carentes por completo de sentido económico. Resulta inquietante –o criminal, según se mire– la facilidad con la que ciertas mentalidades de economista pasan de los óptimos de Pareto, que son óptimos desde un punto de vista matemático, a los óptimos económicos, y, de éstos, a considerar óptimas medidas económicas que generan verdaderas catástrofes humanas.
Así pues, cabe decir que, también en el caso de Marx, el objeto de estudio queda determinado por el propio trabajo teórico con anterioridad a que pueda tenerse sobre él ninguna experiencia. Si no se hiciese así, toda la dedicación del mundo a la observación resultaría estéril, pues se haría sin tener ni idea de qué es lo que se está observando. Sin embargo, una vez fijadas con precisión las determinaciones fundamentales que corresponden al objeto de estudio, tenemos ya establecido todo un programa de investigación que podrá por fin apelar a la experiencia, pero ya con ciertas garantías de no ir a cambiar de tema de un modo incontrolado. Si el tema es, como en el caso de Marx, la ley económica fundamental que rige la sociedad moderna, resultará ineludible explicar qué resultados produce esa ley en lo relativo a la relación entre trabajo y propiedad.
Todavía no podemos concluir nada sobre el sentido de la decisión de Marx de optar por la teoría del valor para su investigación en economía. De hecho, no llegaremos a conclusiones firmes hasta que, en la segunda parte de este libro, comencemos con la lectura detallada de El capital. Pero lo que sí podemos adelantar es que la decisión en cuestión tiene que ver con la manera en la que Marx ha delimitado el objeto científico de la economía. La economía –si no quiere dejar de ser economía y comenzar a ser otra cosa, quién sabe si matemáticas, física o quién sabe qué (puede que sencillamente un instrumental teórico para los «espadachines a sueldo» del capital)– no puede abandonar la perspectiva en la que el trabajo humano está situado en primer término. Esto es hasta tal punto así que si se da el caso de que el capitalismo consiste en volver irrelevante, por ejemplo, la distinción entre trabajar y funcionar, no por eso la economía que estudia el capitalismo puede encogerse de hombros frente a esa distinción. La ciencia que estudia el capitalismo no tiene derecho a ignorar todas las cosas que el capitalismo mismo consiste en ignorar.
1.3.5 La pregunta pendiente: una primera presentación del problema de la estructura de El capital
Nos habíamos preguntado sobre qué ocurría con la obra de Marx cuando la sometíamos al juicio de los economistas. Ante todo, una pregunta ha quedado en el aire: ¿por qué ese trabajador infatigable y erudito sin igual se adhirió, desde el primer momento, a la teoría del valor-trabajo, introduciendo su investigación por unos cauces teóricos que no iban a tener futuro alguno en la posterior evolución científica de la economía?
Con ello, Marx, en lugar de acumular material empírico para la teoría del futuro, anteponía una especie de disquisición metafísica como condición de las investigaciones en economía, apartando, al parecer, a esta disciplina del terreno propio de las ciencias positivas.
Ahora bien, tras habernos detenido prolijamente en una reflexión sobre lo que se estuvo jugando en el nacimiento de las ciencias experimentales modernas, nos encontramos con la posibilidad de replantear la pregunta de otro modo. No por eso, desde luego, dejará de ser una pregunta y, en cierto modo, un enigma del que en general toda la tradición marxista procuró hacerse cargo, lo mismo que este libro, que también, por supuesto, intentará resolverlo a su manera.
Reformulando la cuestión desde la inspiración socrática o galileana que nos ha venido ocupando, el problema puede quedar planteado de este modo: ¿por qué Marx considera absolutamente vital que el tema del valor, en tanto que trabajo cristalizado en las mercancías, quede completamente delimitado, de modo casi podríamos decir que geométrico o ideal? ¿Por qué considera que la economía política tiene que partir de esta exhaustiva clarificación conceptual, para que jamás se deslice un cambio de tema inadvertido en el curso de sus investigaciones? ¿Y por qué precisamente de ese concepto, el de valor, y no de otro (la utilidad marginal, p. e.)? Empezamos, en efecto, a sospechar que el tipo de negocio teórico que Marx emprende en la Sección 1.ª del Libro I no tiene tanto que ver con sus intereses «filosóficos o éticos» (como decía Schumpeter), como con una decisión epistemológica crucial: evitar que la economía política comience razonando sobre un cambio de tema. Así pues, ¿por qué era para Marx tan epistemológicamente importante que el análisis económico comenzara por asegurarse de que el valor, en tanto que trabajo aglutinado en una mercancía, fuera la referencia respecto a la cual la economía no podía permitirse, jamás, operar un «cambio de tema»?
En cierto sentido, los objetivos de este libro podrían darse por satisfechos con la respuesta a esta pregunta, sobre la cual los mejores economistas marxistas jamás terminarán, por lo visto, de discutir. Para que el lector menos iniciado en estas polémicas, y también en la lectura de los tres libros de El capital, pueda hacerse una idea de la magnitud del problema, vamos a adelantar algunos apuntes sobre la estructura de esta obra, unos apuntes que, por supuesto, sólo con el tiempo se irán llenando de contenido.
El itinerario teórico seguido por Marx (y del que ya hemos tenido un primer esbozo al hilo del comentario de Schumpeter) puede resumirse de un modo en el que resalte lo que tiene de sorprendente y, quién sabe, si de contradictorio (lo cual, por otro lado, para un pensador supuestamente dialéctico no tenía por qué aparecer necesariamente como una objeción fatal). Tras aislar el concepto de valor en tanto que cantidad de trabajo contenido en una mercancía y enunciar la «ley del valor» como la ley de intercambio de equivalentes de trabajo, parece claro que el concepto de valor deberá en adelante funcionar como la base a partir de la cual explicar el precio al que se vende cada mercancía. La ley de la oferta y la demanda, por ejemplo, puede hacer oscilar el precio, pero siempre lo hará –según la ley del valor– en torno a un nivel marcado por la cantidad de trabajo que se ha invertido en esa mercancía. Si un lapicero cuesta diez mil veces menos que un ordenador, será entonces porque cuesta diez mil veces menos trabajo el producirlo. Ya sabemos de muchas de las objeciones que se pueden inmediatamente verter sobre esta teoría. Recordemos también que, al pasar a la Sección 2.ª, Marx se empeña en deducir el concepto de plusvalor sin necesidad de suponer que los capitalistas violan la ley de intercambio de equivalentes, es decir, la ley del valor. A partir de ese momento nos encontramos con una monumental paradoja que, por otro lado, Marx no se ocupa para nada de disimular, pues piensa haberla resuelto perfectamente mirando entre los intersticios del ciclo D-M-D’: sin violar la ley del intercambio de equivalentes, el capitalista se apropia continuamente de trabajo ajeno, sin aportar como equivalente ningún trabajo propio. Esta aparente paradoja es, por supuesto, aparente, pero plantea ya un problema muy profundo respecto a la estructura del Libro I, un problema sobre el que también se ha discutido interminablemente: ¿en qué sentido la Sección 2.ª (y el resto de las secciones del Libro I) se «sigue», o se «deduce» de la Sección 1.ª? ¿Cómo se puede deducir de la ley del valor algo que la contradice? Ésta será una de las preguntas más específicas a las que tiene que dar respuesta este libro: ¿es realmente cierto que la Sección 2.ª se deduce de la Sección 1.ª? Y si se diera el caso de que no es así, si se diera el caso de que la Sección 2.ª y todo el resto de El capital no se deducen de la 1.ª, ¿en qué sentido, entonces, podríamos seguir manteniendo, así por las buenas y como lo que nadie ha puesto todavía en duda, que Marx es uno de los seguidores de la teoría del valor? ¿Se podría seguir manteniendo que la teoría del valor es el punto de partida de Marx, o incluso la teoría misma de Marx en tanto que economista?
En todo caso, no parece caber duda de que Marx ha considerado imprescindible exponer antes la teoría del valor para construir el concepto de plusvalor y desarrollar su teoría sobre la explotación capitalista. No parece caber duda de que, a partir de ahí, en los tres libros de El capital, jamás se perderá este punto de referencia. Ahora bien, una cosa es que sea un punto de referencia irrenunciable y otra cosa muy distinta es pretender que es la premisa a partir de la cual se deduce el edificio teórico de El capital. Que, como dijimos, la economía no tenga derecho a perder la perspectiva de la ley del valor no significa que el capitalismo se pueda deducir a partir de ella. Muy al contrario, la economía podría acabar por concluir por qué precisamente no es así (incluso si, en general, se pretende que sí lo es en el montaje propagandístico del capitalismo).
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