Silvia Somaré

La historia de una buena mujer


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hija, que referí en el capítulo La Historia.

      Catalina esposa “confió en su corazón”, en el corazón de Jesús y “siguió adelante viviendo la vida”.

      1- Memorias, 20.

      2- Positio, 33.

      3- Positio, 41.

      4- Apuntes, 53.

      5- Apuntes, 56.

      6- Apuntes, 53.

      7- Positio, 45.

      8- En ese momento ya tenía 14 años.

      9- Positio, 47.

      10- Apuntes, 321

      11- De Denaro, Liliana, Saturnina Rodríguez, una mujer de su tiempo, Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, Córdoba, 2009, 64 y ss.

      12- Puede entenderse por esto personas que les gustaba tomar de más o hacer comentarios inapropiados.

      13- Positio, 52.

      14- Probablemente infartos.

      15- Apuntes, 59.

      16- Apuntes, 60.

      17- Cf. Apuntes, 61.

      18- Memorias, 20.

      19- Cf. Positio, 49.

      “No te rindas que la vida es eso,

      continuar el viaje,

      perseguir tus sueños, destrabar el tiempo,

      correr los escombros y destapar el cielo.

      No te rindas, por favor no cedas,

      aunque el frio queme, aunque el miedo muerda,

      aunque el sol se esconda y se calle el viento.

      Vivir la vida y aceptar el reto,

      recuperar la risa, ensayar el canto,

      bajar la guardia y extender las manos,

      desplegar las alas e intentar de nuevo,

      celebrar la vida y retomar los cielos.”

      (Mario Benedetti)

      Dos perspectivas debieran quedarnos de la siguiente lectura: la definición y el rol de los laicos y la comprobación de que Madre Catalina vivó verdaderamente su vocación de laica durante cuarenta y ocho años de su vida.

      Volviendo a la actualidad, san Juan Pablo II y Francisco son los que dan impulso y plantean la vida laical como una vocación. El Papa argentino les da el lugar que tienen al afirmar que todos somos bautizados laicos y, después, surgen las otras vocaciones y los insta a ponerse de pie, a tomar su rol en la Iglesia, desde el servicio y no desde la servidumbre, a dejar de lado el clericalismo para ser fermento en la masa, para ser sal y luz. Y es aquí donde viene la tan necesaria definición del papel que tienen en la Iglesia y en el mundo: el laico no ejerce su misión solo en la Iglesia, sino especialmente en otros ámbitos en los que él está involucrado, como es sobre todo la familia, el trabajo y, en definitiva, todas las relaciones en las que se ve envuelto en su cotidianidad. Esta conclusión también da por tierra la tentación que suele tener el laico de sentir que sirve a dos señores: por un lado asiste a la Iglesia para cumplir con todos los ritos que tengan que ver con Dios y por otro se dedica a su trabajo, a otras esferas que se guían por las propias normas y fines. Con este estilo, Dios no tiene que ver con las relaciones cotidianas y a veces suele estorbar, por lo que solo se lo considera desde las estructuras eclesiales y algunos ritos aislados. Esta tentación o realidad, según el caso, tiene una consecuencia normal: Jesús y la fe dejan de tener relación con lo que nos ocupa y nos preocupa. El resultado es una especie de paganismo de nuevo sello: que el Señor nos deje tranquilos que ya nos valemos por nosotros mismos y, si acaso, que nos atienda cuando lo requerimos.