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos".
La obediencia estricta a la jerarquía de la Iglesia es fundamental en el servicio de los hijos de Dios. La primera prueba y la más grande de un católico es la capacidad de someterse a ésta a pesar de su condición humana imperfecta y de presentar las mismas