Debbie Macomber

Un mar de nostalgia


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ensayado cada frase varias veces en su mente, pero en ese momento parecía tan ridículo, que se sentía incapaz de decir palabra.

      —¿Y bien? —insistió Steve—. Dado que no quieres restregarme en las narices que te vas a casar con Todd, ¿de qué podrías querer hablarme?

      —Es Navidad —murmuró ella.

      —Enhorabuena, veo que has mirado el calendario recientemente —contestó él con sequedad.

      —Pensé que… bueno, ya sabes, que podríamos dejar de lado nuestras diferencias durante un tiempo y ser civilizados el uno con el otro.

      —¿Qué razón podría haber para que quisiéramos tener algo que ver el uno con el otro? —preguntó él entornando los ojos—. No significas nada para mí, y estoy seguro de que el sentimiento es mutuo.

      —Fuiste mi marido durante cinco años.

      —¿Y?

      —Hubo un tiempo en que nos queríamos —dijo ella tras una larga pausa.

      —También hubo un tiempo en que quería a mi perro —respondió él—. ¿Qué tiene que ver que nos quisiéramos hace tiempo con el hecho de que estemos aquí?

      Carol no podía responder a su pregunta. Sabía que el divorcio lo había convertido en una persona amarga, pero había imaginado que, durante todo ese tiempo, algo de su animadversión hacia ella habría pasado.

      —¿Qué hiciste el año pasado en Navidad? —preguntó, negándose a discutir con él. No iba a permitir que le hiciera perder los nervios. Ya había utilizado ese truco demasiadas veces, y estaba prevenida.

      —¿Qué más te da cómo pasé las pasadas Navidades?

      Aquello no iba bien. No estaba saliendo en absoluto como lo había planeado. Steve parecía pensar que ella quería que admitiera lo miserable que se sentía sin ella.

      —Yo pasé sola la pasada Navidad —dijo ella suavemente. Su divorcio se había hecho oficial tres semanas antes de las fiestas y Carol se había sentido incapaz de enfrentarse a las tradiciones de dichas fechas.

      —Yo no estuve solo —respondió Steve con una sonrisa burlona que sugería que, fuera quien fuera con quien hubiera estado, había sido una compañía agradable y que no la había echado de menos en lo más mínimo.

      Carol no sabía cómo alguien podía parecer tan insolente y tan sensual al mismo tiempo. Era sumamente duro mantener la barbilla levantada y mirarlo a los ojos, pero lo consiguió.

      —Así que estuviste sola —añadió Steve—. Eso es lo que pasa cuando te lías con un hombre casado, querida. Por si no lo sabes ya, la mujer y la familia de Todd siempre serán lo primero. Eso es lo triste para la otra mujer.

      Carol se quedó de piedra. Casi no podía respirar, no se movía, ni siquiera parpadeaba. El dolor se extendía por su cuerpo, aferrándose a su garganta, luego a su pecho, bajando hacia el abdomen. La habitación comenzó a dar vueltas, y lo único que supo fue que tenía que salir del restaurante. Y rápido.

      Los dedos le temblaban cuando abrió el monedero. Depositó unas monedas junto a la taza de café y se levantó del asiento.

      Sin decir nada, Steve observó cómo Carol salía del restaurante y se maldijo a sí mismo. No había pretendido decir todas esas cosas. No quería fustigarla de ese modo, pero no había podido evitarlo.

      También había mentido, en un esfuerzo por salvaguardar su orgullo. Había mentido en vez de darle a Carol la satisfacción de saber que había pasado la anterior Navidad solo y sintiéndose miserable. Habían sido las peores fiestas de su vida. El dolor del divorcio era por aquel entonces demasiado intenso, y el hecho de que todo el mundo a su alrededor estuviese feliz no había conseguido sino amargarlo más. Ese año tampoco parecía que fuese a ser muy feliz. Lindy y Rush preferirían pasar el día solos, aunque habían hecho todo lo posible por convencerlo de lo contrario. Pero Steve no era estúpido y ya había hecho otros planes. Se había ofrecido voluntario para trabajar el día de Navidad para que un oficial amigo suyo pudiera pasar tiempo con su familia.

      Volviendo a pensar en Carol, Steve experimentó una sensación de arrepentimiento por el modo en que se había comportado con su ex mujer.

      Admitió que Carol tenía buen aspecto, mejor de lo que él había deseado. Desde que se habían reencontrado, había sentido la energía que irradiaba de ella. Trece meses separados no habían cambiado eso. Había sido consciente del momento en que Carol había entrado en Denny’s; había sentido su presencia desde el momento en que se abriera la puerta. Su pelo rubio estaba más corto de lo que recordaba, con las puntas hacia dentro. Como siempre, sus ojos azules parecían magnéticos, atrayendo su mirada irremediablemente. Parecía pequeña y frágil, y el deseo de protegerla y amarla lo había invadido con toda la fuerza de un tornado. Sabía que no era así, pero aquello no parecía haber cambiado el modo en que se sentía. Carol lo necesitaba casi tanto como la Armada necesitaba el agua del mar.

      Steve se levantó del asiento, depositó un billete sobre la mesa y se marchó. Fuera, el viento del norte soplaba con fuerza, subiéndole por los brazos mientras se dirigía hacia el aparcamiento.

      La sorpresa hizo que se detuviera al divisar a Carol apoyada contra el guardabarros de su coche. Tenía los hombros caídos y la cabeza agachada, como si soportase una enorme carga.

      Una vez más, Steve se sintió arrepentido. No había logrado averiguar la razón por la que lo había llamado. Comenzó a caminar hacia ella sin saber lo que pretendía hacer o decir.

      Carol no levantó la cabeza cuando llegó a ella.

      —No me has dicho por qué llamaste —dijo él tras un momento de silencio.

      —No es importante… ya se lo dije a Lindy.

      —Si no era para decirme que te ibas a casar de nuevo, entonces es porque quieres algo.

      Carol levantó la mirada y trató de sonreír, y aquel esfuerzo hizo que Steve se olvidara de su decisión de fingir que jamás la había amado. Era inútil intentarlo.

      —No creo que funcione —dijo Carol con tristeza.

      —¿El qué?

      Ella negó con la cabeza.

      —¡Si necesitas algo, pídemelo! —gritó él, utilizando su rabia como mecanismo de defensa. Rara vez había querido Carol algo de él. Debía de ser importante, si se había puesto en contacto con él, sobre todo después del divorcio.

      —La Navidad —susurró ella finalmente—. No quiero pasarla sola.

      Capítulo 2

      HASTA que Carol no habló, no sabía lo mucho que deseaba que Steve pasara el día de Navidad con ella, y no por las razones que había tramado. Echaba de menos a Steve. Había sido amigo y amante, y ahora no era nada; el sentimiento de pérdida era abrumador.

      Él siguió observándola, y el arrepentimiento pudo verse en su cara. El éxito de su plan dependía de su respuesta, así que esperó, casi temiendo respirar.

      —Carol, escucha… —Steve hizo una pausa y se pasó la mano por la nuca.

      Carol lo conocía bien y sabía que estaba recomponiendo sus pensamientos cuidadosamente. También sabía que iba a rechazarla. Lo sabía sin necesidad de decirlo en voz alta. Se tragó el dolor, aunque no pudo evitar que sus ojos se agrandaran a causa de esa sensación. Cuando Steve se había presentado con los papeles del divorcio, Carol se había prometido a sí misma que nunca le daría el poder para herirla de nuevo. Y, sin embargo, allí estaba, entregándole el cuchillo y exponiendo su alma.

      Sentía cómo el corazón le latía con fuerza en el pecho y trató de controlar sus emociones.

      —¿Es tanto pedir? —susurró ella.

      —Tengo que trabajar.

      —En