La Palabra de Dios y la esencia de la predicación
* El maestro y el trabajo de la predicación
* La congregación y el propósito de la predicación
Exploraremos cada uno de estos temas a partir de la experiencia del pueblo de Dios en Jerusalén, cuando el maestro Esdras los dirigió hacia un encuentro transformador con el Dios viviente.
Mientras lees los siguientes capítulos, te pido que mantengas a la mano Nehemías 8.1-12 en tu Biblia, en tu móvil o recurriendo a marcapáginas. Y, primeramente, mientras lees este capítulo, hazte la siguiente pregunta: ¿Cuales son los elementos de esta historia que demuestran lo que sucede cuando se abre y proclama la Biblia de la forma adecuada?
Nehemías 8.1-12 (NVI)
Entonces todo el pueblo, como un solo hombre, se reunió en la plaza que está frente a la puerta del Agua y le pidió al maestro Esdras traer el libro de la ley que el Señor le había dado a Israel por medio de Moisés. Así que el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras llevó la ley ante la asamblea, que estaba compuesta de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender la lectura, 3 y la leyó en presencia de ellos desde el alba hasta el mediodía en la plaza que está frente a la puerta del Agua. Todo el pueblo estaba muy atento a la lectura del libro de la ley.
El maestro Esdras se puso de pie sobre una plataforma de madera construida para la ocasión. A su derecha estaban Matatías, Semá, Anías, Urías, Jilquías y Maseías; a su izquierda, Pedaías, Misael, Malquías, Jasún, Jasbadana, Zacarías y Mesulán. Esdras, a quien la gente podía ver porque él estaba en un lugar más alto, abrió el libro y todo el pueblo se puso de pie. Entonces Esdras bendijo al Señor, el gran Dios. Y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «¡Amén y amén!» Luego adoraron al Señor, inclinándose hasta tocar el suelo con la frente.
Los levitas Jesúa, Baní, Serebías, Jamín, Acub, Sabetay, Hodías, Maseías, Quelitá, Azarías, Jozabed, Janán y Pelaías le explicaban la ley al pueblo, que no se movía de su sitio. Ellos leían con claridad el libro de la ley de Dios y lo interpretaban de modo que se comprendiera su lectura.
Al oír las palabras de la ley, la gente comenzó a llorar. Por eso el gobernador Nehemías, el sacerdote y maestro Esdras y los levitas que enseñaban al pueblo les dijeron: «No lloren ni se pongan tristes, porque este día ha sido consagrado al Señor su Dios».
Luego Nehemías añadió: «Ya pueden irse. Coman bien, tomen bebidas dulces y compartan su comida con quienes no tengan nada, porque este día ha sido consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza».
También los levitas tranquilizaban a todo el pueblo. Les decían: «¡Tranquilos! ¡No estén tristes, que este es un día santo!»
Así que todo el pueblo se fue a comer y beber y compartir su comida, felices de haber comprendido lo que se les había enseñado.
2. J. I. Packer, ‘Why Preach?’ en Honouring the Written Word of God: Collected Shorter Writings of J. I. Packer, ed. J. I. Packer (Carlisle: Paternoster Press, 1999), 260.
Parte I
La Palabra de Dios y la esencia de la predicación
Preludio
Me encanta la iniciativa de obsequiar copias de los Evangelios a estudiantes universitarios no cristianos alrededor del mundo. Una vez me describieron esta labor como si se colocaran pequeños explosivos que cambian radicalmente los corazones y las mentes de los estudiantes. Me encanta encontrar una Biblia de los gedeones en mi cuarto de hotel y me acuerdo de las historias de vidas que fueron transformadas al abrir las páginas de la Biblia y encontrarse con el Dios viviente. Ya sea en momentos de felicidad o tristeza, en tiempos difíciles o de incertidumbre, me encanta leer las Escrituras y descubrir que mi vida se redirige hacia una historia distinta, hacia otra lectura de la realidad. Me encanta cuando me reúno con una congregación, ya sea grande o pequeña, y juntos nos adentramos en la presencia de Dios mientras se proclama la Biblia, nuestro discipulado recibe nuevos retos, nuestra alabanza se renueva y nuestras vidas espirituales reciben aliento. La Palabra de Dios es dinámica, transforma los corazones y las mentes, logrando así restaurar vidas rotas, renovar las iglesias e incluso a comunidades enteras.
¿Puedes imaginarte el estado de ánimo de los que se reunieron en el centro de Jerusalén aquel día? Luego de haber podido finalmente regresar a casa tras haber estado muchos años deportados en una tierra pagana, anhelaban la restauración, no solamente la reconstrucción de los muros derribados de la ciudad, sino también la restauración de sus familias y de su propia nación. Nehemías 8 nos presenta un encuentro extraordinario, cuando el pueblo de Dios da inicio a su camino de renovación.
La historia en el capítulo 8, ubicada a la mitad de las memorias de Nehemías, nos señala que, al haber finalizado la reconstrucción de los muros de Jerusalén, el verdadero cimiento de la comunidad restaurada será la Palabra de Dios. Nehemías sabía cuán estratégico sería esto, así que se aseguró de que Esdras, el maestro erudito, pase a primer plano.
El texto posee dos características que demuestran que Esdras y Nehemías creían que la Palabra era el cimiento de todo lo demás que estaba por venir: el carácter central y la autoridad de la Palabra.
El carácter central de la Palabra
Para el pueblo de Dios, el séptimo mes era uno donde se celebraba una gran fiesta religiosa, y lo primero que hicieron fue pedir la lectura de las Escrituras. Era el deseo del pueblo que se leyera la ley: «Entonces todo el pueblo, como un solo hombre, se reunió en la plaza que está frente a la puerta del Agua y le pidió al maestro Esdras traer el libro de la ley que el Señor le había dado a Israel por medio de Moisés» (vv. 1-2). Y la ley cautivó la atención de todos: «Todo el pueblo estaba muy atento a la lectura del libro de la ley» (v. 3); y el versículo 13: «Al día siguiente, los jefes de familia, junto con los sacerdotes y los levitas, se reunieron con el maestro Esdras para estudiar los términos de la ley».
Este libro mantuvo su lugar central hasta finales de aquel mes. «Y asumieron así su responsabilidad. Durante tres horas leyeron el libro de la ley del Señor su Dios, y en las tres horas siguientes le confesaron sus pecados y lo adoraron» (Neh 9.3). La Palabra de Dios representaba los estatutos de fundación, la nueva constitución del pueblo de Dios. Esta Palabra definió la identidad del pueblo y fue ubicada en el mismísimo centro de su programa de restauración, al cual Esdras y Nehemías los invocaban. Para una nación que buscaba su identidad y formaba su programa de restauración, la Palabra de Dios era muy importante. Hay incluso algo simbólico en el hecho que no fue leída en el templo, sino en la ciudad: «y la leyó en presencia de ellos desde el alba hasta el mediodía en la plaza que está frente a la puerta del Agua» (v. 3).
Lo mismo es cierto para la predicación hoy en día. Nuestra tarea no consiste en pararnos frente al texto bíblico, sino detrás de este, y asegurarnos que sea el texto el que hable. En demasiadas ocasiones, pareciera que a la Biblia se la coloca en la periferia en lugar de ocupar el centro de atención. Y también, cuando el predicador intenta ser pertinente, el texto se convierte en la plataforma de lanzamiento desde la cual el resto del sermón despega. Entonces, uno de los desafíos que enfrentamos en nuestras iglesias alrededor del mundo es este: ¿cómo restauramos el lugar dinámico de la Biblia? Y la razón por la cual esto es primordial está vinculada a un segundo aspecto de la Palabra de Dios, que nuevamente veremos en Nehemías 8.
La autoridad de la Palabra
Aquí simplemente mencionamos el énfasis del versículo 1: «Entonces todo el pueblo, como un solo hombre, se reunió en la plaza que está frente a la puerta del Agua y le pidió al maestro Esdras traer el libro de la ley que el Señor le había dado a Israel por medio de Moisés». Se