de comunicar algo de sí mismo o difundir su propia plenitud”.29 La emanación de la plenitud de la bondad de Dios incluye tres aspectos: la comunicación de su conocimiento, de su santidad, y de su felicidad a sus criaturas.30 Dios se glorifica cuando llegamos a conocerlo, a amarlo, y a gozarnos de él. Ya que el reflejo de la plenitud divina constituye la realización del ser humano, la gloria de Dios y nuestro bienestar, en lugar de oponerse, en realidad son inseparables.31
La generación que recuerda a Edwards solamente por su sermón, “Pecadores en las Manos de un Dios Airado”, se sorprenderá por el hecho de que él creía que Dios había creado el mundo para comunicar su bondad y especialmente su felicidad. Es verdad que Edwards sostenía que la justicia de Dios se glorifica en la condenación de los malvados, pero hacía una distinción crucial:
“Según las Escrituras, lo que agrada a Dios,... lo que Dios se inclina a hacer como algo bueno en sí mismo, y lo que le produce gozo simplemente y finalmente, es el bienestar de sus criaturas. Porque, aunque las Escrituras a veces hablan del gozo que Él experimenta al castigar los pecados de los hombres, ...también frecuentemente hablan de su bondad y su misericordia, que ejerce con deleite, de una manera diferente, opuesta a lo que siente cuando demuestra su ira. Dios demuestra esta última con lentitud y con renuencia; la miseria de sus criaturas no es algo que le agrada por sí sola.”32
Edwards resistió la tentación de hacer la elección y la reprobación “igualmente fundamentales” en el propósito creativo de Dios. Para él, las dos doctrinas son asimétricas. La gloria de la justicia de Dios en la condenación de los malvados está radicalmente subordinada a la gloria de la bondad de Dios en la salvación de los elegidos, que es el fin supremo y fundamental en la creación del mundo.
Este último tema se destaca en las epístolas de Pedro. El gran apóstol escribe a los elegidos de Dios en el nombre de “el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo” (1 Pedro 5.10). Hay un tono escatológico fuerte: la fe producirá alabanza, gloria, y honor, cuando Cristo se revele (1 Pedro 1.7). Pero también hay gloria ahora en seguir el ejemplo de Cristo: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros” (1 Pedro 4.14). La culminación está en 2 Pedro 1.3-4:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”.
La característica sobresaliente de la doctrina de la glorificación, según Pedro, es la idea de compartir (koinōnos) la naturaleza divina. No es que los creyentes sean absorbidos en el ser de Dios, sino que ellos reflejarán la gloria y la bondad moral (aretē) de Dios.33 Aunque las promesas grandes y preciosas alcanzan la eternidad, también incluyen todo lo necesario para la vida piadosa ahora, especialmente la capacitación para obedecer el llamado a la santidad: “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1.15). El propósito de Dios es tener para sí un pueblo que refleja su santidad, que demuestra sus excelencias (1 Pedro 2.9), que comparte los sufrimientos de Cristo (1 Pedro 4.13), y que proclama a través de sus vidas transformadas: “¡A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad!” (2 Pedro 3.18)
Ya que los creyentes deben responder conscientemente a la revelación de la meta de su redención, la gloria de Dios se puede considerar el propósito principal de la vida cristiana. Esto es la fuerza del gran imperativo de Pablo para toda la vida: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10.31). Anteriormente en esta misma epístola, Pablo había recordado a los corintios del hecho de que no se pertenecían a sí mismos, que habían sido comprados por un precio, y que por lo tanto deberían glorificar a Dios en sus cuerpos (1 Corintios 6.19-20). En ese contexto, la aplicación clave era evitar la inmoralidad sexual, ya que es radicalmente incompatible con el llamado de pertenecer a Jesús. Los creyentes son el templo del Espíritu Santo, y la vida en el cuerpo, incluyendo la vida sexual de los creyentes, se debe vivir para la gloria de Dios.
El contexto de este gran imperativo (1 Corintios 10.31) es más ampliamente la vida y el testimonio de la iglesia. Después de plantear el principio de glorificar a Dios en todo lo que hacemos, Pablo continúa con una aplicación práctica para la situación actual: “No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1 Corintios 10.32). Dios no es glorificado en las acciones, por inocentes que parezcan por sí solas, que impiden el progreso del evangelio. Pablo apela a su propio ejemplo de auto-subordinación para lograr el bien de los demás: “no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Corintios 10.33). Entonces lanza el desafío final: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1). Dios se glorifica cuando imitamos a Cristo en todas las cosas, sean pequeñas o grandes, porque la imagen de Cristo es la expresión suprema de la gloria de Dios.
LA IMAGEN DE CRISTO
Bernard Ramm, en un análisis especial de la doctrina de la glorificación, destaca el hecho de que, “Dios desea compartir Su propia gloria con Sus hijos en la etapa de su glorificación, y nuestra salvación que ya comenzó es un proceso que terminará al final en la gloria escatológica.”34 El pasaje paulino clásico sobre la glorificación es Romanos 8.28-30. Dice así:
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.”
La meta de Dios en la redención es conformidad a la imagen de su hijo. La glorificación consiste en ser hecho como Cristo, la imagen perfecta de Dios en naturaleza humana. La meta se logra finalmente en la edad venidera; la resurrección de Cristo nos asegura que, “así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15.49). El secreto (mystērion) que ahora Dios ha revelado es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1.27). Aun ahora, los que han sido llamados por Dios “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3.18). La vida cristiana tiene una forma definida, mientras Cristo está siendo formado en nosotros (Gálatas 4.19). La renovación en la imagen de Dios (Efesios 4.24; Colosenses 3.10) tiene significado tangible en la persona y el ejemplo de Cristo.
Las referencias recién mencionadas en Efesios y Colosenses nos recuerdan del relato de la creación:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Génesis 1.26-28)
El ser humano fue creado para ser el representante visible del Dios invisible. El significado exacto de la imagen de Dios no se define, pero se pueden sacar algunas ideas de la descripción de los aspectos distintivos del hombre en el contexto, especialmente en el mandato de sojuzgar la tierra (1.28), el llamado a trabajar y cuidar el jardín (2.15), el mandato de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (2.16-17), el acto de poner nombres a los animales (2.20), y el uso del lenguaje como medio de comunicación (2.23). Esto sugiere que el hombre es un ser consciente, racional, y moral. Sugiere que el hombre ha sido llamado a seguir la pauta de lo que Dios es. Por supuesto, Dios existe en forma única y trascendente, pero el hombre debe ser su semejanza. (La personalidad, debemos notar, requiere relaciones para expresarse, un punto subrayado en la creación del ser humano como hombre