Nuestra protagonista vivió en la Córdoba del siglo XIX. Nació como Josefa Saturnina Rodríguez y murió como Catalina de María, esclava del Corazón de Jesús. Este nuevo nombre lo tomó a instancias del padre David Luque y la identificó en su vida consagrada.
“La llamada de Jesús incluye la promesa de un cambio de identidad, individualiza y personaliza de un modo irrepetible e inconfundible y da un sentido completamente nuevo al propio nombre” (5). Admitido esto, el cambio de nombre en Saturnina nos indica más que su biografía: es su camino, su historia de salvación; es una situación profunda que nos dice que Jesús la llamó, le dio una misión que ella aceptó y con eso configuró totalmente su vida de otro modo. En la Biblia el cambio de nombre tiene un valor peculiar y es lo que determina el encargo dado por Dios. Lo vemos por ejemplo, en el Antiguo Testamento en la sustitución del nombre de Abraham, en el Nuevo Testamento en el cambio de nombre de Cefas por Pedro (6). También Ignacio de Loyola nació como Íñigo y tomó el nuevo nombre admirado por Ignacio de Antioquía. Para todos significó un cambio sustancial en su destino y tarea.
Luego de esta introducción, aclaro que de ahora en más la llamaremos Catalina, sin considerar la época de la vida a la que nos refiramos. El plan de Dios para su vida, la búsqueda por su parte de ese plan de Dios, el entrecruzamiento de su biografía con otras y con la historia y el contexto del país en ese momento darán cuerpo a esta Historia. Historia de Amor del Corazón de Jesús.
Catalina nació en Córdoba el 27 de noviembre de 1823 y falleció en la misma ciudad el 5 de abril de 1896. Vive en una época de inestabilidad política, de malones, de luchas entre unitarios y federales, con una universidad prestigiosa y una sociedad y una Iglesia marcadas por el protagonismo masculino; la mujer, en cambio tenía un rol familiar, doméstico y pasivo puertas adentro. Solo había monasterios femeninos de clausura, no existiendo a Argentina, fiel al paradigma del ocultamiento femenino, congregaciones religiosas de vida apostólica. Ella perteneció a una distinguida familia comprometida con la política y con la fe. Huérfana de padres desde muy pequeña, la criaron sus tías abuelas a través de quienes bebió la espiritualidad jesuita ya que, con otros laicos, sostenían la obra de los Ejercicios Espirituales en ausencia de ellos, al ser expulsados de América y a su regreso, por Juan Manuel de Rosas.
A sus 17 años, en 1840, regresan los jesuitas y hace por primera vez los Ejercicios. Como ella misma lo contaba, se sintió como Moisés, ante la presencia de un Dios Misericordioso que salía a hablar con sus hijos (7). Allí sintió el llamado a entregarse completamente a Dios. Se encontró con el obstáculo de que en Argentina solo había monasterios femeninos de clausura y según sus palabras “no tenía espíritu para esos conventos” (8).
Pasó el tiempo, se dedicó a ayudar la obra de los Ejercicios Espirituales y a los 29 años se casó con el Coronel Manuel Zavalía, un viudo que tenía dos hijos. Con él tuvo una hija que se le murió al nacer. En 1865, trece años después, enviuda y renace con fuerza su primera vocación. Según ella misma lo cuenta en sus memorias:
El 15 de septiembre mientras iba de camino a rezar al monasterio de las Catalinas: me vino al pensamiento que tenía un terreno bastante grande en el que se podía edificar una Casa de Ejercicios y formar una comunidad de señoras que estuviesen al servicio de ella… observaríamos las reglas del Instituto de San Ignacio, enseñaríamos los domingos la Doctrina a las niñas y asilaríamos a esas mujeres que se llevan a Ejercicios casi por fuerza y después de concluidos… causa pena verlas volver a los mismos peligros compelidas muchas veces de la necesidad, vivirían con nosotras, les enseñaríamos a trabajar… Me preocupó de tal todo este pensamiento que absolutamente no pude hacer otra cosa en todo el tiempo que estuve en la Iglesia, por más diligencia que hice en visitar a lo menos al santísimo Sacramento, pues me causaba temor pasar el tiempo pensando solo en esto que tanto me había satisfecho (9).
A este momento Catalina le llama “inspiración”. Le preocupa que ediliciamente a Córdoba le hiciera falta una Casa de Ejercicios y para eso piensa en su terreno. Pero lo que la conmueve y la saca de ella misma es la situación precaria en que vivían las mujeres de la época; piensa para ellas un plan de vida, plan en el que involucra su propia vida. Es importante destacar que en la época se las llamaba “mujeres” a las prostitutas, esclavas, mulatas y se las identificaba como “señoras” (casadas o no) a las mujeres que por apellido, esposo o posición económica, eran reconocidas socialmente. Catalina, señora de la época, invierte este paradigma. Le preocupa la suerte de las mujeres que tienen esa vida indigna no por opción sino por necesidad y propone que las señoras sean instrumentos de Dios para que esas mujeres salgan de la situación que no han elegido, catequizándolas, enseñándoles a trabajar, viviendo con ellas.
Debieron pasar siete años de trabajosas pruebas, contratiempos, calumnias, soledades y la epidemia del cólera para que se hiciera realidad lo que ella llamó su “Sueño Dorado”. A los 17 años quiso ser religiosa y en 1872, a los 49 años, funda la primera congregación religiosa de vida apostólica de la Argentina, como ella decía, lo más parecidas a los jesuitas, con la centralidad en el sagrado Corazón y el carisma del amor y la reparación.
Junto al Cura Brochero —con diferentes estilos— fueron compañeros de camino. El Santo le pidió, a seis años de fundada la Congregación, que mandara un comunidad de hermanas para hacerse cargo de la Casa de Ejercicios y del Colegio de Niñas. Dieciséis hermanas cruzaron, en 1880, las Sierras Grandes a caballo con esta misión. Brochero, en 1882, le escribe una carta a Catalina diciéndole lo mucho que la aprecia a ella (10), a la Congregación y a la Comunidad del Tránsito (hoy Cura Brochero) y Catalina destaca en sus memorias en 1890 que él era un sacerdote humilde, trabajador y de heroica abnegación (11).
Esta mujer hizo un poco de todo. Fue una laica comprometida, una buena esposa y madre de familia, una religiosa fiel… en suma, una peregrina en busca de la voluntad y la gloria de Dios. Fue transgresora porque invitó a cambiar costumbres, paradigmas, normas. ¿Su motivación? Seguir lo que su corazón le pedía, dejarse interpelar y conmover por lo más herido de la sociedad, cumplir sus sueños, ser fiel a sus ideales, ser fiel a su fe. No hizo cosas de hombres. Hizo lo que debían hacer las mujeres y les estaba vedado por serlo. Trató de que, quienes ella podía ayudar “estuvieran mejor”.
En su momento probablemente la actitud de Catalina no fue demasiado valorada, fue una de las tantas anónimas. Hoy, con la herencia de su impronta y recorriendo su producción un siglo después, se descubre que vulneró varios paradigmas: el del silencio de la mujer, el de la participación activa en su entorno, el de la viudez para ser religiosa —que, para la época, era un impedimento para el voto de castidad o para el estado de perfección con que era considerada la vida consagrada—, el de darle otro modo a la consagración femenina, el de la fortaleza considerada como atributo masculino, el del estilo empático y trato deferente para afrontar las situaciones. Tuvo complicaciones, pero ella “no se complicó” porque confió en el Dios misericordioso que dirigía sus sueños. “Siempre tuvo esta razón para seguir reviviendo.”
Podríamos resumir su vida diciendo que la movieron dos pasiones, la pasión por el Corazón de Jesús y la pasión por la humanidad.
El libro está abierto, los invito a gustar de “los momentos vividos” por Catalina, de sus “recuerdos que —no dudo— van a quedar en lo profundo del alma” del lector.
5- Aleixandre, Dolores, Hacerse discípulos, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 2007, 6.
6- Cf. Gn 17, 5-6 y Mt 16, 18, respectivamente.
7- Apuntes, 38. Éxodo 34, 29-35: Cuando Moisés descendió del monte Sinaí, traía en sus manos las dos tablas de la ley. Pero no sabía que, por haberle hablado el SEÑOR, de su rostro salía un haz de luz. Al ver Aarón y todos los israelitas el rostro resplandeciente de Moisés, tuvieron miedo de acercársele; pero Moisés llamó a Aarón y a todos los jefes, y ellos regresaron para hablar con él. Luego se le acercaron todos los israelitas, y Moisés