Jonathan Lamb

La predicación bíblica transformadora


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humana en la presencia de Dios» (2Co 4.2).

      Pablo destaca su determinación por ser fiel al mensaje y menciona una prioridad clave: no debemos distorsionar la Palabra de Dios, sino presentar su verdad de manera sencilla. Exponer significa presentar algo para que sea visto, una revelación plena de la verdad. Es lo opuesto al engaño. Es «mostrar lo que tienes en la mano». Es como el mago en un circo que se remanga para mostrar que no está ocultando nada. Pablo insiste que no estamos ocultando nada, sino que proclamamos fielmente todo el consejo de Dios. Y esta es la fuerza del versículo 2: no cambiamos el mensaje para complacer a nuestros corazones, sino que exponemos la verdad. No adornamos la verdad para ganar popularidad, sino que expresamos el mensaje claramente. No guardamos el mensaje para un grupo selecto que podrá iniciarse hacia niveles más altos de experiencia espiritual, sino que nos encomendamos a la conciencia de todos.

      Solo unos versículos más adelante, Pablo describe las características de este ministerio: «A diferencia de muchos, nosotros no somos de los que trafican con la palabra de Dios. Más bien, hablamos con sinceridad delante de él en Cristo, como enviados de Dios que somos» (2.17). Los falsos maestros trataron de ganar conversos por medio del engaño. Es posible que estos predicadores se hayan parecido a los grupos ocultistas de aquellos días, vendedores que comercializaban un producto religioso nuevo y misterioso. Algunos comentaristas creen que este grupo criticaba la manera en la que Pablo hablaba tan abiertamente sobre el evangelio; ellos preferían que la verdad se mantuviera envuelta en misterio. Y obviamente, así podían cobrar grandes sumas si las personas realmente querían descubrir esa verdad esotérica. Quizá eran como esos vendedores ambulantes que vendían vino mezclado con agua. Eran culpables de adulterar el producto, el mensaje, pero sin el menor remordimiento, porque solo les interesaba ganar dinero.

      Más adelante, Pablo nos ofrece información acerca de su preocupación por la predicación defectuosa en Corinto. Usaban un lenguaje similar, pero se trataba, como lo dijo Pablo, de otro Jesús, un espíritu diferente, un evangelio diferente (2Co 11.3-4). No estamos seguros de lo que esto pudo haber representado: quizá era un evangelio que enfatizaba la fuerza, no la debilidad; un mensaje que prometía triunfo, no sufrimiento; un evangelio que ostentaba gloria, no la cruz. Pero lo que realmente importaba para Pablo, y para todos los que han sido llamados a predicar la Palabra, es el compromiso con una declaración fiel, clara y abierta de la verdad.

      Cuatro prioridades

      1) Tenemos la convicción de que las Escrituras son la Palabra de Dios, y que poseen autoridad y poder. Todo tipo de predicación debe centrarse en la Palabra de Dios si se quiere demostrar que cumple eficazmente los propósitos de Dios.

      2) Nuestro interés es que, dado que la Biblia es la Palabra de Dios, su voz debe escucharse. De hecho, estamos convencidos de que no hay nada más importante que esto para la vida de un cristiano y para la iglesia local. Pedro es lo suficientemente audaz para señalar que: «El que habla, hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios» (1P 4.11). A pesar de las debilidades humanas tanto del hablante como del oyente, Dios ha elegido revelarse a sí mismo y sus propósitos por medio de la predicación fiel de las Escrituras. Como lo enfatizaré en el siguiente capítulo, antes que los predicadores pronuncien sus sermones, deben escuchar cuidadosamente la voz de Dios. En uno de sus sermones sobre Efesios, Juan Calvino dijo:

      3) Nuestra actitud debe estar sometida a la Palabra de Dios, comprometida por sobre todo a permitir que la Biblia hable. En ese sentido, la exposición bíblica es más que un método, es una forma de pensar: nuestra actitud es de sumisión a la Palabra, asegurándonos que lo que estamos a punto de predicar fluya directamente de la revelación divina. Y nuestra prioridad, si somos predicadores, es proclamar la Palabra de una manera clara y sencilla.

      No me estoy refiriendo a un estilo particular de predicación como tal. Como lo he insinuado anteriormente, la exposición bíblica no es un enfoque cultural específico, con comentarios detallados versículo por versículo, argumentos lineales y tres puntos bien definidos. Eso puede que funcione bien en algunos contextos, pero cada predicador tiene una personalidad única, un contexto cultural y una manera de comunicarse. El compromiso central es universal: deseamos exponer la fuerza y el poder de la Palabra de Dios. Al final de tu predicación (si eres un predicador), sin importar tu estilo cultural, la pregunta más importante es: ¿ha escuchado la congregación el mensaje del texto bíblico y ha comprendido su significado? Ya hemos enfatizado cuán básico e importante es predicar desde un pasaje bíblico, pero es útil en la vida de la iglesia hablar a veces sobre algún tema en particular, entonces tendremos que utilizar más que un pasaje bíblico. Pero incluso entonces, es recomendable anclar el sermón en un pasaje importante, lo cual permite a los oyentes enfocarse con claridad, y los ayuda a entender que no estamos predicando nuestras propias opiniones sobre el tema, sino que estamos descubriendo lo que Dios dice al respecto.

      3. Humildad

      Estar convencido de la autoridad y el carácter central de la Palabra también dará forma al enfoque y la motivación del predicador respecto a la tarea de predicar. Ya hemos visto en 2 Corintios 4 que a Pablo le interesa hablar la Palabra con fidelidad y claridad, y mantenerla en el centro de atención. En el mismo capítulo, asegura a los corintios que él no se dedica al ministerio cristiano con el propósito de impresionar a las multitudes, construir su propia base de poder o alimentar su propio ego.

      Pablo lo expresó con la franqueza que lo caracterizaba: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús» (2Co 4.5).

      A medida que la globalización se arraigaba a finales del siglo veinte, algunos comentaristas cristianos sugirieron que, al menos en algunas partes del mundo occidental, la iglesia empezó a desarrollar una actitud consumista. Se describía este