su abuelo y su tío Victorino hasta que fue comprada por Santiago de Liniers.
Si seguimos con la herencia familiar, su padre, reconocido jurista, se desempeñó como en lo que hoy sería secretario de gobierno de los gobernadores de Córdoba Juan Bautista Bustos y José María Paz, además fue notario mayor del obispado. Entre los contemporáneos de Catalina encontramos a sus primos Santiago Derqui, catedrático y vicerrector de la universidad, ministro de culto de Justo José de Urquiza y más tarde presidente de la nación y gobernador de Córdoba, y Tristán Achával Rodríguez, abogado y afamado periodista. Destaco aquí que recién a finales del siglo XIX los cargos públicos comenzaron a ser rentados, hasta ese momento se los desempeñaba por el honor de servir a la Patria. Todos los Rodríguez fueron hombres de grandes ideales que querían un país pensado desde las provincias, en donde esas ideas fueran sostenidas por una ética y una moral basadas en la espiritualidad ignaciana. Tenían sobrada experiencia del aporte no solo religioso sino también cultural y social de los hijos de san Ignacio que pensaban y hacían pensar distinto. Podría decirse que desde allí comenzó a dibujarse el sol jesuita que lleva como sello la bandera de Córdoba.
Las mujeres sin nombres ni cargos canalizaron esos ideales en el sostenimiento de los Ejercicios Espirituales y las obras de caridad sustentando los ideales de los varones y abrevando la fe de la familia.
El dolor por las muertes no estuvo ausente en la familia Rodríguez. Los fusilamientos de Victorino y de Pedro Nolasco, la muerte temprana del esposo de Ramona, la orfandad de su madre, Catalina Montenegro, el fallecimiento de su hermana menor, Elizarda, con poco más de un año y el de su propia madre unos meses después junto al de otros tíos y parientes, y su propio padre, algunos años después, podrían haber generado un clima de tristeza y de quietismo. No ocurrió así porque la muerte no tiene la última palabra frente a los ideales de un mundo mejor. Con la fe y la esperanza como consuelos y el amor y la solidaridad entre ellos como curadores de heridas, esta familia como tantas otras siguió caminando a pesar de los tropiezos.
¿Qué heredó Catalina de sus parientes? La importancia del trabajo, el llamado a construir un país aunque se haya nacido en otro, el compromiso por la fe y por la patria, el salir de las comodidades y dar la vida si es necesario, la fortaleza ante las adversidades y a la solidaridad en el dolor. Aprendió a salirse de los límites buscando “ese lugar donde nace el amor que sueñas”. En ese ambiente de gente idealista que intentaba, tras de sus sueños, sacar al prójimo de sus pesadillas, se crió Catalina. Escuchó y vio desde pequeña ejemplos en los que se proyectaban deseos y también se celebraban logros, se lloraban derrotas y se intentaba de nuevo, se rezaba a la Virgen y se hacían Ejercicios Espirituales, se ayuda a los pobres y se compartía con todos.
De los varones de la familia paterna heredó, como he descrito, el protagonismo dado por la política en la época de la organización nacional, también el aporte realizado a la cultura a través del desempeño en la universidad y en los cargos públicos, también bebió el desempeño por mantener el legado de los jesuitas en sus prolongadas ausencias. Fue gente que aportó sus ideas, sus bienes y hasta su vida. Sin duda la tenacidad e ímpetu de los hombres de su familia fueron modelos a la hora de seguir el plan que Dios le pedía.
Con la familia materna, Catalina no tuvo mayor contacto, pues al ser oriunda del Norte de la provincia de Córdoba y fallecer su madre (huérfana desde pequeña) cuando tenía dos años, las hermanas Rodríguez pasaron al cuidado de sus tías abuelas paternas. No obstante ello, Ana de la Cruz destaca la distinción de la honradez y piedad de la familia Montenegro (1).
Aunque silenciadas, las mujeres de la familia dejaron importantes herencias. La formación que le dieron a Catalina y sus hermanas las tías Orduña, complementó desde la fe lo que bebieron de los varones. Estas mujeres cooperaban en la Casa de Huérfanas y eran miembros de la Sociedad de Beneficencia. (2) También “Allí vio la mano que quiere ayudar” cuando las tías servían a los Ejercicios Espirituales, que se desarrollaban en la antigua Residencia de la Compañía de Jesús o en casas de familia. Allí conoció la obra de san Ignacio y a la Compañía de Jesús, cuyos miembros fueron sus primeros directores espirituales, y vivió la experiencia de los Ejercicios que la marcaría para el resto de su vida (3). Eustaquia, la hija adoptiva de una de sus tías hizo las veces de madre y le hizo conocer a Dios con todas ellas bebió la devoción a la Virgen, a san José, la importancia de la confesión frecuente y la dirección espiritual, (4) como ella misma afirma en sus memorias: “La devoción al Dulce Nombre de María la conocí en casa desde que tuve uso de razón. Teníamos una hermosa imagen con ese título, hacíamos su novena todos los años, a la que se reunía toda la familia”. (5)
Parafraseando a Axel, podría decirse que “eran locos inquietos pidiendo paz”. Catalina al querer expresar sus proyectos habla de Sueños, a tal punto que el deseo de fundar una congregación femenina como los Jesuitas, le da el nombre de “Sueño Dorado”. Deseo profundo e importante como el oro.
Lo que se hereda no se hurta, salvo en el caso de los bienes materiales. Aquí Catalina heredó el ser de su familia, heredó el fervor por los sueños que tienen como norte la dignidad de los demás. Fue esclava y a la vez “libre y dichosa por elección”. Frase solo comprensible desde su pasión por el corazón de Jesús y su pasión por la humanidad que no la improvisó; sin saberlo, sus parientes, su ciudad, su época se la fueron regalando.
1- Apuntes, 32.
2- Cf. DE DENARO, Liliana: Saturnina Rodríguez, 20 y ss.
3- Cf. Op. cit., 33.
4- Cf. MOYANO, Hna. Ana: Apuntes biográficos, 1ª parte, 5.
5- Memorias, 20.
LA ESPOSA
“Tu corazón siempre te guía.
Tu corazón tiene alegría
para seguir adelante
viviendo la vida.
Tu corazón es la salida.
Tu corazón siempre te guía
para encontrar esa magia
que tiene la vida.”
(Luciano Pereira)
Resulta extraño hablar de una religiosa como esposa de un hombre que fue contemporáneo de ella. Catalina de María Rodríguez estuvo casada trece años con el coronel Manuel Zavalía y esta parte de la historia ha tenido diferentes interpretaciones y relatos. Cuidadosamente me he acercado a ella para ser, lo más fiel que se pueda, a la verdad. Parto contextualizando dos elementos básicos: el primero, se trata del modo como se acordaban los casamientos. Este era entre familias, el novio pedía la mano de la novia y esta no tenía demasiado para opinar. La sintonía se lograba con el sometimiento de la mujer, la convivencia y el cariño, aunque en numerosos casos el amor mutuo constituía la base de la pareja. El segundo elemento a considerar y contextualizar, es el rol de los militares en la naciente patria argentina. Tenían un gran protagonismo heredado de las guerras de la independencia, y las contiendas en la época de los caudillos y de la Confederación Nacional era el modo corriente como se hacían valer las ideas de uno y de otro bando. Unitarios contra federales, Buenos Aires frente al interior, Rosistas versus antirrosistas. Cada uno tenía su ejército y quien vencía se llevaba el gobierno tras la idea central de formar una patria organizada y en paz. Objetivo que recién se logró después de 1860. Cincuenta años después del primer gobierno patrio.
Los alcances descriptos sitúan el matrimonio de Madre Catalina. Ella descubrió su vocación a la vida consagrada a los 17 años, pero no tenía espíritu para los conventos de clausura que había en esa época en Argentina (1). Deseaba ser como los jesuitas. Sin renunciar a esta inquietud y con escaso interés en formar un matrimonio, se dedicó a promover los Ejercicios Espirituales, rechazando como candidato