de los hombres del interior del país y los de la familia de Catalina, con las ideas federales antirrosistas. De destacada acción militar, era asimismo un gran bienhechor de pobres y desvalidos y muy apreciado por los jesuitas. Enviudó en 1850 quedando solo con cuatro hijos: Benito, Deidamia, Micaela y Manuel. Los dos más pequeños fallecieron al poco tiempo. Él frecuentaba la casa de las tías de Catalina y era dirigido espiritualmente por el presbítero Tiburcio López. Al año de enviudar, le propuso insistentemente matrimonio a Catalina encontrando un recurrente rechazo. Ella, para tomar distancia y evitar el asedio de su pretendiente, se refugió a fines de 1851 al Colegio de Huérfanas expresando la pretensión de “querer probar mi vocación y permanecer en él hasta realizar mis deseos” (2); días después, el coronel Zavalía se las ingeniaba para no perder contacto con ella y anotaba en el mismo colegio a su hija Deidamia.
Simultáneamente, el escenario político se enrareció una vez más. El Gobernador Manuel López, partidario de Rosas, descubrió una conspiración en su contra. Hubo fusilamientos y amenazas. La Familia de Catalina vivía momentos difíciles por las ideas antirrosistas y su primo Santiago Derqui luchaba por esta causa a la par de Justo José de Urquiza quien finalmente venció a Rosas en la batalla de Caseros, en 1852, concluyendo así el poder rosista. El 27 de abril de 1852 fue derrocado el gobernador López —seguidor de Rosas— por fuerzas militares en donde tuvo una destacada actuación el coronel Zavalía. A nivel nacional, asumía la presidencia de la Confederación Argentina, con sede en Paraná, el general Justo José de Urquiza. Lejos estaban el país y la provincia de pacificarse definitivamente.
Catalina, al descubrir la persecución de Zavalía utilizando a su hija, en mayo de 1852, dejó el colegio de las huérfanas. Al día siguiente, el militar retiraba a Deidamia y, al no encontrar respuesta afirmativa, recurrió al presbítero Tiburcio López, su amigo y confesor de ambos. Es importante aclarar, para contextualizar la decisión de Catalina que describiré, que a raíz del Concilio de Trento cualquier autoridad eclesiástica y el mismo director espiritual ejercían una autoridad vertical e indiscutible sobre los fieles.
Zavalía, hablando con el presbítero López, expresó sus ideas de contraer matrimonio con la sobrina de las señoras Orduña y añadió que de no concretarse tomaría una drástica decisión. El sacerdote, temiendo que se quitara la vida, hizo pesar en la conciencia de ella la salvación de esta alma y la suerte de sus pequeños hijos, Benito de 9 años y Deidamia de 7. Ella, entonces contra su voluntad, siguiendo el consejo del sacerdote, decidió casarse no sin “sufrir antes en su alma un rudo y terrible combate... se entregó con confianza a la voluntad de Dios desmayándose ante su confesor” (3). El 14 de agosto de 1852, con 29 años, Catalina se convertía en la señora de Zavalía quien tenía 37. Fue un momento difícil en el cual “sintió un pesar muy grande y hubiese deseado huir como despavorida de no estar sostenida por la divina gracia” (4). Pero más allá de que no era su vocación, fue feliz y comprendió que era voluntad de Dios. Esta actitud que mostró no es fruto de un voluntarismo, sino de una entrega confiada, lucha mediante, en el camino que el Señor le presentaba a través del consejo de su confesor. Aquí no se puso a escribir en el librito de los rencores y sintió “el corazón que la guiaba para seguir adelante viviendo la vida”.
Dentro del matrimonio tuvieron que sintonizar el carácter fuerte, tenaz de Zavalía con el temperamento decidido y no menos enérgico de su esposa. Los testimonios de la época cuentan que él “era un hábil político y militar y que ella aportó a la convivencia su atención, delicadeza, amabilidad y cariño llegando de ese modo a un amor mutuo y correspondido” (5). La misma Catalina comentaba que a pesar de haber abrazado el estado matrimonial sin saber cómo y tan en contra de sus deseos, se creyó en él feliz, comprendiendo que había sido disposición de Dios (6). Lo acompañó a su esposo con la oración y la contención en sus correrías militares, “estando siempre alarmada por la suerte de su vida” (7).
La casa de la familia Zavalía en Córdoba se encontraba en la calle Alvear, entre 25 de Mayo y Olmos, detrás de la Iglesia del Pilar. Mientras Manuel era comandante de Frontera formando parte del Ejército de Urquiza, Catalina se dedicaba a su apostolado favorito: los Ejercicios Espirituales. Se lee en el diario de la residencia de la Compañía de 1859: “Mientras Zavalía estaba en combate, su esposa se dedicaba los Ejercicios espirituales convocando y atendiendo tandas. Él prepara milicias para un inminente combate y esta adiestra las almas atendiendo Ejercicios. Siempre va con su hijastra Deidamia” (8). Ambos también ayudaban, recogiendo limosnas y con sus propios bienes, a las obras de la Sociedad de Beneficencia (9). El obispo Juan Martín Yaniz, muy cercano a Catalina, expresó lo siguiente en la homilía (10) de sus funerales: “Su esposo era un respetable caballero y ella fue ejemplo de esposa cristiana, cumpliendo a un tiempo las obligaciones domésticas y entregándose a la práctica de una piedad sólida y eficaz, siendo su predilección cuidar y servir a las personas que hacían los Ejercicios Espirituales… ese estado la puso en condiciones favorables para demostrar que siempre es posible practicar la piedad”.
Por este tiempo al matrimonio Zavalía le toca vivir una situación difícil y Catalina debió apelar a “la guía de su corazón” que estaba lleno de Dios. Los enfrentamientos políticos y las calumnias, fruto de la decadencia de la Confederación, originaron acusaciones por las que el coronel Zavalía fue separado, en 1859, del mando del regimiento y acusado de entregar armas para un motín. Hubo diferentes presiones para que se lo detuviera y su propia esposa las evitó; la situación se hizo insostenible y el Coronel fue a la cárcel a principios de 1860, junto a otros compañeros de armas. El hecho fue motivo de los titulares de los diarios de la época. Catalina, frente a la situación indefinida de su marido y la calumnia pública de la que era objeto ella y su familia, escribió junto a otras 13 mujeres una carta fechada el 29 de marzo de 1859 dirigida al gobernador Mariano Fragueiro en la que expresaban:
El clamor de las madres y esposas de los que gimen hace 35 días en la cárcel… se elevan hacia usted para implorar unidas, después de haber apurado separadamente mil gestiones sin fruto al objeto de recabar una medida que mitigue siquiera las horribles angustias en que aquellos yacen y la situación peligrosa que los consideramos. Es por este poderoso motivo en que hemos resuelto presentarnos por sí, a nombre de estos infelices y al de muchas otras madres y esposas que se hallan en nuestro caso y al de la humanidad y de la civilización. (11)
Aclarada la situación, su esposo recuperó la libertad y la misma prensa se encargó de limpiar su nombre. Entre tanto, Catalina protegió a sus hijastros, defendió a su marido, no hizo lugar a su condición de mujer para dirigirse a través de una carta a la autoridad máxima de la provincia y con mucha claridad, y hasta, osadía le plantea el problema. Es un escrito que, sin ahorrar palabras fuertes, dotada de sagacidad y sentido común, describe la situación con diplomacia y firmeza, argumenta desde lo particular a lo general llegando a usar el nombre de la humanidad y la civilización. Si nos ponemos en el lugar de ella, no fue fácil atravesar esos días. Su marido pasible de ser fusilado en una época sin código civil, las calumnias de la prensa, el mismo gobierno en contra y los hijastros a su cuidado. Ya se vislumbra aquí la fortaleza de Catalina y la decisión a buscar la dignidad de los demás sin ahorrar diligencias, en una época en donde la mujer debía quedarse dentro de la casa. “El corazón le mostró la salida.”
Mientras esto ocurría, el cordobés Santiago Derqui asumía la presidencia de la Confederación Argentina y nombraba como primer edecán a un incondicional de la causa confederada: el coronel Zavalía, esposo de su prima Catalina. Por esta razón, el matrimonio se traslada a vivir a Paraná.
En esa ciudad siguieron con sus tareas apostólicas, entre ellas organizar tertulias para recoger dinero destinado a las viudas de los militares caídos en las guerras de la Confederación, amigos o enemigos. Manuel comentaba que mientas las otras mujeres se preocupaban de vestidos y aderezos, Catalina pensaba cuándo oiría la Misa. En un viaje en barco de Paraná a Buenos Aires le decía a uno de sus compañeros “ya verás que lo primero que me va a preguntar cuando lleguemos es qué Iglesia queda más cerca para ir a misa”, y no se equivocó pues fue lo primero que hizo su esposa. Hay testigos que frecuentaban la casa que cuentan que “Zavalía solía rodearse de amigos divertidos y alegres” (12), pero la santidad y seriedad de su esposa imponía respeto, porque sabía