Silvia Somaré

La historia de una buena mujer


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el 27 de noviembre de 1823 y fue la tercera de cinco hermanas. En julio de 1826, muere la hermana que le sigue, Elizarda, de un poco más de un año. En diciembre, nace Estaurófila y al mismo tiempo muere su madre, Catalina Montenegro. Ella, sin familia, le encarga a su esposo que las niñas queden al cuidado de la familia de la tía abuela Teresa Orduña de Del Signo (2). La hijastra de Teresa, Eustaquia, tenía la edad de la madre de Catalina y gozaba de una personalidad piadosa y maternal que había sufrido también la orfandad. Catalina recibió desde sus tres años el cariño y la fe de esta mujer a quien no tardó en llamar Mamita Eustaquia. Ella le enseñó las primeras oraciones, le mostró la devoción a la Virgen y a san José, la llevó por primera vez a la Iglesia de los jesuitas y la preparó para la primera Comunión que no se sabe a qué edad la recibió, pero fue antes de los 7 años. Catalina contaba que después de la primera confesión, el día antes de comulgar, se acostó a dormir para evitar cualquier pecado y de ese modo recibir a Jesús del mejor modo posible (3).

      Catalina vivió junto a Eustaquia hasta casi los nueve años. Poco antes de morir su padre en septiembre de 1832, pasa al cuidado de las otras tías Orduña, quedando sus hermanas en la casa de la familia Del Signo. La explicación de este cambio de casa podría darse por que una de ellas era madrina de Catalina. Cualquiera sea la razón, esta niña de corta edad pierde a su padre y también pierde el hogar donde se había criado, además de ser separada de sus hermanas y de su mamita Eustaquia.

      Con tanta muerte, con tanta pérdida a una edad temprana y sin psicólogos a mano, Catalina podría haber tenido un carácter melancólico, depresivo, o bien ser devota de la santa queja, acunando tristezas de modo que al preguntarle: “¿cómo estás?” Respondiera: “¡mal!”, agregando con tono melancólico “¡con todo lo que me pasó en la vida!” Y seguir la respuesta con un relato autorreferente de desdichas y dolores... Y no fue así. Se destacó por su fortaleza, su sentido del humor, su capacidad para enfrentar desafíos y obstáculos. Fue sujeto de resiliencia. Se dejó amar, se dejó cuidar. Y no se quedó en ella misma.

      Aquí tomo el texto del epígrafe, “el dolor no le dejó enojo, no se transformó en ira”. El dolor le dio sensibilidad para ver el sufrimiento invisibilizado de otros, para correr a dar soluciones, para amar a la persona que sufre y reparar sus heridas.

      Cuando el Coronel Zavalía, viudo y padre de dos hijos pequeños, la pide en matrimonio ella se niega. Una de las razones por las que accede a casarse fue la presión que ejerce el confesor del caballero que le dice que Zavalía se quitaría la vida de no consentir la boda. Había dos niños de por medio, dos niños que repetirían su historia. No solo la vida de esta persona depende de ella sino también dos huerfanitos. “El dolor nos hace ser pudorosos y tratamos de que no les pase a otros lo que nos ha pasado a nosotros.” Catalina, con su corazón ensanchado por el dolor y por el auxilio que había recibido, accede convirtiéndose en la señora de Zavalía y se transforma en una buena esposa y en una gran madre. No abrevó el resentimiento, no sacó a la luz las pérdidas. Cuenta que en ese momento acudió a la misericordia de Dios y con esa mochila de gracia caminó estos senderos. A tal punto que, al morir su esposo, los hermanos Zavalía, ya jóvenes, quisieron quedarse a vivir con ella.

      No termina aquí la orfandad de Catalina, fue también huérfana de una hija. En su vida de casada demoró ocho años en quedar embarazada, lo logra y su hija, llamada Catalina, muere al nacer y no llegan otros hijos en los cuatro años siguientes antes de la muerte de su esposo. Ya viuda y a cargo de sus hijastros, Benito el mayor, muere en sus brazos a los veintiséis años. Otra orfandad, esta vez de alguien a quien había criado desde pequeño, a quien le mostró la fe, lo acompañó en su crecimiento y le dio contención.

      Norma Morandini dice que el dolor bien macerado busca el bien de los demás, intentando evitar que sufran lo que le ha hecho daño a uno. Catalina ya está en el cielo intercediendo ante Dios por nosotros y, entre las innumerables gracias que descubren su presencia y sus “travesuras celestiales”, se destaca el lograr que matrimonios que no pueden tener hijos los tengan. El milagro de beatificación se da por la oración de una hija que le pide que no se muera su madre. Historias de orfandades que se cruzan.

      El Evangelio pone como regla de oro del amor el “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esta afirmación traspasa épocas y credos. No necesita un corazón sin heridas, necesita un corazón misericordioso. Como el de Catalina.

      1- Diccionario de la RAE.

      2- Casada con Juan Del Signo, amigo de Manuel Belgrano, cuya casa frecuentaba al pasar por Córdoba.

      3- Positio, 21.

      “Yo soy lo que soy no soy lo que ves,

      soy mi pasado y soy mi después

      soy libre y dichoso por elección,

      soy un loco inquieto pidiendo paz.

      Soy la mano que te quiere ayudar,

      no hablo solo de mí cuando digo que soy,

      te hablo de ese lugar donde nace el amor que sueñas.”

      (Axel)

      El título de este capítulo nada tiene que ver con teleseries de acento caribeño. Tampoco con leyes de patrimonio. Pondré el foco en aquello que heredó Catalina por ser de la familia que fue, nacer en el lugar en donde nació y en el tiempo en que vivió. Catalina “no es solo lo que vemos” en las fotos en donde posa seriamente, es también “su pasado y no habla solo de ella cuando dice quién es.”

      Catalina nació en una familia cordobesa en donde el ideal de un mundo mejor estaba presente y también la decisión de dar la vida por él. Se crió en un ambiente de gestores del país, en donde era natural escuchar grandes diagnósticos y tomar grandes decisiones. Ese ideal en la naciente patria se canalizaba en el sueño de un país federal con la presencia evangelizadora de los jesuitas y la fe católica como rectora de la moral, alimentada por los Ejercicios Espirituales. Córdoba era una aldea con no más de quince mil habitantes, con una sociedad marcada por enfrentamientos políticos y sociales y con una espiritualidad basada en un Dios castigador. Allí se destacan un grupo de mujeres y varones, algunos de ellos familiares de Catalina, que se desacomodaron y desacomodaron la historia.

      Su bisabuelo, José Rodríguez fue un inmigrante español que llegó a Córdoba a mediados del siglo XVIII. Instaló un próspero comercio en su casa, en donde es el actual Museo Marqués de Sobremonte, situado a dos cuadras hacia el Oeste de la plaza principal de la ciudad. La construcción habla por sí misma de la buena posición económica que con mucho trabajo logró la familia. José se casó con Felipa Ladrón de Guevara, perteneciente esta a los descendientes del fundador Jerónimo Luis de Cabrera. Tuvieron siete hijos, entre ellos Marcelina, monja carmelita que murió en olor de santidad, Victorino, fusilado junto a Liniers en la contrarrevolución de mayo, que fue rector de la Universidad de Córdoba, autor del primer código de minas, gobernador intendente de Córdoba entre 1805 y 1807 y asesor de las intendencias reales desde 1809 hasta su muerte; Juan Justo, presbítero y doctor en teología por la Universidad de Córdoba y bachiller en jurisprudencia por la de Charcas, cumplió funciones en el Curato de Punilla, fue procurador fiscal, canónigo magistral, vicario general y gobernador del obispado, también fundó un par de periódicos. Finalmente, Manuel, abuelo de Catalina.

      Manuel se casó con María Orduña, proveniente de una reconocida familia por su piedad y el sostenimiento de la obra de los jesuitas al ser expulsados de América por el rey Carlos III. Tuvieron siete hijos, se destacan Ramona (única mujer) quien se casó con Manuel Derqui, José Elías, capitán de Granaderos del Ejército de los Andes, Pedro Nolasco, ministro de hacienda del gobernador Reynafé y luego su sucesor hasta que fue fusilado por orden de Juan Manuel de Rosas y Pablo Hilario quien se casó con Catalina Montenegro, afamada por su moral, piedad y relación con la Compañía de Jesús. De este matrimonio nacieron cinco hijas, la tercera de ellas fue Catalina. De acuerdo a los paradigmas de la época, los varones eran los que se destacaban