vivido ambas situaciones de niña, no estaba segura de cuál era peor.
Mientras la madre de Cassie vivía, había logrado contener lo peor del temperamento de su padre. Cassie recordaba los silencios tensos de cuando era más joven, y eso le había permitido desarrollar una afinada percepción para el conflicto. Podía entrar en una sala y percibir instantáneamente si las personas allí habían estado peleando. Los silencios eran tóxicos y la desgastaban emocionalmente, porque no tenían fin.
Si hubiese algo para decir a favor de las peleas a los gritos es que en algún momento se terminan, ya sea con vidrios rotos o con una llamada a la emergencia. Pero eso provocaba otros traumas y cicatrices permanentes. También producía una sensación de temor, porque los gritos y la violencia física demuestran que podemos perder el autocontrol, y que por lo tanto no somos de fiar.
Ese, en resumen, había sido su padre después de que su madre murió.
Cassie miró alrededor de la alegre y ordenada cocina, e intentó imaginarse qué habría ocurrido entre Ryan y su esposa. Las peores peleas, en su experiencia, ocurrían en la cocina y el dormitorio.
–Lamento que hayas tenido que pasar por esto —dijo ella suavemente.
Ryan la estaba observando de cerca y ella le devolvió la mirada, observando sus ojos azules pálidos y penetrantes.
–Cassie, tú pareces entenderlo —le dijo.
Pensó que le iba a preguntar algo más, pero en ese momento la puerta de entrada se abrió.
–Los niños llegaron, justo a tiempo.
Parecía aliviado.
Cassie miró por la ventana. Las gotas de lluvia salpicaban el vidrio, y luego de un portazo, comenzó a caer una fría llovizna de invierno.
–¡Hola, papá!
Se sintieron pasos pesados sobre el piso de madera y una niña delgada con short de ciclista y una camiseta deportiva verde entró corriendo a la cocina. Se detuvo al ver a Cassie, la miró de arriba a abajo, y luego se acercó y le dio un apretón de manos.
–Hola. ¿Tú eres la señora que nos va a cuidar?
–Mi nombre es Cassie ¿Tú eres Madison? —preguntó Cassie.
Madison asintió, y Ryan alborotó el brillante cabello castaño de su hija.
–Cassie aún no se decidió a trabajar para nosotros. ¿Qué piensas? ¿Prometes portarte bien?
Madison se encogió de hombros.
–Tú siempre nos dices que no hagamos promesas que no podemos cumplir. Pero lo intentaré.
Ryan se rio y Cassie sonrió ante la respuesta pícara y honesta de Madison.
–¿En dónde está Dylan? —preguntó Ryan.
–Está en el garaje, aceitando su bicicleta. Estaba rechinando cuesta arriba y luego se le salió la cadena.
Madison respiró hondo y caminó hacia la puerta de la cocina.
–¡Dylan! —Gritó— ¡Ven aquí!
Cassie escuchó un grito a la distancia.
–¡Ya voy!
–Tardará una eternidad —dijo Madison—. Cuando se pone a reparar las bicicletas no termina más.
Cuando advirtió el plato de refrigerios, se dirigió derecho a él con los ojos encendidos. Luego, al observar su contenido, suspiró exasperada.
–Papá, hiciste sándwiches con huevo.
–¿Y cuál es el problema? —preguntó Ryan, levantando las cejas.
–Ya sabes mi opinión acerca de los huevos. Es como comer vómito en un sándwich.
Cuidadosamente, eligió un bollo del otro lado del plato.
–¿Vómito en un sándwich? —dijo Ryan, escandalizado y divertido—. Maddie, no deberías decir ese tipo de cosas en frente de la visita.
–Ten cuidado, Cassie, el huevo se te pega a todo —le advirtió Madison, haciéndole un gesto impenitente a su padre.
De pronto, Cassie sintió un extraño sentimiento de pertenencia. Estas bromas eran exactamente lo que había deseado. Hasta el momento, esta parecía una familia normal y feliz, bromeando y cuidándose entre ellos, aunque estaba segura de que cada uno tendría sus peculiaridades y dificultades. Se dio cuenta de lo nerviosa que se había sentido cuando pensaba que algo iba a salir mal.
Aún no había probado nada de comida porque se sentía cohibida de comer en frente de Ryan. Ahora se daba cuenta del hambre que tenía y decidió probar algo, antes de que su estómago la avergonzara haciendo ruido.
–Seré valiente y probaré un sándwich —se ofreció.
–Gracias. Me alivia saber que alguien aprecia mis habilidades culinarias —dijo Ryan.
–Huevilidades —agregó Madison, haciendo reír a Cassie.
Luego se volvió hacia ella y le dijo:
–Papá se encarga de cocinar. Pero odia limpiar.
–Eso es cierto —dijo Ryan.
Madison volvió a respirar hondo y se dirigió a la puerta de la cocina.
–Dylan —gritó.
Luego agregó, con voz normal:
–Oh, ahí estás.
Un muchacho alto y desgarbado entró a zancadas. Tenía el cabello castaño y brilloso como su hermana, y Cassie se preguntó si acababa de dar un estirón, porque parecía ser solo extremidades y tendones.
–Hola, encantado de conocerte —le dijo a Cassie, un tanto distraído.
En sus rasgos juveniles, Cassie podía ver un parecido con Ryan. Tenían la misma mandíbula pronunciada y los mismos pómulos bien definidos. En el rostro bello y ovalado de Madison veía menos similitudes con Ryan, y se preguntó cómo sería el aspecto de la madre de los niños. ¿Habría fotos de la familia en algún lugar de la casa? ¿O el divorcio había sido tan amargo que las habían quitado?
–Debes estrecharle la mano —le recordó Ryan a su hijo, pero Dylan dio vuelta las manos y Cassie vio que tenía las palmas negras por el aceite.
–Ay, no. Ven aquí.
Ryan se apresuró a la pileta, abrió la canilla y volcó bastante jabón líquido en las manos de su hijo.
Mientras Ryan estaba distraído, Cassie tomó otro sándwich.
–¿Qué problema tenía la bicicleta? —preguntó Ryan.
–Se le salía la cadena cuando hacía los cambios —explicó Dylan.
–¿La arreglaste?
Ryan estaba supervisando la limpieza de las manos con preocupación.
–Sí —dijo Dylan.
Cassie esperaba que explicara más, pero no lo hizo. Ryan le alcanzó una toalla y él se secó las manos, tomó la mano de Cassie brevemente como saludo formal, y luego desvió su atención hacia los refrigerios.
Dylan no dijo mucho mientras comía, pero Cassie se sorprendió por la cantidad de comida que logró embutirse en pocos minutos. El plato estaba prácticamente vacío cuando Ryan lo puso de nuevo en el refrigerador.
–Si sigues comiendo no tendrás hambre para la cena, y estoy por hacer espaguetis a la boloñesa —dijo Ryan.
–También me comeré todos los espa-bol —prometió Dylan.
Ryan cerró el refrigerador.
–Bueno, niños, necesito que vayan a cambiarse de ropa ahora, o pescarán un resfrío.
Cuando los niños se fueron, él se volvió hacia Cassie y ella notó que sonaba ansioso.
–¿Qué piensas? ¿Los niños son como esperabas? Son buenos niños, aunque tienen