“otra manera de pensar y vivir”, discutiendo en primer lugar lo que debe entenderse por “políticas de decrecimiento”, según las cuales el crecimiento económico es entendido como un proceso destinado a satisfacer las necesidades básicas de uso y consumo de la humanidad, y no como un fenómeno cuya razón de ser sea la acumulación de capital para seguir acumulando capital. Se resume además la crítica a los supuestos del modelo de producción energética considerados durante la administración del presidente Sebastián Piñera de acuerdo a estudios procedentes de la academia. También se describe el pesimismo antropológico que sostiene la racionalidad capitalista.
Esta parte revisa, al mismo tiempo, los límites para transformar la economía capitalista de las instituciones que forman la llamada economía social, tales como cooperativas, mutuales y asociaciones sin fines de lucro. En este mismo sentido, se analizan las nuevas modalidades de intercambios económicos no monetarizados, surgidos durante la crisis de 2008 y su ineficacia en el cambio de la racionalidad capitalista. Se estudian además los intentos revolucionarios de transformación de la economía capitalista en algunos países de América Latina y algunas de las condiciones originadas al interior de esas experiencias y en la economía-mundo que están desbaratando esas transformaciones.
La octava parte alega que no es posible imaginar ninguna transformación profunda de la economía capitalista si no ocurren reformas de gran alcance en el orden político global. Se discuten, en este sentido, los proyectos de un constitucionalismo mundial de Luigi Ferrajoli y la Constitución política para una sociedad mundial pluralista de Jürgen Habermas. Se consideran también algunos procesos de involución en las instituciones de gobernanza regional y nacional, tales como el Brexit y las políticas populistas promovidas por el presidente Donald Trump.
Seguidamente, se examina la formación de una democracia social global según David Held. Esta podría comenzar mediante una ambiciosa reforma de las Naciones Unidas. Además, se resalta la importancia de la Nueva Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que introduce importantes innovaciones con respecto a los Objetivos del Desarrollo del Milenio y la coherencia entre todas estas iniciativas y las metas perseguidas por el Foro Social Mundial, un agente de la sociedad civil global que podría dar un gran impulso a la transformación de la economía-mundo capitalista.
Finalmente, se reitera que el advenimiento de una nueva racionalidad económica y política dependerá, en última instancia, de nuestra capacidad para reconocer las contradicciones del sistema e idealizar un nuevo orden global, comprometido con la paz, los derechos humanos y la promoción de la justicia distributiva al interior de los Estados, entre Estados y entre todas las regiones del mundo, y el irrestricto respeto a la justicia intergeneracional.
Quiero agradecer la excepcional ayuda de los jóvenes historiadores de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Matías Torres Rivara y Esteban Vergara Poblete en la elaboración de este libro. Los dos me asistieron en el desarrollo de las cátedras y seminarios de especialidad en Ciencia Política. También extiendo mi agradecimiento a Agustín Squella, Alejandro Foxley, Julio Sau, Fernando Molina y Ernesto Ottone por su aprecio a mi estudio de los temas considerados en este libro. Dicho aprecio no significa necesariamente que ellos compartan todos mis juicios. Un especial reconocimiento debo a Ricardo Ffrench-Davis, por el acucioso examen de los capítulos xv a xviii dedicados al análisis de la oposición al proyecto de reforma tributaria de la Nueva Mayoría en 2014 y los sucesivos intentos por reformarla hasta 2019.
Primera parte
La crisis del capitalismo
I
Conjeturas sobre el futuro del capitalismo
A diferencia de la economía neoclásica y el posmodernismo, los cultores de la macrosociología histórica asumen la discusión del futuro del capitalismo y, reconociendo el legado intelectual de Joseph Schumpeter y Karl Polanyi, priorizan la actuación de un sector de utilidad pública comprometido con la reproducción social de las personas, reconociendo al mismo tiempo el papel del mercado en la provisión de otros bienes y servicios.
Aceptación de la conjetura
Immanuel Wallerstein, Randall Collins, Michael Mann, Georgi Derluguian y Craig Calhoun, coautores del libro Does Capitalism Have a Future?, pronostican que en las próximas décadas o mucho antes, la “Gran Recesión de 2008” se nos revelará como el prólogo de un período caracterizado por sorprendentes shocks e inmensos desafíos. Algunos de ellos nos parecerán nuevos, y otros muy viejos, pero todos traerán consigo dilemas políticos sin precedentes y muy difíciles elecciones políticas que moldearán la vida de los niños y jóvenes de hoy. Todo esto no puede considerarse como necesaria o solamente malo, porque también puede ofrecernos una oportunidad para hacer algo distinto de lo que se ha hecho por las generaciones pasadas1.
Predecir nuevas configuraciones estructurales y sus factores condicionantes a partir de los conocimientos acumulados por la macrosociología histórica es algo que podemos hacer. Es lo que llamamos una prueba contrafactual y lo más cercano a lo que es una prueba experimental, un ejercicio muy distinto de la predicción de acontecimientos específicos, siendo algo completamente difícil o imposible de imaginar2.
Aquí tratamos de pronosticar los cambios venideros basados en el conocimiento acumulado por la macrosociología histórica sobre la evolución de la sociedad humana, especialmente la dinámica de los antiguos imperios y civilizaciones, los orígenes de la sociedad moderna y del capitalismo. La observación de los patrones de desarrollo en el largo plazo muestra que la historia humana se mueve a través de múltiples contradicciones y conflictos, resultantes de la intersección de distintos tipos de estructuras que logran cristalizarse en diversas configuraciones sólo después del transcurso de prolongados períodos de tiempo. Sin embargo, estas estructuras en cuanto realidades históricas no son eternas. Esta visión es compartida por todos los autores mencionados y sus diferencias son presentadas en el capítulo dedicado a cada uno de ellos.
Lo que cabe resaltar ahora es que ninguno sostiene su análisis en una condena o elogio del capitalismo, lo cual no significa afirmar que carezcan de una visión acerca de las características morales y políticas que definirían sus ideales acerca de la sociedad justa y buena3.
Rechazo intelectual y emocional a la conjetura
La predisposición a discutir los mundos futuros posibles y, en especial, las perspectivas del capitalismo choca con la opinión prevaleciente desde el fin de la Guerra Fría en las corrientes posmodernistas y en la economía neoclásica. Para ellas, no vale la pena pensar en los cambios estructurales de largo plazo.
La economía neoclásica basa sus modelos en el supuesto de que el universo social es fundamentalmente inmodificable. La existencia del capitalismo como sistema durante 500 años siempre habría demostrado su capacidad para superar las crisis del pasado mediante las políticas de ajustes y la innovación tecnológica. Esto es, sin embargo, sólo una generalización empírica, porque su renovada existencia secular no constituye la prueba de una vida eterna.
La comparación de la economía neoclásica con la astrología puede ayudarnos a comprender sus limitaciones. Al igual que la astrología, fue establecida como una materia especializada bajo el solo dominio de los expertos, sus consejos son requeridos en todo el mundo y gozan de una alta remuneración porque ambas, astrología y economía neoclásica, tratan de asuntos importantes que despiertan gran ansiedad e incertidumbre. En la astrología, las causas de la incertidumbre eran las sucesiones dinásticas y las guerras. Los economistas neoclásicos tratan de las ansiedades provocadas por las decisiones de inversión, la volatilidad de los mercados y la oposición que generalmente sus recomendaciones de políticas suelen generar en aquellos que deben padecerlas. Ambas funcionan como ideologías y se estructuran conforme al sentido común de las élites dominantes4.
Las distintas orientaciones postmodernistas de la década de los ochenta, surgidas de la frustrada revolución de 1968, la visible crisis del comunismo soviético y el relanzamiento de las ambiciones hegemónicas de los Estados Unidos, también contribuyeron a compartir el mismo supuesto de la existencia permanente del capitalismo,