Морган Райс

El Reino de los Dragones


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usarlas como cuchillas de ser necesario.

      –Demasiado finas para ellos —murmuró Devin para sí.

      Tomó la espada que estaba forjando y la contempló. Estaba lista. La calentó una vez más y se aprontó para sofocarla en la larga tina de aceite oscuro que la esperaba.

      Pudo deducir por la forma en que levantaban las armas y las agitaban que la mayoría de ellos no tenía idea de lo que hacían. Quizás el príncipe Rodry sí, pero él estaba del otro lado del piso principal de la Casa, probando una lanza enorme con la punta en forma de hoja, haciéndola girar con el dominio de la práctica. En cambio, los que estaban con él parecían estar jugando a ser caballeros más que ser realmente caballeros. Devin podía notar la torpeza en algunos de sus movimientos y como la manera de agarrarlas era sutilmente incorrecta.

      –Un hombre debería conocer las armas que fabrica y usa —dijo Devin mientras sumergía la espada que había forjado en la zanja.

      Por un momento flameó y ardió, luego siseó mientras se enfriaba lentamente.

      Él practicaba con espadas para saber cuando estaban listas para un guerrero entrenado. Trabajaba en su equilibrio y flexibilidad así como también en su fuerza, porque le parecía que un hombre debía forjarse a sí mismo como a cualquier arma. Ambas cosas le resultaban difíciles. Saber de las cosas era más fácil para él, hacer las herramientas perfectas, entender el momento en que…

      Un estruendo que vino desde donde los nobles estaban jugando con las armas llamó su atención, y la mirada de Devin giró a tiempo para ver al príncipe Vars en medio de una pila de armaduras que se había desplomado de su soporte. Miraba con furia a Nem, otro de los muchachos que trabajaba en la Casa de las Armas. Nem había sido amigo de Devin desde siempre, era corpulento y demasiado bien alimentado, quizás no era el más inteligente pero con sus manos podía fabricar los trabajos en metal más finos. El príncipe Vars lo empujó rápidamente, como Devin podría haber empujado una puerta atascada.

      –¡Estúpido muchacho!—dijo el príncipe Vars de mala manera—. ¿No puedes ver por dónde vas?

      –Lo siento, mi señor —dijo Nem—, pero fue usted quien se tropezó conmigo.

      Devin contuvo la respiración porque sabía lo peligroso que era contestarle a cualquier noble, y mucho menos a uno borracho. El príncipe Vars se enderezó completamente y luego golpeó a Nem en la oreja lo suficientemente fuerte como para hacerlo rodar entre el acero. Él chilló y se levantó con sangre, algo filoso le había cortado en el brazo.

      –¿Cómo te atreves a contestarme? —Dijo el príncipe—. Yo digo que te tropezaste conmigo, ¿y tú me llamas mentiroso?

      Quizás otros habían venido enojados, listos para pelear, pero a pesar de su tamaño, Nem siempre había sido amable. Solamente parecía herido y perplejo.

      Devin vaciló por un momento, mirando alrededor para ver si alguno de los otros iba a intervenir. Aunque ninguno de los que estaban con el príncipe Rodry parecía que fuese a intervenir, probablemente les preocupaba demasiado insultar a alguien que de rango superior incluso siendo nobles, y alguno de ellos quizás pensara que su amigo realmente se merecía una golpiza por lo que fuera que creyesen que él había hecho.

      En cuanto al príncipe Rodry, aún estaba del otro lado de ese piso de la Casa, probando una lanza. Si había escuchado el escándalo en medio del alboroto de los martillos y el rugido intense de la forja, no lo demostraba. Gund no iba a interferir, porque el anciano no había sobrevivido tanto tiempo en el ambiente de la forja por causar problemas a sus superiores.

      Devin sabía que también debía mantenerse al margen, aún cuando vio que el príncipe volvía a levantar la mano.

      –¿Vas a disculparte? —exigió Vars.

      –¡No hice nada! —insistió Nem, probablemente demasiado aturdido para recordar cómo funcionaba el mundo y, a decir verdad, no era particularmente inteligente cuando se trataba de cosas como esta.

      Él aún creía que el mundo era justo, y que no hacer nada malo era una excusa suficiente.

      –Nadie me habla de esa manera – dijo el príncipe Vars, y volvió a golpear a Nem—. Te voy a enseñar modales a los golpes, y cuando termine contigo me agradecerás por la lección. Y si te confundes mi título en tu agradecimiento, aprenderás eso a los golpes también. O, no, voy a darte una verdadera lección.

      Devin sabía que no debía hacer nada, porque él era más grande que Nem y sabía cómo funcionaba el mundo. Si un príncipe de sangre te pisa los talones te disculpas, o le agradeces por tener ese privilegio. Si quiere tu mejor trabajo, se lo vendes, aún si parece que no puede blandirlo correctamente. No interfieres, no intervienes, porque eso implica consecuencias para ti y tu familia.

      Devin tenía una familia afuera, más allá de los muros de la Casa de las Armas. No quería que la lastimaran solo por haberse exaltado y no le haberle importado sus modales. Aunque tampoco quería permanecer al margen y ver cómo golpeaban sin sentido a un muchacho por el capricho de un príncipe borracho. Apretó con fuerza el martillo y luego lo soltó, intentando obligarse a mantener distancia.

      Entonces, el príncipe Vars sujetó a Nem de la mano. La forzó hacia abajo sobre uno de los yunques.

      –Veamos qué  tan buen herrero eres con una mano quebrada —dijo él.

      Tomó un martillo y lo alzó, y en ese momento Devin supo lo que ocurriría si no hacía algo. Se le aceleró el corazón.

      Sin pensarlo, Devin se lanzó hacia adelante y sujetó al príncipe del brazo. No desvió mucho el golpe, pero fue suficiente para que no le diera a Nem en la mano y golpeara el hierro del yunque.

      Devin siguió sujetándolo, por si acaso el príncipe intentaba golpearlo a él.

      –¿Qué? —Dijo el príncipe Vars— Quítame las manos de encima.

      Devin resistió, sujetándolo con la mano. A esta distancia, Devin pudo sentirle el aliento a alcohol.

      –No si va a seguir golpeando a mi amigo —dijo Devin.

      Él sabía que por solo sujetar al príncipe se había metido en problemas, pero ahora era demasiado tarde.

      –Nem no entiende, y él no fue la razón por la que derribó la mitad de las armaduras que hay aquí. Esa sería la bebida.

      –Quítame la mano de encima, dije —repitió el príncipe, y movió la otra mano hacia el cuchillo de cocina que tenía en el cinturón.

      Devin lo empujó lo más suave que pudo. Una parte de él aún esperaba que esto fuera pacífico, aún cuando él sabía exactamente que iba a ocurrir después.

      –No quiere hacer eso, su alteza.

      Vars lo miró con furia y aversión pura, respirando con dificultad.

      –Yo no soy el que se ha equivocado aquí, traidor —gruñó el príncipe Vars con voz fulminante.

      Vars soltó el martillo y levantó una espada de uno de los bancos, aunque para Devin era obvio que no era un experto.

      –Así es, eres un traidor. Atacar a un integrante de la realeza es traición, y los traidores mueren por ello.

      Balanceó la espada hacia Devin, y de forma instintiva, Devin atrapó lo que pudo encontrar. Resultó ser uno de sus martillos de forja, y lo alzó para bloquear el golpe, escuchando el ruido del metal sobre el metal mientras evitaba que la espada le diera en la cabeza. El impacto le hizo sacudir las manos, y ahora no había tiempo para pensar. Atrapó la hoja con la cabeza del martillo y con todas sus fuerzas se la quitó al príncipe de un tirón, retumbó en el piso y se sumó a la pila de armaduras desechadas.

      Entonces, se obligó a detenerse. Estaba furioso de que el príncipe pudiera venir y golpearlo de esa manera, pero Devin tenía mucha paciencia. El metal lo requería. El hombre que fuera impaciente en la forja era el que terminaba lastimado.

      –¿Lo ven? —Clamó el príncipe Vars, señalando con un dedo tembloroso por la furia o el miedo—. ¡Él me ataca! Deténganlo. Quiero que lo arrastren a la