Debbie Macomber

Un mar de nostalgia


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—dijo Steve de tal manera que supo que decía la verdad. De algún modo, Carol se sintió menos decepcionada por ello.

      —Gracias —dijo ella tocándole la mano. Sorprendentemente, él no la apartó, lo cual volvió a darle esperanzas.

      El silencio se hizo entre ellos. Había habido un tiempo en que parecía que tenían mil cosas que decirse, pero ya no quedaba nada.

      —Supongo que será mejor que regrese —dijo Steve.

      —Sí, y yo también —añadió ella alegremente, quizá demasiado alegremente—. Me alegro de haber vuelto a verte. Tienes buen aspecto.

      —Tú también —Steve dio un par de pasos hacia atrás, pero no se dio la vuelta. Tragándose la decepción que sentía, Carol sacó del bolso las llaves del coche y se dio la vuelta para subir a su Honda. Entonces se dio cuenta. Si no era el día de Navidad, entonces…

      —Steve —dijo girándose.

      —Carol —dijo él en ese mismo momento.

      Los dos se rieron, y aquel sonido pareció extraño entre ellos.

      —Tú primero —dijo él con una sonrisa.

      —¿Qué hay de la Nochebuena?

      —Yo estaba pensando lo mismo.

      Carol dejó que la excitación burbujeara en su interior, como el gas en una soda. Una sonrisa asomó a sus labios al darse cuenta de que no se había perdido nada y que aún quedaba mucho por ganar. En la distancia, Carol estaba segura de poder escuchar las notas de una nana de Brahms.

      —¿Podrías venir lo suficientemente pronto para la cena?

      —¿A las seis?

      —Perfecto. Estoy impaciente.

      —Yo también.

      Entonces Steve se dio la vuelta y se alejó de ella, y Carol tuvo que controlarse para no comenzar a hacer una danza de guerra alrededor del coche. En vez de eso, se frotó las manos como si la fricción pudiera disminuir parte de la excitación que sentía. Steve no tenía ni idea de lo memorable que sería esa noche. ¡Ni idea!

      —Tu humor ha mejorado últimamente —le comentó Lindy a Steve cuando éste entró en la cocina silbando un villancico navideño.

      —¿Mi humor? —preguntó Steve deteniéndose en seco.

      —Llevas toda la semana muy vivaz.

      Steve se encogió de hombros con la esperanza de que ese gesto disimulara su actitud alegre.

      —Será la época.

      —Supongo que no tendrá nada que ver con tu encuentro con Carol.

      Su hermana lo miró con escepticismo, buscando confidencias, pero Steve no iba a dárselas. La cena con su ex mujer era sólo el encuentro de dos personas solitarias luchando por sobrellevar las fiestas. Nada más y nada menos. A pesar de desear que Carol negara que estuviera saliendo con Todd, ella no había dicho nada. Steve interpretó su negativa a hablar del otro hombre como una admisión de culpa. Ese bastardo la había dejado sola en Navidad durante dos años consecutivos.

      Si Lindy tenía razón y su humor había mejorado, sería simplemente porque iba a pasar la velada lejos de su hermana y de Rush; los recién casados podrían pasar su primera Nochebuena solos sin una tercera persona incordiando.

      Steve alcanzó su abrigo y Lindy se dio la vuelta mirándolo con sorpresa.

      —Te marchas.

      Steve asintió mientras se abrochaba los botones de la chaqueta de lana.

      —Pero… si es Nochebuena.

      —Lo sé —dijo golpeando suavemente la caja de bombones que llevaba bajo el brazo y levantando la flor de pascua que había comprado por impulso aquel día.

      —¿Adónde vas?

      A Steve le hubiera gustado decir que iba a casa de una amiga, pero eso no sería cierto. No sabía cómo clasificar su relación con Carol. No era una amiga. No era una amante. Más que una conocida, menos que una esposa.

      —Vas a casa de Carol, ¿verdad? —insistió Lindy.

      Lo último que Steve quería era que su hermana se hiciese una idea equivocada sobre su velada con Carol, porque eso era lo que iba a ser.

      —No es lo que piensas.

      Lindy levantó las manos fingiendo estar consternada.

      —No pienso nada, salvo que me alegra verte sonreír de nuevo.

      —Bueno, pues no veas cosas donde no las hay.

      —¿Vais a hablar? —preguntó Lindy.

      —Vamos a cenar, no a hablar —explicó Steve—. Ya no tenemos nada en común. Probablemente estaré en casa antes de las diez.

      —Lo que tú digas —contestó Lindy con una sonrisa—. Pásalo bien.

      Steve decidió no contestar a eso y abandonó el apartamento, pero, tan pronto como estuvo fuera, se dio cuenta de que estaba silbando de nuevo y se detuvo de golpe.

      Carol metió el CD en la minicadena y la música navideña comenzó a sonar por toda la casa. En el horno había un pequeño pavo relleno. Dos pasteles estaban enfriándose sobre la encimera de la cocina. Uno era de calabaza, para Steve, y el otro de carne picada, para ella. Además, en el frigorífico había un pastel de boniato y pacanas.

      Carol eligió un vestido de seda rojo que se ajustaba a su piel. Se había puesto maquillaje y algo de perfume, aunque de manera sutil. Todo estaba listo.

      Bueno, casi todo.

      Steve y ella eran dos personas diferentes, y no había más vueltas que darle al tema. Arrepentirse del pasado era una futilidad, y, aun así, Carol llevaba varios días dándose cuenta de que el divorcio había sido un error. Un gran error. Todas las emociones que había conseguido enterrar durante el último año habían salido a la superficie desde su reunión con Steve, y no podía recordar un momento en que se hubiera sentido más confusa.

      Deseaba tener un hijo, y estaba utilizando a su ex marido. Más de una vez a lo largo de la semana, se había visto obligada a enfrentarse a su sentimiento de culpa. Pero ya no había marcha atrás. Sería imposible volver a tener lo que había existido entre ellos antes del divorcio. No habría reconciliación. Pero más que con el pasado, a Carol le costaba enfrentarse con el presente. No podían verse sin que saltaran chispas, y eso hacía que todo fuera más difícil. Los dos eran demasiado testarudos, demasiado temperamentales, demasiado obstinados.

      Y eso les estaba arruinando la vida.

      Carol sentía que no podían retroceder, pero tampoco podían avanzar. La idea de seducir a Steve y quedarse embarazada había sido completamente egoísta al principio. Deseaba un bebé y consideraba que Steve era el mejor candidato… el único candidato. Después de su encuentro en el restaurante, Carol sabía que la elección del padre del bebé era algo más que práctica. Una parte de ella seguía queriendo a Steve, y probablemente siempre lo haría. Deseaba tener un hijo suyo porque era la única parte de él que sería capaz de tener.

      Todo dependía del desenlace de aquella cena. Carol se llevó las manos al estómago y deseó en silencio ser fértil. En la última hora se había tomado la temperatura dos veces, rezando para que su cuerpo jugara su papel en ese plan maestro. Su temperatura era ligeramente alta, pero podría ser debido a la sensación de calor que la invadía cada vez que pensaba en volver a compartir una cama con Steve. O podrían ser simplemente nervios.

      Llevaba todo el día sintiéndose ansiosa e inquieta. Estaba convencida de que Steve la miraría y sabría que quería que se quedara a pasar la noche. La clave de su plan era que Steve pensara que la idea del sexo fuera de él. Una y otra vez, sus planes para esa noche daban vueltas en su cabeza, como si fueran las aspas de un molino de viento agitando el aire.

      Sonó