tras esa contienda. De la misma forma que en la contienda española, los simpatizantes de Alemania eran muchos, los aliadófilos muy pocos y los neutrales uno solo.
Alfonsín reivindicaba la neutralidad de Yrigoyen en la Primera Guerra Mundial, pero tenía claro que a la amenaza nazi había que combatirla de todas las formas posibles.
Unos de sus compañeros del Liceo fue Albano Harguindeguy, con quien continuó una relación de camaradería aunque distante desde el punto de vista personal y político.
−Era un derechista confeso, un apologista de los golpes de Estado y una persona que difícilmente razonara −dijo Alfonsín de su compañero liceísta.
Raúl Alfonsín terminó sus estudios secundarios en el Liceo Militar en 1944 y no tuvo dudas. La carrera militar, como a otros de sus compañeros, no le interesaba para nada y se anotó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
El aporte económico de su padre le permitía alquilar un cuarto de una casa de estudiantes y podía seguir con sus descubrimientos sobre cómo moverse en la ciudad de Buenos Aires. Hacía un tiempo que fumaba, aunque lo hiciera a escondidas de su madre, quien todavía le recordaba aquel resfrío fatal de hacía años y los cuidados que debía tener cuando estaba solo.
Uno de sus compañeros de Derecho lo definía como un seductor voraz, flaco, de un metro setenta y dos, prolijamente vestido y con una forma de hablar que era capaz de encantar a cualquier mujer que lo escuchara por más de media hora.
Durante el primer año de la carrera, los sábados muy temprano emprendía la vuelta a Chascomús con una valija de cuero cargada de ropa para lavar y lleno de inquietudes que volcaba en largas charlas con su madre. Los viajes se fueron espaciando.
Ana María Foulkes podía comunicarse por teléfono a Buenos Aires con su hijo mayor, pero su área de control estaba a 120 kilómetros de distancia. Necesitaba conocer por dónde se movía y con quién y, fundamentalmente, si los estudios estaban en orden.
La señora usó una de sus cartas familiares. Uno de sus parientes vivía en Buenos Aires y podía ser un buen tutor y a la vez un informante eficiente de los pasos de su hijo.
El familiar aceptó sin miramientos el encargo. Era un hombre instruido y un lector de escritores ingleses, franceses y españoles. Trabajaba vinculado a varios medios de comunicación.
El instructor familiar no tuvo que esforzarse en su vínculo con el joven. También le gustaba la vida mundana, vivir de noche y, a los pocos meses, los dos se confabulaban para salir, comer en restaurantes y divertirse con una copa en los bares de la ciudad.
En la libreta universitaria de estudios no había alarmas que indicaran desvíos por parte del estudiante. Aprobaba con más de siete puntos de calificación materias claves de la carrera como Penal, Procesal, Constitucional y Garantías.
En poco menos de cinco años aprobó las cuarenta materias de la carrera de Derecho. Era un lector voraz. Además de literatura, cuando no tenía que estudiar recorría autores y maestros del Derecho como Segundo Linares Quintana y Joaquín V. González. Había descubierto al italiano antifascista Antonio Gramsci, a los franceses parlamentaristas de la IV República y volvía a repasar los clásicos ingleses y españoles de principios de siglo.
Con su título de abogado bajo el brazo, volvió a su pueblo y comenzó a trabajar en su primer estudio jurídico en la calle Belgrano 191, en pleno centro de Chascomús.
Chascomús en aquella época era un pueblo bonaerense, de características similares al resto de los pueblos bonaerenses y a otros tantos del interior.
Por la vieja estación del tren de estilo inglés, abierta en 1865, se dejaban ver peones y patrones de campo, turistas de fin de semana y ciudadanos con intereses diversos. La llegada del tren era una diversión en sí misma.
Alrededor del cuadrado de la plaza principal se habían construido la iglesia, la comisaría, el banco Nación, el teatro municipal Brazzola y la Intendencia.
En Lastra y Libres del Sur, el Reloj de los Italianos servía de referencia horaria y para que algún visitante perdido que había andado el largo acceso desde la ruta 2 supiera que estaba en el ombligo del pueblo.
En la avenida Libres del Sur, cuyo nombre recuerda una rebelión contra Juan Manuel de Rosas en 1830, se concentraban los comercios. El salón principal del Club Social se transformaba en un auténtico lugar de caballeros conversadores. Los que vivían cerca llegaban a pie por esas veredas anchas y de árboles que regalaban sombra. Calle Libres del Sur 14, de Chascomús. El centro del pueblo.
En el Social se juntaba gente de todos los colores. La entrada a las mujeres no estaba prohibida explícitamente, pero era raro ver alguna figura femenina por ese lugar si no había una cena o un baile.
A unas cuadras de allí, frente a la plaza principal, en diagonal con el edificio municipal, el Club de Paleta era un símbolo deportivo que los inmigrantes vascos habían trasladado a esas tierras.
Pelota a paleta, frontón y de vuelta, ruido seco de pelotazo de goma en la pared.
El Club Regatas regalaba, desde otro punto cardinal, una vista extraordinaria, un balneario que vibraba con el básquet y la natación.
En esos salones Alfonsín aprendió a jugar al ping pong, al tute y al póquer y se animó a bailar sin demasiada vergüenza.
Muy de vez en cuando se entremezclaba en algún partido de fútbol sin muchas habilidades técnicas para manejar la pelota.
En 1950 era un joven de 23 años, había terminado con sus estudios de abogado en la Universidad de Buenos Aires y estaba casado desde 1949 con María Lorenza Barreneche, unos pocos meses mayor que él.
La leyenda asegura que los jóvenes se cruzaron en un festejo de carnaval y que al poco tiempo se pusieron de novios. Había tenido otros romances inconclusos, de cartas, poemas y desencuentros. María Lorenza le puso fin a su carrera oficial de conquistador.
Sus amigos recordaron que cuando les comunicó la decisión de casarse no lo podían creer, pero organizaron una despedida de soltero tan grande que, exageradamente dicen, duró cuatro días seguidos por distintos lugares de la provincia de Buenos Aires.
Apenas recibido de abogado, a principios de 1950, con su hijo mayor en camino, tuvo un ofrecimiento para trabajar en un estudio jurídico en Mendoza.
En la capital de la provincia cuyana estuvo unos meses sin demasiado entusiasmo y cuando cobró los honorarios de su contrato temporal decidió que la mejor opción era tomar el camino de vuelta para retomar sus actividades en su ciudad natal junto al abogado Pablo Quiroga.
Chascomús, como el resto del país, también estaba parado en el tembladeral político de la Argentina, que no permitía términos medios entre oficialistas y opositores furiosos. Según el censo de 1947 habitaban allí poco más de 21 000 personas.
Radicales enojados con el peronismo, peronistas que defendían sin respirar a su líder, algún que otro colado de tercera posición de izquierda o conservadora y un buen grupo de neutrales que no querían problemas con nadie, por lo menos a la vista pública.
“Prohibido hablar de política” era la consigna cuando dos o tres veces al año se juntaban para cenar. Pero las discusiones sembradas de alcohol de la sobremesa eran inevitables y podían terminar a los sillazos. Vecinos y amigos se dejaban de hablar por poco o por mucho tiempo.
La posición de los radicales frente al Gobierno peronista no dejaba muchas dudas y Alfonsín estaba en esa línea como su jefe Ricardo Balbín y como su otro principal dirigente, Arturo Frondizi.
En 1949, el gobierno de Perón encarceló por primera vez a Balbín, jefe del bloque de diputados nacionales de la oposición y lo convirtieron en el “preso de Olmos”. El dirigente radical fue detenido en la cárcel de Olmos, muy cerca de la ciudad de La Plata, por sus duras críticas al Gobierno, que realizaba en su carácter de diputado.
El joven Alfonsín, aunque no tuviese aún un cargo público para expresarlo, pensaba, como la mayoría