Franck Fischbach

Marx


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bipolar, que he designado como «metaestructura». Pues esta representación, esta ficción de un orden concertado entre todos, se da ya en el punto abstracto de partida, en la pretensión metaestructural de libertad-igualdad-racionalidad, y no en la tendencia histórica concreta. De eso da testimonio la filosofía política moderna y, de mil maneras, los actos de lenguaje y las acciones de los agentes de la propia historia moderna. De ahí que también los alienados del mercado puedan imaginarse este orden concertado, según la interpelación de Marx: «Imaginémonos...», en el que se reconocen supuestamente libres e iguales, como en las relaciones mercantiles.

      En efecto, el comienzo legítimo buscado no consiste sino en esta inter-interpelación metaestructural, que es lo propio de la modernidad y que hay que comprender en la bipolaridad de lo interindividual mercantil y del todos-juntos concertado, planificado. Por consiguiente, lo que resulta inadmisible es la estrategia expositiva de Marx, que nos conduce del mercado a la organización democráticamente planificada transformando mediante un sutil deslizamiento la exposición lógica en una narración teleológica (ERC, pp. 157-208), el famoso «gran relato».

      Por tanto, el error se encuentra en el comienzo. Sin embargo, retrocederíamos de Marx a Habermas si no nos imagináramos que esta interpelación metaestructural presupuesta se ha planteado únicamente en la estructura de clase, en la lucha de clases. Por lo demás, ahí radica la razón de que, en el fondo, dicha interpretación presente un carácter anfibológico. «Somos libres, iguales y racionales.» Lo somos efectivamente, se dice en voz alta, pues ya no es posible serlo más. Lo somos efectivamente, se dice en voz baja, y para vuestra desgracia, como vamos a mostraros. Dos enunciados contrarios en la misma enunciación: «Somos libres e iguales». Tal es el núcleo de la disputa meta/estructural de la modernidad.

      La estructura de clase y todo lo que entraña

      En efecto, sólo comenzando así la exposición, sólo desplegando la metaestructura en su bipolaridad (mercado/organización), es posible comprender la estructura moderna de clase, la cual conlleva dos polos: el de la propiedad, que controla el mercado, y el de la «competencia», que controla la organización. A partir de este comienzo ampliado, hay que refundar toda la teoría de Marx.

      Esto es así, porque lo que se anuncia como «organización» supuestamente concertada es el otro factor de clase, el correlato del mercado. Y la emancipación de las relaciones de clase sólo puede pasar por el control de estos dos monstruos, mercado y organización, dos artífices de clases que son al mismo tiempo las formas mismas de nuestra razón social común. Una asociación de hombres libres no puede dejarse desposeer de esa parte de su inteligencia común que es la forma mercado. Sin embargo, mercado y organización no son iguales desde un punto de vista social. El objetivo no puede ser el de abolir el mercado, sino el de controlarlo por medio de la organización, por un lado, y el de controlar la organización mediante el discurso igualmente compartido, por otro. Es decir, hay que abolir el mercado y la organización como artífices de clase, objetivo que sólo puede lograrse mediante una lucha de clase.

      Esta brevísima introducción al análisis de clase tal vez baste para que se comprenda por qué no es posible examinar adecuadamente las cuestiones de la emancipación social y de la lucha política si no se parte de dicho análisis metaestructural. La «clase fundamental», que está abajo, se enfrenta a una clase adversa y dominante, cuyos agentes se reparten en dos polos, el de las «finanzas» y el de las «elites» (ERC, pp. 234-245). Sin embargo, en este texto sólo he tratado de la metaestructura, pero no de la estructura ni de las prácticas que se determinan en la relación dialéc­tica entre ambas… Ni de las condiciones de la lucha política.

      Señalemos únicamente que en el comienzo que aquí consideramos hay un problema crucial. Llamémoslo el problema de la categoría ontológico-«espectrológica» de la sección primera. En efecto, ésta determina un «fundamento» referencial, marcado por el antagonismo entre las dos lógicas dominantes, mercado y organización, y, de antemano, por la contradicción entre las clases. «De antemano», dado que dicha metaestructura nunca se encuentra planteada más que en el desarrollo de la estructura de clase, en las tendencias históricas propias de esta estructura y en cuanto estas tendencias son el marco de prácticas. Sólo las prácticas sociales, en cuanto que siempre son lingüísticas, sólo los actos de la lucha social, en cuanto que también son siempre actos de lenguaje, «ponen» la metaestructura, cuyo contenido sustancial –el cual determina concretamente lo que es libre, igual y racional, como, por ejemplo, el derecho de voto, el derecho al aborto, el derecho a la sanidad, a la educación, a las bibliotecas, etc.– se crea con las luchas, las utopías, las revueltas y las revoluciones.

      Para evitar algunas confusiones, añadamos que dicha exposición no conduce inmediatamente a una «teoría general de la modernidad», ya que se cierra sobre una figura de la «forma moderna de sociedad», concebida como Estado-nación. El Estado-nación es, desde luego, la matriz de la metafísica política occidental. Sin embargo, sólo en eso es «metafísico», pues el mundo moderno, como totalidad efectiva, no es un Estado-nación, sino un «sistema-mundo», cuya naturaleza es completamente distinta: una maquinaria infinitamente más espantosa todavía. A partir de ahí, queda otra crítica por hacer, la de la modernidad como imperialismo, desde su comienzo y hasta su presente poscolonial. Una crítica que es asimismo la de la comunidad nacional, porque el todo está en la parte como el gusano en el fruto. Pero ésa es también otra cuestión.

      Tal reconstrucción meta/estructural de la teoría de Marx sólo es válida si contribuye a esclarecer las realidades económicas, sociológicas, culturales y políticas del pasado y del presente. En otro texto, he intentado mostrar la fecundidad de dicha reconstrucción en esos ámbitos. Aquí, sólo he procurado justificarla en su principio, contra el tratamiento museográfico al que da prioridad la institución filosófica.