a las reglas de la milicia celestial y nos permite luchar de manera efectiva contra los enemigos del alma.
Estar en contacto con esta realidad espiritual conduce al cristiano a lo largo del camino del bien y desarrolla dentro de su corazón las semillas de la verdad que le han sido implantadas desde el Bautismo. Esto activará los dones del Espíritu Santo y darán fruto abundante en la lucha espiritual de la Iglesia Militante en la tierra.
Debemos entender que ser fieles a Dios significa estar en armonía con el ejército celestial; los Santos y los Ángeles de Dios. Todo aquello que no podemos ver del mundo espiritual, debido a nuestra naturaleza material, está protegido por los espíritus de Dios que están con nosotros como parte de la misma familia de Dios a la que pertenecemos; ellos complementan y balancean lo que nos hace falta para ser plenamente eficaces cuando nos enfrentamos a las fuerzas espirituales enemigas.
Los espíritus de Dios son los ojos de nuestra alma, y en unión con ellos formamos un cuerpo perfecto dentro del cual no hay oscuridad.
Como cuerpos intelectuales, ellos actúan a través de nuestros sentidos, instintos e imaginación, también se comunican con nosotros en el campo de nuestros sueños y trabajan con toda la información que hemos acumulado durante nuestra existencia terrenal, tienen un inmenso territorio de acción dentro de nosotros en el cual son capaces de asistirnos hasta en el más mínimo detalle estratégico o en la simple vida cotidiana.
Sin embargo, no invaden nuestra privacidad. No actuarán en ningún área de nuestro ser a menos que estemos buscando obedecer la Ley de Dios, y estemos en perfecta armonía con Su voluntad.
Ser fieles al llamado de Dios es estar abiertos a los dones del Espíritu y los Santos Ángeles de Dios son los guardianes de éstos. Es importante anotar que por causa del pecado original estamos disminuidos en nuestra naturaleza humana, la cual debido a su estado de mortalidad es imperfecta, por esto, al unirnos con los Ángeles de Dios, ellos nos complementan y fortalecen en todas nuestras carencias y debilidades, nos convierten en una verdadera unidad espiritual al estar con nosotros.
Es claro que una parte del ejército de los Ángeles de Dios son los Santos, tan pronto entramos en la Gloria de Dios nos hacemos parte de éste, es por ello que Jesús en una discusión con los saduceos sobre la resurrección dijo: "Seréis como ángeles" (Mt 22, 30). Nuestro Ángel Guardián pertenece a un coro de Ángeles y su espiritualidad es aquella que ha sido escogida por Dios para nosotros, y será la luz que nos guía por este destierro hasta llevarnos a la plenitud del Reino de Dios. En el momento en que el alma entra en la morada eterna se adherirá permanentemente a los coros angelicales. Esto no significa que seremos convertidos en estos hermosos seres; pues hemos sido creados para ser seres humanos de manera perpetua, pero perfectos como ellos.
El verdadero misterio de lo que significa el Cuerpo Místico de Cristo está más allá de la comprensión humana, debemos abandonarnos en el misterio y confiar en Dios hasta el punto de obedecerle a pesar de no entender los misterios de la fe. Esto en sí mismo nos coloca en una posición muy ventajosa; ya que nos unirá con el Padre Celestial y nos conducirá directamente a la formación celestial donde la voluntad de Dios será cada vez más clara.
El poder invisible de Dios
No hay mayor alegría en el cielo que ver una persona fiel a Dios en la tierra, que a pesar de no poder ver el mundo espiritual, está luchando perfectamente unido a Él en fe contra un enemigo invisible, con armas impalpables, al lado de fuerzas amigas incorpóreas que lo apoyan y en las cuales confía incondicionalmente.
Esto es magnífico porque es en un espectáculo de santidad que no podría lograrse fuera de la voluntad de Dios; es el milagro de la redención en Jesucristo, un don sobrenatural.
Aún el más pequeño hijo escogido de Dios en la tierra, si combate en perfecta obediencia a Jesucristo nuestro Señor, es capaz de defenderse del más grande de los gigantes del infierno. Es grande el poder dado al ejército de Dios contra las fuerzas de Satanás: "David con una piedra derrota a Goliat" (1 Sam 17, 48-52).
Si supiéramos un poco sobre el poder del ejército al que pertenecemos como cristianos, seríamos más fieles, valientes y felices. El mundo nos seduce de tal forma que nos hace perder la mayor parte del valioso tiempo de nuestra preciosa vida. Por supuesto, todo es parte de la estrategia del enemigo para agotar la fuerza de los hijos de Dios, haciéndonos ignorar los dones de nuestra fe.
Es triste ver una gran parte de la grandeza de Dios desconocida por los cristianos que deciden seguir los caminos del mundo, es decir, ver a Jesús nuevamente crucificado.
Encontrar nuestro lugar dentro del destino que Dios ha trazado, es descubrir lo más importante de nuestra vida: nuestra misión, que es creer que Dios todo lo sabe y todo lo puede.
Entonces, ¿a dónde nos lleva esto?. A comprender que abandonarnos en su Santa Voluntad nos dará la paz, esa certeza de estar bajo sus alas de amor y protección y que Él tiene un plan perfecto para nosotros.
Pero ¿abandonarnos a su voluntad?, ¿qué significa esto?, ¿cómo se logra?.
Es creer que Jesús es el Señor, confesando nuestra fe en Él, es aceptar los misterios de nuestra fe católica sin cuestionarlos y atrevernos a obedecerlos, a pesar de no entenderlos muchas veces; es seguir las enseñanzas del Evangelio como nuestra verdad absoluta y por la cual vivimos; es someternos a los Diez Mandamientos revelados a Moisés por Dios en el Monte Sinaí; es entender la doctrina como un mapa y una brújula con los que orientamos nuestra vida por este peregrinar del exilio terrenal; es aceptar que debemos llevar una vida piadosa libre de las prácticas del mundo y de la esclavitud de las pasiones desordenadas de la carne; es ser de Dios y no del demonio y el mundo.
Haber encontrado la fe católica de manera consciente es haber tenido una experiencia personal con Jesucristo, una renovación en la que todo el contenido de los tesoros de nuestra fe comienzan a tener un perfecto sentido para el alma y para el corazón, llevándonos a asumir una vida con Dios donde todo está relacionado con Él y es para su Gloria.
Descubrir el poder de la Iglesia Católica es hallar el verdadero tesoro, es reconocer que Dios está vivo entre nosotros caminando paso a paso a nuestro lado, enriqueciéndonos con los maravillosos dones que nos ha heredado por medio de su Santo Espíritu.
Enfrentar al enemigo es posible siendo fieles Dios, de lo contrario, nos derrotará con su astucia por estar aun sometidos a sus seducciones. Es cierto que siempre tendremos que luchar contra el pecado que anida en nosotros y que por mucho que luchemos contra éste, inevitablemente algunas veces perderemos la contienda y caeremos, es por ello que Jesús nos dejó el Sacramento de la Confesión para que logremos reconciliarnos lo antes posible y recuperemos nuestra fuerza espiritual. Tenemos que permanecer en vigilancia y alta disciplina.
Para entender este lenguaje de batalla espiritual es necesario primero asimilar bien lo que significa estar activo en ésta. De otra manera, se ingresa en un campo intelectual que solamente alcanzará una experiencia trivial, que es lo mas típico hoy en nuestra Iglesia. Es muy común encontrar un clero superficial, escéptico a la visión sobrenatural del Evangelio, pero perfectamente estructurado en la Doctrina, en la Ley que es la condición académica de su formación sacerdotal.
El uso de las armas de la fe
Si aspiramos a estar perfectamente alineados con el Ejército de Dios, necesitamos una comprensión muy clara de los niveles de responsabilidad que están asociados con la fidelidad a Dios. Debemos ser íntegros y decididos para no tener negociación alguna con las fuerzas del mal; de lo contrario, las armas que estemos utilizando para un determinado combate espiritual pueden ser arrebatadas por el enemigo, por no encontrarnos actuando entre el bien y el mal eficazmente. Esto pondrá en peligro nuestra defensa y nos dejará totalmente vulnerables ante el enemigo.
¿Cuáles son las armas del Católico?
La sangre de Cristo derramada en la Santa Cruz y los Sacramentos son columnas de los dones del Espíritu Santo para la Iglesia; con esa sangre pagó nuestro Señor por todos nosotros y en esos Sacramentos,