Carlos Fernández Liria

El orden de 'El Capital'


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marxistas. En el Libro III, Marx elabora su teoría de la ganancia capitalista y su teoría de los precios de producción. Las mercancías en la sociedad capitalista –nos demuestra– se venden en torno a lo que en este momento está llamando su «precio de producción». ¿Cómo se relacionan «valor» y «precio de producción»? ¿En qué sentido la teoría de los precios de producción invalida la teoría del valor de la que ha partido toda la investigación? Todos estos problemas los vamos a ver luego desarrollados con detalle. Pero lo que tiene que llamar ahora nuestra atención es una cuestión de actitudes; en particular, la curiosa actitud que adopta Marx, justo en el momento en que, en el corazón mismo del Libro III, acaba de demostrar incontrovertiblemente que las mercancías de la sociedad capitalista (aquella sociedad que se supone que está estudiando desde el principio) no se intercambian a su valor, es decir, que su precio no responde a la cantidad de trabajo invertido en ellas, sino, más bien, a su «precio de producción», que a su vez responde a la cantidad de dinero que se ha invertido en ellas, más la ganancia media que se suele obtener con una cantidad semejante de dinero.

      En realidad, esto último, que parece más difícil de entender a simple vista, es mucho más sensato y cualquier inversor lo comprende ipso facto. La teoría del valor puede resultar muy de sentido común, pues es razonable que la gente quiera cambiar su trabajo por trabajo ajeno en cantidades equivalentes. Pero también es muy de sentido común que al vender mercancías haya que compensar la inversión y ganar algo, algo más, o al menos lo mismo, que se ganaría invirtiendo a plazo fijo en cualquier oferta bancaria. La cuestión (que sería crucial desde el punto de vista de la teoría del valor) de cuánto trabajo han costado esas mercancías, de si han sido el producto de largas jornadas laborales de un ejército de obreros, o más bien de una tecnología punta japonesa, no tiene aquí la menor relevancia. El factor determinante será el monto de la inversión que se ha realizado, independientemente de en qué se haya invertido. Las cosas acaban inevitablemente por funcionar así debido a la competencia de los capitales entre sí. Si hubiera un sector productivo en que se obtuviera mucha más ganancia que en otros, los capitales migrarían hacia ese sector, y no dejarían de migrar hasta que la situación se estabilizara en una especie de ganancia media entre todos los sectores. Así pues, aunque las empresas que utilizan más mano de obra produjeran más plusvalor, de todos modos, la ganancia que rendirían los capitales en ellas invertidos sería igual que en los otros sectores. Pero esto es tanto como decir que los precios a los que se van a vender las mercancías no van a depender ya del trabajo cristalizado en ellas, sino del monto de capital adelantado para su producción. Todos estos problemas se discutirán con detenimiento en la segunda parte de este libro. Ahora nos podemos conformar con una visión superficial del asunto.

      Recordemos la aseveración de Schumpeter: lo importante no es si la teoría del valor es interesante desde un punto de visto filosófico o ético, o ni siquiera si es verdadera o no, lo importante es, para una ciencia positiva como es la economía, ver si funciona bien o mal. Y el caso es que funciona mal y que hay otras teorías que funcionan mejor. Tanto más chocante ha de resultar entonces la actitud de Marx, porque lo que está viniendo a decir es algo así como que, si la sociedad capitalista no funciona según la ley del valor, la culpa no la tiene la teoría del valor… ¡sino el capitalismo!

      Visto lo visto, ahora ya no podemos estar nada seguros de que Marx defienda la teoría del valor en tanto que premisa a partir de la cual deducir todas las leyes del modo de producción capitalista. De lo que sí estamos seguros es de que considera imprescindible para el estudio de la sociedad moderna dar un primer paso metódico: la construcción de un modelo