Frondizi se convirtió en presidente constitucional de la Argentina, tras un acuerdo electoral con el peronismo.
La fórmula de la UCRI llevaba como vicepresidente de la nación a Alejandro Gómez, un dirigente nacido en Santa Fe, que tuvo que irse de su cargo seis meses después de su asunción, acusado de traicionar al presidente de la nación.
Frondizi consiguió poco más de cuatro millones de votos, frente a la UCRP, que llevaba en su fórmula a Ricardo Balbín y al dirigente cordobés Santiago del Castillo y que lograron juntar dos millones y medio de votos. Entonces, la Argentina tenía 19 millones de habitantes.
Alfonsín debía, ahora, mudar sus asuntos políticos a la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, a la sede de la Legislatura en las calles 53 y 7.
Desde allí ejercería su mandato como opositor al Gobierno nacional de Frondizi y también al del gobernador bonaerense, el radical intransigente Oscar Alende.
De manera oficial debía asistir a las reuniones y plenarios legislativos pero el cargo le daba la posibilidad de recorrer como diputado provincial el extenso territorio bonaerense. Al menos tenía ahora más recursos financieros que le permitían solventar una parte de sus actividades con su sueldo de legislador.
En ese contexto, bajo el secreto de un selecto grupo de amigos, empezaba a gestarse una idea a la que llamaron el “Proyecto Raúl Alfonsín”.
De alguna forma ese núcleo de amigos fueron los fundadores del alfonsinismo. Eran Omar “el Vasco” Goñi, ganadero, Jorge Quiroga, Domingo Catalino, director del diario El Imparcial, Modesto Busso, dueño de una carnicería, y Jorge Nimo. Todos de Chascomús.
Como una logia que no quiere levantar sospechas sobre sus actividades, los integrantes del núcleo denominaron a ese grupo como “el bureau”.
Cada uno podía opinar sobre las decisiones que debían tomar, aunque reconocían que la última palabra la tenía Raúl Alfonsín. Todos se declaraban balbinistas, pero ese núcleo ahora podía tomar decisiones puntuales en forma autónoma.
Si había que promover una contratación en la Legislatura, cada uno llevaba el nombre de un candidato y debatían dos cuestiones fundamentales, la calidad moral y la confianza política de la persona en cuestión.
En esas reuniones del bureau, la mayoría de ellas en el estudio jurídico de Alfonsín, se analizaba qué proyectos podía presentar el diputado provincial y cómo iban a empezar a proyectar la figura de Alfonsín.
Cuando el diputado provincial estaba en el pueblo, algún vecino corría la voz. Llegaban hasta su casa pedidos de todo tipo. Si podía ayudar era muy expeditivo. Su asistente anotaba prolijamente cada cuestión y luego le recordaba los distintos temas.
Durante todo el día aparecía gente con problemas de trabajo, demandas de trámites burocráticos y reclamos de herencias y propiedades.
Las organizaciones sociales estaban entonces representadas, de manera informal, por los clubes y asociaciones vecinales. Cada institución necesitaba una ayuda distinta. La solución, para esos casos, llegaba con una gestión que los muchachos ofrecían para acercar cada carpeta al Banco Provincia y con un crédito para resolver cada situación.
Desde su mandato de concejal en 1954, Alfonsín resolvía con astucia y rapidez cada uno de esos reclamos.
El bolsillo de sus amigos resolvía los pedidos con los cuales se encontraba en cada recorrida por el pueblo.
Tal vez por una cuestión de pudor de los hombres, las mujeres eran las que se animaban a encararlo y pedirle un favor monetario, una ayuda que generalmente estaba dispuesto a dar.
−A ver, Vasco, como podemos ayudar a la señora −le decía como de improviso a Goñi, quien ya sabía que ese guiño significaba meter la mano en el bolsillo y sacar algún billete.
A los lugartenientes alfonsinistas les sobraban ganas e ideas, pero aún tenían recursos insuficientes si querían expandirse por fuera de los límites de la provincia de Buenos Aires.
Los cuatro años en que ejerció su mandato como diputado provincial, desde 1958 hasta 1962, intensificaron sus relaciones políticas. Por entonces, uno de sus colaboradores afirmaba que Alfonsín conocía al menos un dirigente de cada pueblo bonaerense, radical, intransigente, peronista o del partido que fuese.
Aunque el epicentro de las sucesivas crisis institucionales que debía atravesar el gobierno del presidente Frondizi fuese Buenos Aires, en La Plata también se sentían sus efectos.
Los planteos militares, que dividían sus bandas en azules (algo legalistas) y colorados (furiosamente antiperonistas), dejaron finalmente al Gobierno radical intransigente a la intemperie y, nuevamente, en 1962 las Fuerzas Armadas asaltaron el poder.
Frondizi −cuya alianza con el peronismo había quedado trunca en 1962 cuando, por presión militar, no le permitió asumir a un gobernador peronista electo en ese año, y también cuando aplicó un plan de represión llamado Conintes (Conmoción Interna del Estado)− quedó depuesto y encarcelado.
La caída de Frondizi estuvo rodeada del silencio de los radicales del pueblo, quienes con Balbín a la cabeza marcaron sus disidencias durante ese período de gobierno. La cuestión de la política petrolera era uno de los temas que los separaba.
Como diputado provincial, Alfonsín se había especializado en temas energéticos y de la política petrolera en particular. Había admirado a Frondizi cuando, entre otros asuntos, había leído su libro Petróleo y política, en el cual reivindicaba la producción nacional de hidrocarburos como una cuestión de soberanía en la década de los 40.
Pero el frondizismo había borrado con el codo sus convicciones de antaño y firmaba contratos con empresas extranjeras que contradecían aquellos postulados de 1940.
Desde marzo de 1962 al 12 de octubre de 1963, un Gobierno provisional, encabezado por el radical intransigente, de la misma facción que Frondizi, el abogado José María Guido, ocupó la Casa de Gobierno. Anuló las elecciones de 1962, disolvió el Congreso y convocó a nuevas elecciones a la presidencia de la nación.
Los radicales del pueblo comenzaron a organizarse para una nueva campaña electoral.
Balbín dejó que el cordobés Arturo Illia fuese el candidato presidencial y puso en sus manos el armado de la mayoría de las listas y los cargos ejecutivos.
Pero el dirigente platense se reservó la construcción política de la provincia de Buenos Aires e influyó para que en la boleta de diputados nacionales estuviese en un lugar expectante el nombre de Raúl Alfonsín.
El dirigente balbinista Anselmo Marini fue propuesto como candidato a gobernador bonaerense.
El bureau de Chascomús impulsó la candidatura de Alfonsín a vicegobernador, pero los muchachos no tuvieron éxito en el intento de colocar a su principal dirigente en ese lugar. Finalmente, el compañero de fórmula de Marini fue el abogado Ricardo Lavalle, otro soldado de la causa balbinista.
El 7 de julio de 1963, Arturo Illia y Carlos Perette obtuvieron el 25,1 % de los votos. El voto en blanco promovido por el peronismo logró el 19,4 %.
A todas luces Illia, un médico nacido en Pergamino pero formado políticamente en Córdoba, iba a tener que gobernar con un bajo porcentaje de adhesión popular y varias corporaciones al acecho.
Los balbinistas tenían reparos en la metodología y el sello que Illia quería para su gobierno. Lo señalaban como demasiado “cordobesista”, aunque estaban dispuestos a colaborar.
En medio de esa debilidad institucional, Raúl Alfonsín asumió como diputado de la nación y apenas obtuvo un cargo en la mesa directiva del bloque de la UCRP.
Como presidente de la bancada fue elegido el cordobés sabattinista Raúl Fernández, un hombre de confianza del presidente Illia.
Como vicepresidente del bloque fue designado el bonaerense Juan Carlos Pugliese, quien llevaría las posiciones de Balbín a la discusión interna.
Aunque