Jonathan Lamb

La predicación bíblica transformadora


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proviene de Dios. La ley era «instrucción» de parte de Dios mismo. Sin este sentido de autoridad divina, sería simplemente una cuestión de veneración de un libro. Hay una magnífica explicación de esto en el Nuevo Testamento, cuando Pablo describe la manera en que los creyentes recibieron el Evangelio: «Así que no dejamos de dar gracias a Dios, porque al oír ustedes la palabra de Dios que les predicamos, la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes» (1Ts 2.13).

      Hay varias conclusiones acerca de la Biblia que pueden inferirse a partir de la afirmación de Pablo:

      * Su autoridad: es la Palabra «de Dios». Se trata de una afirmación enfática según la manera en que Pablo lo escribe. El mensaje de los apóstoles posee autoridad porque se origina en Dios mismo.

      * Su poder: «la cual actúa en ustedes los creyentes». Es poderosa porque precisamente es la Palabra de Dios. Nunca debemos separar la Palabra escrita y el Dios viviente que habla esa Palabra. Por el Espíritu de Dios, es poderosa, da vida y la transforma. Sigue operando en los que siguen creyendo.

      * Su recepción: Pablo agradece a Dios porque los creyentes de Tesalónica «la aceptaron» como la Palabra de Dios. Usa dos palabras en el versículo 13: al «oír» la Palabra, y luego la «aceptaron». La Palabra se convirtió en parte de ellos mismos y siguió operando en sus vidas.

      * Su impacto: Pablo ya ha descrito los efectos de la Palabra de Dios en Tesalonicenses 1.9, y la manera en que dejaron «los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero». De manera similar, Pablo describe el impacto de la Palabra en el versículo 8: «Partiendo de ustedes, el mensaje del Señor se ha proclamado no solo en Macedonia y en Acaya, sino en todo lugar; a tal punto se ha divulgado su fe en Dios que ya no es necesario que nosotros digamos nada».

      Tenemos un excelente ejemplo del poder transformador de la Palabra de Dios, que opera en los tesalonicenses de la misma manera que lo hizo con el pueblo de Dios que estuvo parado en la plaza de Jerusalén en los días de Nehemías. La Palabra de Dios no consiste sencillamente de enunciados distantes y fríos, sino que es una Palabra dinámica que por el poder del Espíritu de Dios nos hace cambiar de rumbo para servir a Dios y da forma a la manera en la que debemos vivir.

      ¿Qué lecciones podemos sacar sobre la predicación bíblica para hoy en día? Voy a resaltar tres principios en los siguientes capítulos: La predicación bíblica debe centrarse en la Palabra de Dios, debe orar la Palabra de Dios y debe entender la Palabra de Dios.

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      Capítulo 1

      La predicación bíblica debe centrarse en la Palabra de Dios

      El autor y predicador mundial John Stott, una vez comentó que «el secreto de la predicación no es tanto dominar ciertas técnicas, sino ser dominado por ciertas convicciones». Y no hay una convicción más importante por la que debemos estar dominados que esta: la Palabra de Dios tiene poder y autoridad porque es la revelación de Dios para todos los pueblos, culturas y generaciones. Tal como hemos visto a partir del relato de Nehemías, las Escrituras provienen de Dios, «que el Señor le había dado a Israel» (Neh 8.1), y debe por tanto establecer la agenda para toda predicación. Nuestra labor consiste en asegurarnos que las Escrituras jueguen un papel central, en esforzarnos por entender su significado y propósito, y en dedicar nuestras energías a proclamar su verdad.

      Someternos a la Palabra de Dios

      1. Autoridad

      En algunas culturas, se le da autoridad al predicador porque tiene las credenciales teológicas adecuadas. O tal vez, tiene el título eclesiástico o rango correcto. O a veces pensamos que su autoridad proviene de la indumentaria que lleva o por el púlpito elevado desde donde predica.

      El grupo de palabras más común significa proclamar en calidad de heraldo. Predicar es proclamar el mensaje que nos ha sido dado con la autoridad de Dios y que él mismo nos ha enviado a proclamarlo. El mensajero no genera el mensaje, pero Dios sí. La segunda palabra se relaciona con anunciar las buenas nuevas. No se la utiliza exclusivamente en la tarea de evangelizar, aunque la incluye. De nuevo, son las buenas nuevas de Dios, no las nuestras. El tercer grupo de palabras se relaciona con testificar de los hechos. Y el cuarto grupo, que comúnmente se traduce como «instruir», significa dar a conocer los hechos tal como Dios los ha revelado. Lo importante que debemos notar no solo es el hecho que estas palabras por lo general aparecen juntas (lo cual significa que la predicación contiene todos estos elementos y no debería limitarse a un solo significado), sino que el énfasis recae en la noción de «dar a conocer» el mensaje. Nuestra obligación es proclamar la Palabra de Dios.

      Además, si analizamos las instrucciones de Pablo a Timoteo, veremos cuán insistente fue en explicar que la tarea pastoral debería involucrar la proclamación y lectura de la Palabra de manera fiel, urgente y constante (1Ti 4.11-16; 2Ti 4.1-5). «Predica la Palabra» o «proclama el mensaje» (2Ti 4.2). Aquí, Pablo enfatiza la función del heraldo que proclama lo que Dios nos ha relevado en las Escrituras. Y los verbos adicionales: «corrige, reprende y anima», indican que esta tarea tiene un propósito: exponemos la Palabra de Dios para dar lugar al cambio (como veremos en los capítulos 8-10).

      El párrafo anterior de Pablo subraya esto, enfatizando por qué debemos confiar en las Escrituras y exponerlas fielmente (2Ti 3.14-17). Las Escrituras tienen autoridad porque han sido inspiradas por Dios (v. 16), y por lo tanto son la única fuente de revelación con respecto a la necesidad más grande de la humanidad: «darte la sabiduría necesaria para la salvación» (v. 15). Entonces, la tarea de la predicación es abrir estas Escrituras con el propósito de «enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (v. 16). Por lo tanto, Pablo enfatiza el punto: nuestra tarea es proclamar la Biblia. Nada más nos beneficiará, puesto que nada más revela los propósitos de Dios, y nada más tiene tal poder transformador. De este modo, el pasaje bíblico establece la autoridad del predicador. La autoridad del acto de predicar no se debe por la fama o el carisma del predicador, ni por sus estudios académicos o habilidades de oratoria.

      El gran predicador Campbell Morgan lo dijo claramente: «Mi sermón no tiene autoridad en sí mismo, excepto como una interpretación o una exposición o una ilustración de una verdad que está en el texto bíblico. El texto lo es todo. De eso se trata la autoridad».

      2. Integridad

      El apóstol Pablo se enfocaba en asegurarse que su ministerio se centre en la Palabra de Dios. Sabemos, por su segunda epístola a los Corintios, que los falsos maestros de Corinto lo criticaban por una serie de cuestiones, por ejemplo, su aparente falta de habilidades retóricas. En su defensa, esbozó un llamado para todos los predicadores de la Palabra: «Hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace