qué deberías perderte la mejor noche del carnaval solo porque te hayas separado de tus amigos? –le preguntó Vittorio mirándola a los ojos.
Se dio cuenta de que se sentía tentada, casi podía saborear su excitación al ver que le ofrecían un salvavidas para una noche que había dado completamente por perdida. Pero en la profundidad de sus ojos todavía había preguntas y dudas.
Vittorio sonrió. Había empezado la noche de mal humor y sabía que eso se reflejaría en sus facciones, pero sabía cómo sonreír cuando había algo que le interesaba. Sabía cómo despertar su encanto cuando era necesario, ya fuera para negociar con un diplomático extranjero o para cortejar a una mujer.
–Una casualidad –repitió–. Una oportunidad feliz… para ambos. Y además puedes llevar mi capa puesta un rato más.
Ella lo miró a los ojos. Los suyos tenían largas pestañas y eran tímidos y nerviosos. Vittorio se sintió afectado una vez más por su aire de vulnerabilidad. Era muy distinta a las mujeres que conocía. En su mente apareció la imagen de Sirena: segura de sí misma, egocéntrica e incapaz de mostrar vulnerabilidad ni aunque estuviera sola en el mar con un tiburón hambriento delante.
–Es muy calentita –reconoció Rosa–. Gracias.
–¿Eso es un sí?
Ella aspiró con fuerza el aire y se mordió el labio inferior mientras en su interior se libraba una tortuosa batalla. Luego asintió con decisión y esbozó una tímida sonrisa en respuesta.
–¿Por qué no?
Vittorio no perdió ni un instante y la guio por el puente y a través de las calles hacia la entrada privada de los jardines de palacio. Su humor era considerablemente más ligero que al principio de la velada.
Porque de pronto, una noche que no le apetecía nada había dado un giro completo. No solo porque iba a darle una sorpresa a Sirena y a devolverle la pelota que ella le había arrojado, sino porque llevaba del brazo a una mujer preciosa en una de las ciudades más bellas del mundo, y la noche era joven.
¿Quién sabía cómo terminaría?
Capítulo 3
A ROSA se le aceleró el corazón cuando aquel hombre tan guapo le puso la mano sobre su manga y se abrió camino entre la multitud. Tenía que hacer un esfuerzo por seguirle el paso.
Le había dicho que se llamaba Vittorio, pero eso no le hacía menos desconocido. Y la estaba llevando a un baile de disfraces en alguna parte, o eso había dicho. Pero no tenía más detalles. Y no podía culpar a nadie de aquella chispa de impulso que la había llevado a abandonar todos los consejos de precaución con los que había crecido. Estaba haciendo algo muy lejos de su zona de confort y se preguntó si sería capaz de encontrar el camino de regreso en algún momento.
«¿Por qué no?», había sido su respuesta a su invitación, a pesar de que se le habían ocurrido un sinfín de razones. En sus veinticuatro años de vida, nunca había hecho nada tan impetuoso… ni tan imprudente. Sus hermanos sin duda añadirían «estúpido» a la descripción.
Y, sin embargo, dejando a un lado la incertidumbre e incluso la estupidez, su noche había dado un vuelco. Un vuelco cargado de burbujas de emoción.
–No está muy lejos –dijo él–. ¿Sigues teniendo frío?
–No.
Todo lo contrario. Su capa era como un escudo contra el tiempo, y sentía el brazo de Vittorio bajo el suyo sólido y real. En realidad estaba entusiasmada, como si se estuviera embarcando en un aventura con rumbo desconocido. Había muchos misterios, y aquel hombre estaba en lo más alto de la lista.
Rosa lo miró mientras él caminaba con pasos largos por la estrecha callejuela. Parecía ansioso por llegar a su destino, casi como si hubiera perdido demasiado tiempo hablando con ella en la plaza y quisiera recuperar el tiempo perdido.
Pasaron al lado de una farola que arrojó luces y sombras en su perfil, convirtiendo sus facciones en un espectáculo en movimiento: las líneas fuertes de la mandíbula y la nariz, la frente alta y los ojos oscuros, y todo rodeado por una gruesa melena de cabello negro.
–Ya queda poco –le dijo mirándola.
Durante un instante, un segundo, sus ojos cobalto se encontraron con los suyos y se quedaron allí enganchados. Las burbujas de la sangre de Rosa se elevaron todavía un poco más, y un brillo cálido surgió de lo más profundo de su vientre.
Se tambaleó un poco y Vittorio la sostuvo para no dejarla caer, y el momento desapareció. Pero aunque le dio las gracias en un susurro, decidió no pasar demasiado tiempo mirando a aquel hombre a los ojos. Al menos mientras caminaba.
–Por aquí –dijo guiándola hacia un callejón estrecho apartado de la bulliciosa calle. La muralla antigua de un palazzo desaparecía entre la niebla a un lado, al otro había un muro alto de ladrillo, y a cada paso que daba por el oscuro camino, los sonidos de la ciudad se iban acallando más y más por la niebla hasta que cada cuento de miedo que había escuchado vino a burlarse de ella, y el único sonido que pudo escuchar fue el latido de su propio corazón.
No, no era el único sonido, porque sus pasos resonaban en el estrecho callejón y también estaba el movimiento del agua, el reflejo de luz pálida en la cambiante superficie del camino que tenían delante. Pero no, eso significaría…
Y fue entonces cuando se dio cuenta de que el camino terminaba en un oscuro receso con solo el canal detrás.
Un callejón sin salida.
La adrenalina le corrió por las venas al mismo tiempo que la emoción se transformaba en miedo. Había recorrido por propia voluntad aquel camino oscuro con un hombre del que no sabía nada excepto su nombre. Si es que era su nombre.
–Vittorio –dijo deteniéndose y tratando de apartar la mano de su codo, donde la tenía atrapada–. Creo que he cambiado de idea…
–¿Disculpa?
Él se detuvo y se giró hacia ella, y las sombras que se proyectaban en su rostro le confirieron una dimensión aterradora. En aquel momento podría haber sido un demonio. Un monstruo.
A Rosa se le secó la boca. No quería pararse a pensar en la razón.
–Debería irme a casa.
Se estaba peleando con el cierre de la capa para poder quitársela y devolvérsela antes de salir corriendo.
–Rosa.
Se abrió una puerta en el receso detrás de Vittorio, dando paso a un mundo de fantasía. Las luces centelleaban en los árboles. Un portero se asomó para mirar quién estaba fuera e inclinó la cabeza al verlos allí esperando.
–Rosa –repitió Vittorio–. Ya estamos aquí. En el palazzo.
Ella parpadeó. Más allá del portero había un camino entre árboles y al final una fuente de la que brotaba el agua.
–¿En el baile?
–Sí –los labios de Vittorio se curvaron ligeramente en la oscuridad, como si de pronto hubiera entendido su necesidad de salir huyendo–. ¿O quieres volver a recordarme que lo que llevas es un disfraz?
Rosa agradeció más que nunca a la niebla por tragarse su oleada de vergüenza. Dios, ¿qué debía pensar Vittorio de ella? Primero la encontraba perdida y desesperada, y luego entraba en pánico pensando que iba a atacarla.
Chiara tenía razón. Necesitaba ser más dura. Ya no estaba en el pueblo. No tenía a su padre ni a sus hermanos para protegerla. Tenía que ser más inteligente y cuidar de sí misma.
Intentó sonreír a su vez.
–No. Lo siento mucho…
–No –dijo Vittorio ofreciéndole de nuevo el brazo–. Lo siento yo. La mayoría de la gente llega en barco a motor hasta la puerta