el significado de ser espiritual. ¿Cómo puede combatirse un enemigo espiritual invisible, si no reconocemos que también somos espíritu, designados a enfrentar los espíritus de la oscuridad que fueron creados inicialmente superiores a nosotros? ¿No es esto muy importante?. Debemos comprender que realmente estamos calificados para derribar los imperios del mal, aunque hayamos sido creados inferiores a ellos; éste es el milagro de la Encarnación de Jesucristo nuestro Señor, quien hizo esto posible para nosotros.
Él se hizo hombre y nos liberó del demonio; Él pagó nuestra deuda adquirida con el pecado original con Su propia sangre; por lo tanto, debe ser claro para nosotros que los medios para combatir contra el enemigo son de origen sobrenatural; no podríamos ganar ni una batalla sin haber recibido la gracia para lograrlo.
No hay forma de sobrevivir esta vida terrenal sin ser espiritual, seamos bautizados o no. Todos tenemos un alma y sin importar lo que podamos pensar o creer, esto no cambiará; es un hecho que lo invisible es la realidad permanente y lo visible es la realidad temporal.
Somos seres espirituales temporalmente desterrados, en un estado material donde el alma es iniciada en la lección del amor; fuerza que hace posible a la existencia humana trascender hacia la promesa eterna de la salvación dada a todo cristiano por nuestro Señor Jesucristo.
Debemos someternos a las Leyes de Dios, en obediencia a Sus mandamientos y no parece ser tan fácil y sencillo para la civilización de hoy, los seres humanos están tan alejados de la verdad que no entienden el lenguaje del espíritu, no alcanzan a concebir la obediencia a un Dios que es invisible a su condición humana.
Nuestra religión católica se ha convertido en algo definitivamente absurdo para esta cultura de muerte, en una amenaza a los estados producidos por el materialismo. Los católicos débiles en la fe se avergüenzan de su propia religión.
Preparación para servir
¿Cómo hacemos para comprender nuestra fe y encontrar nuestro lugar y posición dentro de ella?. Podemos comenzar por descubrir cómo ha llegado la fe católica a nosotros. Hay católicos que fueron iniciados a través de una herencia intergeneracional que puede haber existido desde hace muchos siglos y son bautizados en el momento de su nacimiento, los conocemos como católicos de cuna y hay otros que han sido llamados más tarde bajo diferentes circunstancias.
El verdadero comienzo espiritual de cada uno se da en el momento del Bautismo, en este santo sacramento se encuentran los cimientos de nuestra vida cristiana. Ser bautizado es ser exorcizado de todo vínculo con el pecado original y de toda relación pecaminosa transmitida por nuestros ancestros.
El católico que es llamado desde muy joven a una vida activa y comprometida con la Iglesia, está claramente preparado desde siempre para responder a éste. Se distingue por su disciplina y santidad, así como la disposición de obedecer la Ley de Dios sin ninguna duda o esfuerzo, goza de un temor de Dios auténtico (Mt 11, 30). Un católico así ha sido convocado a generar un profundo y trascendental impacto en la batalla espiritual de la Iglesia contra el imperio del mal. Ser llamado tan temprano en la vida, es haber nacido perfectamente preparado para ser un importante instrumento de Dios, para ser un arma letal contra el mal.
Todos somos llamados a entrar en plena actividad a la Iglesia en diferentes etapas de la vida; algunos posiblemente muy poco antes de abandonar esta morada terrenal y otros, no alcanzan a obedecerlo por estar dormidos en el sueño de esta vida.
Quienes son llamados más tarde en la vida, atraviesan una enorme lucha interior debido a la batalla constante contra las fuerzas del mal, el enemigo sabe que este individuo está escogido por Dios. Quien tiene un llamado tardío debe enfrentar un enemigo que comprende su potencial contra las fuerzas del mal , que conoce su misión; sin ser aún muy consciente de ello, debe luchar en una batalla silenciosa y misteriosa contra un enemigo que busca sumergirlo en las profundas aguas del mundo material, y en el cual espera que perezca antes de que llegue el momento de su llamado. Siempre algo muy profundo en el interior le dice que tiene una misión especial en su vida.
¿Por qué Dios no permite a sus propios escogidos tener un conocimiento claro sobre la misión para la cual los creó y la naturaleza del llamado tardío a su ministerio?.
En realidad, Dios revela a cada uno de sus hijos todo lo relativo a sus batallas por medio del depósito de la fe y la doctrina de la Iglesia, proporcionándoles todas las advertencias e información necesarias para defenderse y enfrentar el mal. Cada uno es llamado a ser fiel y obediente a las leyes de Dios, esta es la primera vocación de todo cristiano bautizado.
Debemos estar siempre preparados para cuando el Señor nos llame, ya sea para entrar en la plenitud de la misión para la que fuimos creados o para cruzar el umbral hacia la vida eterna.
El Evangelio establece claramente los asuntos relacionados con los deberes y responsabilidades cristianas. Pero el cristiano de hoy se enfrenta a una lucha enorme con las propuestas del mundo, muchas voces le están hablando desde los estadios del materialismo, del consumismo, del relativismo y son difíciles de resistir, pues sus propuestas son muy seductoras, le hacen culto a los sentidos, a los instintos y enriquecen la razón con argumentos que justifican las comodidades y placeres de esta civilización moderna.
El discernimiento de muchos católicos y su fe se están debilitando tanto, que es similar a la fe de un cristiano de secta, lleno de errores teológicos y de gran confusión religiosa.
Todo esto hace a los escogidos demasiado vulnerables a las trampas de Satanás, son tiempos de máxima alerta. De ninguna manera podemos ser laxos y estar adormecidos frente a nuestros deberes cristianos. La acción requerida, incluso para aquellos que claramente no se encuentran muy dinámicos, es la de estar listos para entrar en acción y al servicio en la viña del Señor, de modo que sólo nuestra presencia constituya un puesto de centinela, donde las fuerzas del enemigo tendrán que retroceder antes de atreverse a pasar por el territorio que estamos defendiendo.
Aunque no seamos conscientes de nuestra fortaleza espiritual, de nuestro poder contra el enemigo, hacemos nuestra parte por el simple hecho de estar ahí en medio de la batalla, porque somos el Pueblo de Dios. Este hecho en sí mismo nos pone en una posición fuerte, donde el enemigo no tendrá ningún poder sobre el territorio que estamos defendiendo. Lo anterior se asemeja al guardia en la puerta de una joyería, debidamente armado, de tal forma que los ladrones consideran que este sitio no es propicio para un robo, el guardia no logra saber quién de aquellos que pasan frente al almacén es un ladrón, pero su presencia y fortaleza permiten dar seguridad a este negocio en particular.
No hay mucha diferencia entre este guardia y un hijo de Dios que está despierto y alerta defendiendo el territorio de las almas que le han sido encomendadas, manteniéndose fiel en su posición todo el tiempo.
¿Cuál será esa posición?. Es simplemente el sitio que ocupamos en nuestra vida diaria viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios, a pesar de desconocer completamente cómo están operando las cosas espiritualmente.
Podríamos colocarnos al lado de San Juan, el apóstol del amor, al pie de la cruz y contemplar cómo fue capaz de caminar con Jesús todo el trayecto del Calvario y presenciar su crucifixión y muerte. San Juan fue testigo del padecimiento del Señor a pesar de no entender lo que estaba sucediendo, él sabía que su Maestro era Dios, lo había visto transfigurarse y había sido testigo de casi todos los milagros realizados por Jesús, reconociéndolo como el Salvador y observando el escenario inverosímil que había permitido, cuando sus propias criaturas lo golpeaban y humillaban, San Juan aceptó todo esto como algo que tendría que ocurrir de esa forma, sólo por el amor que tenía a su Maestro y su fidelidad para entender la voluntad de Dios en su Hijo y que repercutiría en la salvaciòn de la humanidad.
Esta actitud del apóstol más joven es la dirección que nuestra fe debe tomar, es la ruta que nuestros corazones deben seguir, es el ritmo en el que todo nuestro ser debe mantenerse mientras vamos remando por las aguas de esta vida temporal.
No hay otra forma en que el cristiano pueda cruzar el desierto de esta vida terrenal más que tomando las armas espirituales de los Sacramentos y haciendo frente a las adversidades de cada día con audacia, con la certeza de estar del lado