y que perfecciona la naturaleza humana.5 Esto nos lleva a hacernos algunas preguntas prácticas: ¿Cómo podemos saber la voluntad de Dios? ¿Cómo podemos saber lo que Dios desea que hagamos y seamos?
La “voluntad de Dios” puede referirse al decreto de Dios, o a su propósito y su dirección. Donde se habla de la conducta del hombre, se refiere al segundo sentido. Dios no ha revelado al hombre lo que ha decretado eternamente, para que el hombre tome decisiones. Lo que Dios ha revelado al hombre es su dirección, su ley (Torá, en hebreo, las instrucciones divinas para la vida del hombre), por medio de la cual su propósito y su deseo para su pueblo se realicen. La pregunta más precisa es: ¿Cómo podemos conocer la voluntad revelada de Dios? La respuesta breve es: a través de las Escrituras, que nos pueden hacer sabios para la salvación por medio de la fe en Jesucristo (2 Timoteo 3.15). Las Escrituras son claras y suficientes para cumplir este propósito, para que el hombre sea preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3.16).
Aún así, la respuesta no es tan simple como parece. Tenemos que discernir la voluntad de Dios con todo el corazón, la mente, y la voluntad. Esta es la perspectiva de Filipenses 1.9-11:
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.”
Esta oración comienza con el motivo de la vida cristiana (el amor), y termina con el propósito (la gloria de Dios). Pablo ora, pidiendo un aumento de amor, tanto en “ciencia” (epignōsis), indicando una comprensión intelectual de las pautas morales de la vida cristiana, como en “conocimiento” (aisthēsis6), indicando una comprensión más práctica de su aplicación en circunstancias concretas. Los cristianos que tienen un amor que abunda en estas dos maneras serán capaces de hacer juicios morales y aprobar los valores que son mejores (ta diapheronta). Esto significa que pueden conocer la voluntad de Dios (Romanos 2.18: “y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor”.)7
El enfoque bíblico de los valores es que son objetivos y normativos. La Biblia supone que debemos desearlos y buscarlos, justamente porque son valiosos. Esto es lo opuesto del enfoque subjetivo que supone que son valiosos solamente porque los deseamos y los buscamos. Un autor expresa este segundo enfoque así, “Los seres humanos tienen valor, y lo que ellos valoran también tiene valor.”8 Pero algunos seres humanos valoran la venganza, otros valoran la crueldad y formas de actividad sexual que llevan a la esclavitud. Tales prácticas obviamente no representan lo que es intrínsecamente bueno. Lejos de ser valores, son anti-valores. En lugar de mejorar la naturaleza humana, la destruyen.
La lista clásica de Pablo, en que menciona los valores que son mejores, los valores que son objetivamente buenos e intrínsecamente dignos de buscar, se encuentra en Filipenses 4.8-9.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.”
El imperativo doble (“en esto pensad” y “esto haced”) destaca la unidad entre la reflexión y la acción, cuando se trata de buscar la excelencia moral. Sin analizar en detalle cada palabra en la lista de Pablo, podemos notar que son valores objetivos, fundados en Dios, y se nos insta a pensar en ellos. No nos invita a crear nuestros propios valores, sino a contemplar los valores que Dios mismo ha ordenado. La contemplación guiada por el Espíritu Santo produce el deseo de demostrar estos valores con nuestra vida.
El testimonio apostólico apunta a Cristo, la encarnación definitiva de la excelencia moral. Y tal como nos dice el autor de la carta a los Hebreos, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13.8). Aunque vivimos en un mundo cambiante, Dios no cambia, y tampoco su propósito para los seres humanos creados a su imagen. Por lo tanto, los valores no cambian, aunque el mundo se haga más y más complejo por medio de la tecnología. En Cristo, y en las Sagradas Escrituras, tenemos el depósito permanente de los principios directrices de la vida cristiana. Debemos conocerlos y aplicarlos a nuestras vidas hoy, por medio de la obra capacitadora e iluminadora del Espíritu Santo.
En resumen, la ética cristiana es el estudio del estilo de vida que se conforma a la voluntad de Dios, que se ha revelado en Cristo y en las Escrituras, siendo iluminado por el Espíritu Santo. Busca respuestas a la pregunta práctica, ¿Qué desea Dios que hagamos y seamos como su pueblo redimido? Expresado en términos de metas, personas, y prácticas, podemos proponer una respuesta triple: El propósito principal de la vida cristiana es la gloria de Dios; el motivo principal de la vida cristiana es el amor hacia Dios; y la norma principal de la vida cristiana es la voluntad de Dios, revelada en Cristo y en las Escrituras.9 Estas proposiciones básicas serán los temas de los próximos tres capítulos.
2 La meta de la vida cristiana
¿Cuál es el fin principal del hombre? Generaciones de niños que fueron criados con la enseñanza del Catecismo Menor de Westminster aprendieron a contestar, “El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. Es una buena respuesta. Tan buena, incluso, que pocos se detienen a preguntarse por qué el catecismo comienza con esta primera pregunta. Solamente los niños que no han memorizado la respuesta preguntarán, “¿qué significa ‘fin principal’?”, o “¿por qué se hace esta pregunta?” No es tan fácil.
El Catecismo Menor presupone que hay un propósito supremo para el hombre, alguna meta (telos) que hace que el hombre se realice, algún bien superior de valor intrínseco que debemos buscar en esta vida más que ninguna otra cosa. La pregunta del Catecismo se ubica dentro de la tradición cristiana expresada por Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.10 El Catecismo comienza con esta pregunta, porque los autores comprendieron que el ser humano vive de acuerdo con un propósito, que “como sea el hombre - emocional, racional, mortal, rudo, comprensivo, lo que sea - es un ser muy teológico”.11 La pregunta busca establecer la meta de la vida en general, porque esa meta determina los demás conceptos acerca de virtudes y deberes, y nos ayuda a comprometernos con ellos.12
En la época cuando Agustín se convirtió a Cristo, la pregunta acerca del bien supremo, o el summum bonum, había sido el tema de discusión filosófica durante mucho tiempo. Aristóteles, por ejemplo, enseñó que la meta, o el fin (telos) del hombre era eudaimonia. Este término tradicionalmente había sido traducido como “felicidad”, pero ahora es más común traducirlo como “prosperidad”, para expresar en una sola palabra el concepto complejo de Aristóteles que combina los dos aspectos: una persona es buena, y también tiene éxito en lo que hace. Esto no debe confundirse con hēdonē (placer). Eudaimonia involucra actividad racional y bondadosa, porque estas son características distintivamente humanas, y por lo tanto son necesarias para que el hombre se realice. Si le preguntáramos a Aristóteles, “¿cuál es el fin principal del hombre?”, él contestaría, “prosperar a través de la excelencia moral e intelectual - y con un poco de suerte”.13 (El elemento de suerte era necesario, porque Aristóteles no podría garantizar ni las condiciones físicas mínimas de la vida - la comida, la salud, y el abrigo - para no mencionar el ingreso necesario para un estilo de vida contemplativo. La “felicidad” consiste en ser bueno y en prosperar, pero Aristóteles tenía que admitir que las dos cosas no siempre están unidas.)
En algunos aspectos formales, el enfoque de Agustín coincide con el análisis clásico teleológico de la conducta humana.14 Reconoce que el deseo de la felicidad, entendida como un sentido de realización propia y de satisfacción, es natural en el ser humano. También cree que la actividad humana es motivada por la búsqueda de la felicidad. De hecho, dijo en uno de sus sermones, “Si