Eduardo Zanini

Raúl Alfonsín


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esa época ya le gustaba hacer reuniones con más frecuencia en la ciudad de Buenos Aires. Conseguía unos pocos pesos para el pasaje en micro, iba de un lugar a otro caminando, cenaba por invitación en algún restaurante del centro y se volvía.

      En septiembre de 1955, tras varios intentos golpistas, los militares derrocaron al gobierno de Perón. Los tiempos del concejal Alfonsín se terminaron abruptamente con la disolución de todos los órganos legislativos del país.

      En los meses previos al golpe desde el gobierno de Perón se señalaba a los radicales como partícipes de las conspiraciones para derrocar al gobierno constitucional.

      Efectivamente la posición de Alfonsín, y del resto de sus amigos, era que la situación no daba para más, que Perón había llegado a un punto sin retorno.

      Durante el gobierno peronista, en Chascomús las autoridades policiales recibían órdenes precisas. Había que detener a los disidentes, aunque muchos de esos muchachos sabían de antemano cuándo podía llegar una orden de detención por algún vecino amigo que trabajaba en la comisaría.

      Así, en una oportunidad, uno de sus compinches huyó por la laguna en un bote y después abordó un vehículo que lo esperaba en la orilla de enfrente.

      Distinta suerte tuvo otro de ellos. Lo fueron a buscar a la salida del cine. El encargado del operativo esperó a que terminara la función y le comunicó respetuosamente a Omar “el Vasco” Goñi, uno de esos jóvenes señalados, que debía trasladarlo detenido. Goñi le pidió unos minutos porque había ido al cine con su madre y debía acompañarla a la casa. El policía aceptó.

      En uno de esos días Alfonsín también quedó detenido en la comisaría principal del pueblo por unas horas acusado de agitación y desorden. Las condiciones de enclaustramiento eran particulares. Allí podía recibir a sus amigos, fumar y pedir que le llevaran la comida desde su casa.

      Un comisario de rango de La Plata se enteró de la flexibilidad de los encargados de la seguridad chascomunense y le pidió al responsable de la comisaría que actuara con rigor. A menos que los superiores hicieran una inspección, ninguno de los policías estaba dispuesto a adoptar un régimen que lo enemistara con los vecinos.

      En el plano partidario, los radicales tenían su propio terremoto.

      En el orden local, en noviembre de 1955, una interna de la UCR convirtió a Alfonsín en presidente del comité de Chascomús, cuyo mandato prolongó por dos años más en 1957, desplazando a los hermanos Alfredo y Erasmo Goti, quienes habían comandado los destinos políticos partidarios del pueblo durante años y años. Sin dudas era un golpe de audacia enfrentarse a los caudillos tradicionales, y como consecuencia de esa movida Alfonsín empezó a caminar unos pasos por delante del resto de sus correligionarios locales.

      El 23 de enero de 1956, Alfonsín asumió la presidencia del comité de Chascomús.

      Difundió un documento de su propia autoría, que hizo llegar a los afiliados, en el que sostenía que “la libertad nos permite ahora realizar la construcción radical”. Destacaba que Chascomús fue “la primera en la lucha brava de la resistencia y la rebeldía” frente al Gobierno peronista.

      También abordó el tema de la unidad en un partido al borde de la ruptura.

      “Por encima de las diferencias de los matices están los supremos ideales del partido”, resumía.

      Desde la máquina de escribir mecánica y con cinta de carrete, Alfonsín empezaba a condensar en esos escritos las ideas que lo llevaban de a poco a colocarse en una línea distinta al resto de sus copartidarios, pero sin sacar los pies del plato.

      Unos meses después, en noviembre de 1956, inauguraron una casa partidaria en Chascomús. Juan Carlos Pugliese, Ricardo Balbín y Crisólogo Larralde fueron los principales oradores del acto.

      En la invitación al evento los organizadores remarcaban que el radicalismo no era simplemente un partido. “El radicalismo es un movimiento histórico nacional”.

      En el plano nacional, a mediados de la década de los 50, los dos dirigentes de mayor peso del radicalismo habían transformado la discusión política en una grieta de proyectos que pronto serían insalvables. Arturo Frondizi, que representaba sectores dinámicos y pragmáticos del radicalismo, y Ricardo Balbín eran los protagonistas de la pelea de fondo.

      Mucho antes, en 1945, esos mismos dirigentes marchaban juntos y fundaban el Movimiento de Intrasigencia y Renovación dentro de la UCR, con posturas que reivindicaban los principios yrigoyenistas, frente al sector denominado Unionismo, de ideas partidarias más conservadoras y que habían promovido la formación de la Unión Democrática.

      El 4 de abril de 1945, en la ciudad de Avellaneda, el MIR fijó su posición. “La magnitud de los problemas que debe afrontar el país y la transformación social que está sufriendo el mundo obligan a todos los argentinos a expresar su criterio sobre la forma en que deben encararse las cuestiones de orden interno y externo. Y si ello es un imperativo general, los que suscribimos este documento nos sentimos aún más obligados, ya que somos integrantes de la Unión Cívica Radical, la gran fuerza nacional del civismo argentino”.

      El joven Alfonsín no tenía dudas. Él estaba del lado de las lealtades a Balbín y así quedó claro cuando en noviembre de 1956, en la Convención Nacional de San Miguel de Tucumán, la UCR quedó partida en dos pedazos. Los radicales intransigentes (UCRI), con la mayor parte de la juventud radical, se quedaban con Frondizi, y los radicales del pueblo (UCRP), con Ricardo Balbín.

      Los dos sectores también se enfrentaron cuando la Revolución Libertadora convocó a una Convención Constituyente para reformular la Constitución peronista de 1949.

      Los radicales del pueblo, liderados por Balbín y el dirigente bonaerense Crisólogo Larralde, presidente del Comité Nacional de la UCRP, convalidaron la convocatoria del Gobierno de facto. Alfonsín, en silencio, apoyaba las posturas de sus jefes políticos.

      La UCRI, en cambio, cuestionaba la validez de la reforma y retiraba a sus convencionales, después de una elección constituyente, a fin de julio de 1957, en la que se impuso el voto en blanco, ordenado por Perón desde el exilio.

      En el verano de 1958, nuevamente Alfonsín estaba de campaña electoral. Ahora ocupaba un lugar en la boleta de la UCRP como candidato a diputado provincial por la quinta sección electoral de la provincia de Buenos Aires.

      Aunque hiciese calor, el candidato recorría todos los distritos de la quinta sección desde donde lo invitaran, lugares de la costa atlántica como Mar del Plata y Necochea y del interior de la provincia, como Monte y Las Flores.

      Reuniones desde la mañana y actos durante la tarde y la noche. El candidato hablaba claro de asuntos políticos e insertaba en esa oratoria lugares y citas que la mayoría desconocía y que traía consigo de sus lecturas sobre historia, literatura antigua o los comentarios de los diarios.

      El manejo de la campaña estaba concentrado en el estudio jurídico, que era un loquero.

      La esquina de Libres del Sur y Escalada, frente al Banco de la Provincia, era el lugar que los radicales habían elegido como tribuna. Desde allí Alfonsín desparramaba sus palabras al público. Conservaba la estirpe radical de asistir a todos lados con traje de colores discretos, cuya elección estaba a cargo de su esposa y la confección de un sastre de origen italiano, Juan Scarpitti.

      El candidato a diputado provincial de la UCR conservaba una figura estilizada, era flaco, de bigotes y se peinaba con raya al costado, pelo corto, a la gomina. Fumaba dos atados de cigarrillos por día.

      El 23 de febrero de 1958 fue electo como legislador provincial.

      En Chascomús sacó más de dos mil votos de diferencia frente a los candidatos del radicalismo intransigente, que en el resto de los distritos provinciales sacaron una amplia ventaja por sobre los radicales del pueblo. Su libreta de enrolamiento, que apodaba “la votadora”, registraba que en pocos días iba a cumplir 31 años.

      El diario local El Argentino, de histórica tendencia antiradical, destacó, sin embargo,