El 92,9% de las chilenas tiene elevados niveles de sedentarismo de tiempo libre, definido como aquellas personas que realizan actividad física menos de 30 minutos al menos tres veces a la semana. Este valor es similar al que se observa en hombres, constituyendo un verdadero desafío nacional lograr que la población de ambos sexos se involucre en actividades de actividad física en forma regular. Lo anterior no es fácil, dado que se requieren políticas nacionales que fomenten tanto las actividades recreativas como el tiempo y los espacios adecuados. Se ha planteado de manera reiterada por diversas sociedades científicas que el cambio debiera comenzar en el período escolar, con un aumento de las horas de clases efectivas de actividad física y la disminución del ausentismo o excusas que presentan las niñas, muchas veces fomentado por sus propios padres.
Por otro lado, existen numerosas barreras que alejan a las mujeres de la práctica regular del ejercicio, tales como el tiempo requerido, el costo asociado, el temor al ridículo, el cuidado que deben prestar a sus hijos y el tiempo que deben dedicar a las tareas domésticas, entre otras.
Desde el punto de vista fisiopatológico, el sedentarismo se asocia a un mayor riesgo de Resistencia a la Insulina (RI) y de un estado proinflamatorio, determinado en gran parte por las adipoquinas secretadas por el tejido adiposo redundante, tales como el TNF-a, interleukina-6, entre otros, lo que repercute al final en una mala condición física, propensión a la obesidad y una mala condición aeróbica, factores todos que se traducen en un mayor riesgo cardiovascular.
El 28,9% de las mujeres chilenas reúne criterios de diagnóstico de Síndrome Metabólico (SM), según los estándares de la National Cholesterol Education Program Treatment Panel (ATP) III. Este síndrome reúne al menos tres de cinco condiciones de salud que ponen a la persona en un mayor riesgo de desarrollar diabetes o enfermedad cardiovascular. Las variables incluidas para el diagnóstico son glicemia, triglicéridos, aumento de la circunferencia de la cintura, presión arterial elevada y colesterol HDL bajo. A medida que aumenta la edad, se observa asimismo un mayor número de mujeres portadoras de síndrome metabólico.
Ingesta calórica excesiva. Desde el punto de vista termodinámico, la obesidad se desarrolla cuando el ingreso de energía supera al egreso y esto se mantiene en el tiempo. El exceso energético se conserva en nuestro organismo en forma de depósito aumentado de grasa corporal.
El ingreso energético está determinado en lo fundamental por la alimentación. El consumo excesivo de alimentos ricos en calorías se traduce en una condición de balance energético positivo, representando uno de los principales factores ambientales para el desarrollo de la obesidad.
Es preocupante constatar que tan solo el 18,4% de las chilenas presenta un consumo de cinco o más porciones de frutas y verduras al día, lo cual es levemente superior a lo que exhiben sus pares masculinos. Estas cifras están muy por debajo del cumplimiento de las recomendaciones nacionales de alimentación saludable, lo cual está determinado con probabilidad por hábitos, falta de acceso y costos elevados, entre otros.
La ingesta de alimentos ricos en grasas y carbohidratos refinados representa la principal fuente de comidas de alta densidad energética, responsable de la obesidad. La amplia disponibilidad actual de lugares de venta de comida rápida o chatarra ha permito el acceso fácil de un mayor porcentaje de la población a este tipo de alimentos, en desmedro de alimentos tradicionales de preparación casera. La mayor ingesta energética se ve facilitada además, por una vasta oferta de promociones de aumento de porciones por mínimos costos adicionales para los consumidores.
Los alimentos ricos en grasas son los que aportan un mayor valor energético, dado que cada gramo de grasa aporta 9 kcal. Por lo general, el mayor aporte está dado por grasas saturadas, las cuales se asocian a un mayor perfil aterogénico y a un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular.
La ingesta de carbohidratos parece ser importante en nuestro medio, dado los altos consumos observados en alimentos tales como pan, fideos, arroz y bebidas de fantasía azucaradas, entre otros.
Consumo de alcohol. El consumo de bebidas alcohólicas representa un aporte calórico significativo, ya que por cada gramo de alcohol se entregan 7 kcal a nuestro organismo. En general, las chilenas presentan un menor consumo de alcohol que los hombres, excepto en el grupo etario de 15 a 24 años, que llegan a valores superiores a 80 gramos en un día de consumo.
Las estadísticas nacionales muestran que 22,7% de las mujeres consumen alcohol dos o más veces a la semana. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las chilenas consumen en promedio el equivalente a 5,5 litros de alcohol puro al año, lo cual representa el valor más alto para los países de la región. Estas cifras podrían representar un aporte de cerca de 40 mil kcal al año, cifra que si se adiciona a la sobrealimentación determina una mayor propensión para el desarrollo de la obesidad.
Otros factores ambientales. Se han identificado numerosos otros factores ambientales que podrían estar involucrados en la etiopatogenia de la obesidad, tales como el uso de fármacos (anticonceptivos, antisicóticos, antidepresivos, glucocorticoides, entre otros), la presencia de factores estresantes, la suspensión del tabaco, los antecedentes de obesidad materna, la malnutrición fetal, etcétera.
Factores genéticos. Existen claras evidencias que existen numerosos factores genéticos involucrados en el desarrollo de la obesidad humana. Entre estos, destacan los siguientes hechos:
• La mayoría de los casos de obesidad en humanos es poligénica
• Es difícil distinguir entre el rol de los genes y el ambiente
• Los niños adoptados tienen un IMC más parecido a sus padres biológicos que a sus padres adoptivos
• Gemelos idénticos presentan un IMC similar
• Hay pocos casos en que haya un solo gen involucrado
Entre las raras mutaciones monogénicas descritas en humanos sobresalen la mutación para el gen de leptina, la mutación del gen para el receptor de la leptina, la mutación del gen de la proopiomelanocortina y la mutación del gen para el receptor MC4 (melanocortina).
La implementación temprana de estrategias de prevención de obesidad en hijas de padres obesos tiene un rol de gran importancia, porque el riesgo de desarrollar obesidad puede llegar a cifras cercanas a 80% cuando ambos padres son obesos.
Por último, cabe mencionar que existen descritos alrededor de 30 síndromes genéticos que presentan obesidad como parte del cuadro clínico, con frecuencia acompañados por retardo mental, dismorfias y otras características. El síndrome de Prader Willi es un ejemplo típico de la obesidad sindrómica.
CARACTERÍSTICAS DE LA OBESIDAD EN LA MUJER
La mayor cantidad de grasa corporal y su distribución topográfica de predominio periférico determinan en la mujer un perfil de riesgo diferente al hombre.
El tejido adiposo es considerado en la actualidad la mayor glándula endocrina de nuestro organismo, ya que es capaz de secretar numerosas adipoquinas con variados roles. Este tejido se puede distribuir en compartimientos subcutáneos o en localizaciones más profundas conocidas como compartimiento visceral, con marcadas diferencias, entre ellos. La localización subcutánea es la más abundante, en especial en la mujer, presentando una actividad metabólica más lenta que la grasa visceral. Esta última es mucho más activa desde el punto de vista metabólico, ya que presenta una mayor actividad secretoria. Por esta razón, la grasa visceral se asocia a mayor riesgo de enfermedades metabólicas, tales como Diabetes Mellitus tipo 2 (DM tipo 2), dislipidemia e hipertensión arterial esencial (HTA), entre otras.
La distribución femoroglútea de la grasa corporal (obesidad ginoide) caracteriza a la mujer en la edad reproductiva. A pesar de que esta distribución femenina se asocia menos a un riesgo metabólico y a las enfermedades cardiovasculares, puede sin embargo provocar otras consecuencias adversas para la salud: osteoartritis de extremidades inferiores, trastornos vasculares, dolor de pies, edema, etcétera.
La distribución ginoide se dtermina en tér-minos antropométricos