sugirieron que las congregaciones comenzaron a elegir sermones de la misa manera en que elegían restaurantes de comida rápida. Hoy, McDonald’s, mañana, Burger King.
En los días de Pablo había ciertamente un problema con el culto a la personalidad y la presión hacia el espectáculo. Pablo utiliza las palabras de sus críticos en 2 Corintios 10.10: «Sus cartas son duras y fuertes, pero él en persona no impresiona a nadie, y como orador es un fracaso». Y en el siguiente capítulo, él admite, «Quizás yo sea un mal orador» (11.16). Sus rivales en Corinto estaban claramente muy preocupados por la imagen que proyectaban, su elocuencia y sus habilidades retóricas. Y Pablo no tenía miedo de confrontar aquello directamente: «No nos predicamos a nosotros mismos» (4.5). No estamos proyectando nuestro carisma, ni tratando de edificar nuestra propia fuente de autoridad. Pablo dijo esto claramente en su primera carta: «Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de este crucificado» (1Co 2.1-2).
En el capítulo 11, nos enfocaremos directamente en el llamado de predicar a Cristo. El punto a subrayar aquí es, si las Escrituras ocupan el lugar central, la predicación no se enfocará en nosotros. Pablo deseaba que nada impidiera la predicación del Evangelio. Lo que realmente importaba era que se predicara con autoridad. En estos tiempos que vivimos, donde la gente está consciente de los medios de comunicación, no nos debe sorprender que nuestras iglesias se conviertan en teatros, donde el espectáculo es más importante que el contenido, donde rendimos honor a nuestros «héroes» evangélicos y exaltamos sus ministerios. Cristo y su Palabra deben ser el centro de atención.
4. Comunidad
Uno de los beneficios más importantes de la exposición bíblica es que anima a la congregación a enfocarse en el pasaje bíblico, a explorar y comprender su significado, y a verificar lo que el predicador está diciendo a partir de lo que ellos mismos están leyendo. La predicación, como veremos en el capítulo 8, es un evento de la comunidad. El interés del predicador es compartir la Biblia con la congregación, no simplemente emitir sus propias conclusiones, sino animar a cada persona a encontrarse con la Palabra de Dios, y con el Dios de la Palabra. La explicación esmerada de un pasaje bíblico no solamente tiene la intención de proveer comida, sino que también sirve para demostrar cómo cocinar, para que así cada cristiano pueda descubrir maneras en la cuales un pasaje bíblico puede ser comprendido. Tomemos en cuenta el buen ejemplo de los de Berea, que «recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba» (Hch 17.11).
Es muy valioso para la congregación si la iglesia se compromete a predicar libros completos de la Biblia, y los analiza consecutivamente mediante pasajes selectos. Christopher Ash comparte una serie de razones por las que ese tipo de ministerio de predicación es beneficioso. Se logra que la iglesia escuche todo el consejo de Dios y reciba una dieta variada; quiere decir que los predicadores abordan la Biblia con integridad cuando predican pasajes en su contexto y, por lo tanto, muestran a los cristianos un buen modelo para su propia lectura bíblica.11
Podemos también asegurarnos que la Biblia juegue un papel central en la vida de nuestra iglesia si tomamos seriamente los consejos de Pablo a Timoteo: «En tanto que llego, dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los hermanos» (1Ti 4.13). La pérdida del carácter central de la Palabra en las iglesias se manifiesta de muchas maneras, incluyendo cuando se la margina por no leerla en público, y también en el tiempo cada vez menor que se dedica a su enseñanza. Se estima que la duración promedio de los sermones en las iglesias del Reino Unido ha bajado a quince minutos, lo que llevó a un periodista a comentar irónicamente que «este es un tributo notable al poder de la oración intercesora» (es decir, ¡la oración por sermones más cortos!). Las congregaciones deben asumir su responsabilidad de asegurarse que la Palabra ocupe el lugar central: en su lectura pública cada vez que la iglesia se reúne, en enfoques adecuados y creativos para las actividades de los niños, en la vida familiar y en la práctica de disciplinas espirituales personales. La alentadora guía de Deuteronomio 6 todavía es válida: «Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6.6-7).
Encontrarse con el Señor de la Palabra
Cuando el pueblo se reunió en Jerusalén y se leyeron las Escrituras (Neh 8.1-2), no solamente escucharon las palabras de la ley, sino que se encontraron con Dios que les hablaba. El dramático encuentro en el camino a Emaús, que vimos en la introducción, comunica el mismo punto. Luego de haber conocido a Cristo mediante las páginas del Antiguo Testamento, los discípulos declararon: «¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24.32). Aunque parezca asombroso, la misma experiencia es posible hoy, cuando la Palabra de Dios se comparte fielmente en nuestras congregaciones. De hecho, ¿no debería ser esa nuestra oración y expectativa? ¿No deberíamos anhelar tener corazones ardientes mientras nos encontramos con el Dios vivo?
Encuestas recientes entre congregaciones en mi país muestran que la gran mayoría de los creyentes vienen a la iglesia con grandes expectativas, anhelando escuchar la Palabra del Señor y encontrarse con el Señor de la Palabra. Pero a menudo, sabemos que esta esperanza no se hace realidad. Greg Haslam cuenta la historia de un amerindio que visitó una gran iglesia estadounidense para escuchar a un pastor. «El pastor predicó por unos cuarenta minutos a una congregación de cinco o seis mil personas, mientras el piel roja12 permanecía inexpresivo, con sus brazos cruzados, escuchando con mucha atención. Después, su anfitrión le preguntó: “Bueno, ¿qué te pareció?” El indio se detuvo por un momento antes de decir: “Gran viento. Fuerte trueno. No hay fuego”». Greg Haslam usa la anécdota en torno a su preocupación por el estado espiritual de nuestras iglesias y la urgente necesidad de encontrarse con Dios mediante el poder de la Palabra y el Espíritu.13
Predicar la Palabra ciertamente opera en un nivel horizontal, del predicador a la congregación, con el propósito de lograr la mutua edificación. Pero aprenderemos de Nehemías 8 que el propósito de compartir la Palabra es encontrarse con el Dios viviente. En Jerusalén aquel día, los congregados elevaron sus manos en señal de adoración e inclinaron el rostro confesándose. Todos los ministerios de la Palabra, incluyendo la predicación, deberían hacer nacer en nosotros un entendimiento más profundo y una experiencia de Dios por medio de Cristo. La predicación debería ser el evento en el que Dios se acerca a nosotros, está presente y nos habla. Tal como aquel día extraordinario en Jerusalén, cuando compartimos la Biblia en nuestras iglesias y escuchamos la Palabra proclamada, realmente podemos encontrarnos con el Dios vivo.
Para la reflexión personal y estudio en grupo
Los primeros dirigentes cristianos sabían que incluso el ministerio cristiano legítimo puede distraer a uno del ministerio de la Palabra y la oración (Hch 6.1-4).
* ¿Cuáles son las cosas que pueden desplazar a la Biblia de su lugar central dentro de tu vida e iglesia?
* ¿Cómo podemos asegurarnos que la Biblia ocupe un lugar central en la vida de la iglesia?
* ¿Cómo podemos ayudar a las congregaciones a que entiendan la historia completa de la Biblia?
* ¿Cómo puede el tomar conciencia de la autoridad de las Escrituras cambiar nuestra actitud ante la tarea de la predicación?
3. Edmund P. Clowney, Preaching and Biblical Theology (Grand Rapids: Eerdmans, 1961), 54–59.
4. David Day, A Preaching Workbook