Ver von ZauRunyon, “Alebrijes”.
6 Museo visitado por la autora en marzo de 2015. Ver Galeana, Museo de la Mujer, pp. 65-75.
7 Garci, Más pendejadas célebres, pp. 14-18; Rivera, “La Güera Rodríguez, vital en la independencia”; y Díaz, “La Güera Rodríguez, la mujer detrás de la Independencia de México”.
8 Yorch, “La Güera Rodríguez: heroína olvidada”; Reznik, “¿Quién fue la Güera Rodríguez?”; y Dávila, “Conozca a las 10 prostitutas más famosas de la historia”.
PRIMERA PARTE
SU VIDA
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LA JOVEN GÜERA, 1778-1808
Muchos lectores conocieron a la Güera Rodríguez por primera vez —igual que yo— en el hoy clásico libro de Fanny Calderón de la Barca, Life in Mexico. Desde el primer momento en que Fanny la conoció, el primero de febrero de 1840, le causó una gran impresión que se desborda en la carta que escribió a un pariente ese mismo día:
Antes de concluir esta carta, tengo que contarte que esta mañana tuve la visita de una persona muy notable, conocida aquí por el nombre de la Güera Rodríguez […] Ella es la famosa belleza que Humboldt calificó hace cuarenta o cincuenta años como la mujer más hermosa que había visto durante todo el curso de sus viajes. Teniendo en cuenta el espacio de tiempo que había transcurrido desde que aquel eminente viajero visitó estos rumbos, mucho me maravillé cuando me pasaron la tarjeta de esta señora pidiendo ser recibida, y más aun al encontrar que a pesar del lapso de tantos años y de los surcos que se complace el Tiempo marcar en las caras más bonitas, la Güera conserva una profusión de rubios rizos sin una cana, preciosos dientes blancos, muy lindos ojos […] y vivísimo ingenio.
Me pareció muy agradable, con mucho don de conversación y una perfecta crónica viviente. Debe haber sido más bien mona que bonita —bello cabello, tez y figura, y muy alegre y simpática. Está casada con su tercer marido, y tuvo tres hijas, todas celebradas por su belleza: la Condesa de Regla quien murió en Nueva York y fue sepultada en la catedral allí; la Marquesa de Guadalupe, también fallecida; y la Marquesa de Aguayo, ahora una viuda hermosa, que se puede ver todos los días en la Calle de San Francisco, sonriente en su balcón— gordita y rubia.
Hablamos de Humboldt y, refiriéndose a sí misma en la tercera persona, me contó los pormenores de su primera visita y de la admiración que ella le inspiraba, siendo aún muy joven, de unos dieciocho años aunque casada y madre de tres hijos; y que cuando él fue a visitar a su madre, estaba sentada cosiendo en un rincón en donde el barón no la veía hasta que, hablando muy seriamente sobre cochinilla, preguntó si podría visitar cierto distrito en donde había un plantío de nopales.
‘Por supuesto’, exclamó la Güera desde su rincón, ‘podemos llevar al señor de Humboldt hoy mismo.’
A lo que él, percibiéndola por primera vez, quedó asombrado y exclamó: ‘¡Válgame Dios! ¿Quién es esta niña?’
Después de eso, estaba constantemente con ella, atraído, según ella, más por su ingenio que por su belleza, pues la consideraba como una Madame de Staël mexicana[…] que me lleva a sospechar que el solemne viajero estuvo cautivado por sus atracciones, y que ni minas, montañas, geografía, geología, conchas petrificadas ni alpenkalkstein lo habían ocupado a la exclusión de un pequeño stratum de coqueteo. De modo que lo he pillado —y me complace saber que ‘a veces hasta el gran Humboldt se adormila’.
Pero los mexicanos de su tiempo no necesitaban de un visitante extranjero para enterarse de doña María Ignacia Rodríguez. Además de ser una señora prominente de la alta sociedad, fue tema de chismes en varias ocasiones: en 1801 y 1802 durante tres ruidosos pleitos con su primer marido; en 1810 cuando fue desterrada de la Ciudad de México por participar en una intriga política; y en 1822 cuando los enemigos de Iturbide difundieron rumores de un enlace romántico entre los dos para desprestigiarlo. En el diario en que el distinguido político y cronista Carlos María de Bustamante apuntaba noticias de la vida capitalina, desde diciembre de 1822 hasta su muerte en septiembre de 1848, se refirió varias veces a “la famosa güera Rodríguez”.1 En 1840 Fanny Calderón la pronunció “un personaje célebre […] nunca llamada por otro nombre sino La Güera Rodríguez”.2 De hecho, he encontrado ese apodo en 1812, y sus hijas con frecuencia eran identificadas ante todo como las “hijas de la Güera”, a pesar de que ellas en sí eran mujeres interesantes y talentosas.3
Es difícil armar su biografía. Las fuentes secundarias, escritas mucho después de su muerte, están llenas de información equivocada y contradictoria —incluso sobre hechos tan básicos como el número de sus hijos (siete, de los cuales dos murieron en la infancia), el nombre de su segundo marido (Juan Ignacio Briones), y la fecha de su muerte (1850)—. Las fuentes primarias tampoco son satisfactorias. Ya que sus papeles personales no se han conservado, he tenido que apoyarme en las impresiones breves de algunos contemporáneos y en la abundante pero fragmentada información de los registros públicos. Si bien aparecía en protocolos notariales, actas parroquiales, y juicios civiles y eclesiásticos, estos dejan enormes vacíos en su historia.Tenemos mucha información para algunos años y ninguna para otros. Casi todos los documentos están filtrados por abogados o escribanos y adaptados a algún fin particular. Aunque a veces contienen detalles dramáticos, por lo general suelen ser secos y formulaicos. Privilegian a los actores masculinos y apenas dejan vislumbrar sus redes de apoyo femeninas (y aun así nos falta mucha información sobre sus tres maridos y su hijo, e incluso carecemos de retratos de esos hombres que jugaron un papel tan importante en su vida). Y pocos de estos documentos revelan sus emociones o pensamientos íntimos. A pesar de estas limitaciones, pintan un cuadro fascinante de su vida; sin embargo, no confirman sus representaciones posteriores como rebelde libertina o heroína importante.
su niñez, 1778-1794
María Ignacia (Ygnacia, como ella lo escribía) Xaviera Raphaela Rodríguez de Velasco y Osorio Barba nació el 20 de noviembre de 1778 en la Ciudad de México y fue bautizada ese mismo día en la parroquia del Sagrario. Fue la primera hija del licenciado don Antonio Rodríguez de Velasco y de doña María Ignacia Osorio Barba, ambos procedentes de familias ilustres. Cuando ella nació su padre ocupaba el prestigioso puesto de regidor perpetuo en el Ayuntamiento, y posteriormente obtuvo las posiciones honoríficas de alférez real, alcalde honorario de la Sala del Crimen de la Real Audiencia, miembro del Consejo de su Majestad y también del Ilustre Colegio de Abogados. Su abuelo materno, el capitán don Gaspar Osorio, fue caballero de la Orden de Calatrava y tenía un mayorazgo, lo que en la Nueva España casi equivalía a un título nobiliario. Tenía dos tíos influyentes: don Luis Osorio Barba, el administrador de la Casa de la Moneda (hermano de su madre), y don Silvestre Díaz de la Vega, miembro del Consejo de su Majestad en la Real Hacienda y el director de la Renta de Tabaco (casado con la hermana de su padre, Bárbara Rodríguez).4 Por lo tanto, formaban parte de la élite mexicana donde los aristócratas se mezclaban con profesionales letrados en lo que Doris Ladd ha llamado “una gran familia extendida cuyos miembros ocupaban un lugar privilegiado en la sociedad”.5
Sabemos poco de su infancia. Se crió con dos hermanas: Josefa, un año menor, quien se casó en 1796 con don Antonio Cosío Acevedo, el quinto marqués de Uluapa; y Vicenta, cinco años menor, quien en 1808 se casó con don José Marín y Muros, un empleado de la Real Aduana.6 La casa de sus padres en la calle de San Francisco —hoy la hermosa calle de Madero— la colocaba en el centro de la Ciudad de México, a pocas cuadras de la Catedral y el palacio virreinal y a pocas puertas de las residencias de varios condes y marqueses. [Figura 1] Documentos posteriores revelan que su familia tenía excelentes relaciones con personas influyentes de la nobleza, de la Iglesia y del gobierno virreinal.
La Güera se movía en el cómodo mundo de la alta sociedad