Mary Robinette Kowal

El destino celeste


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no sabía cuáles serían las consecuencias de dejar la misión. Nada bueno, probablemente, pero no le robaría la oportunidad a alguien que había trabajado duro durante tanto tiempo. Era posible que Reynard me maldijera por ello, ya que volver al equipo alejaría a Helen de él—. ¿Cómo se ha tomado tu mujer todo el asunto de que te marches durante tres años?

      Ante mí, la luz del sol se reflejó en el casco de Parker, que se movía de un lado a otro. El aire silbó a nuestro alrededor y arrastró el silencio.

      ¿En qué momento me había parecido una buena idea hacerle una pregunta personal? Nos respetábamos a nivel profesional, pero nada más.

      —No importa. Lo siento. No debería haber preguntado.

      Parker se aclaró la garganta y el casco se movió de tal manera que el reflejo del sol bailó por su superficie.

      —Me… —Se le quebró la voz—. Me ha animado a ir.

      Hablaba con una mezcla de amor y dolor, lo cual me desconcertó, dado que mantenía una aventura con Betty desde hacía cuatro años.

      Esperaba que Parker me siguiera a la oficina de Clemons para ver el espectáculo, pero se desentendió y subió al ala de astronautas de la CAI. Canalicé el aplomo y la fría furia sureña de mi madre antes de entrar al antedespacho de Clemons como si equilibrase un libro sobre la cabeza.

      La señora Kare levantó la mirada con una sonrisa.

      —¡Doctora York! Creía que estaba en Chicago. —Detrás de ella, la puerta del despacho estaba abierta y Clemons leía una revista con los pies sobre la mesa.

      Hablé un poco más alto de lo estrictamente necesario para que me oyese.

      —Lo estaba, pero ha surgido algo. ¿El director está disponible?

      Bajó la revista y quitó los pies de la mesa.

      —Pase.

      Cuando lo hice, cerré la puerta tras de mí, por si me veía obligada a levantar la voz. Clemons enarcó las cejas y recogió el puro del cenicero.

      —¿Parker le da problemas?

      —No, señor. —Escondí las manos tras la espalda en lugar de meterlas en los bolsillos del traje de vuelo—. He venido para presentar mi renuncia.

      Le tembló la mano y se le cayó el puro al suelo, que dejó una estela de humo y cenizas, como un cohete moribundo.

      —Pero ¿qué…? —Lo recogió—. ¿Qué ha hecho Parker?

      —No me ha causado problemas. —Aunque el hecho de que esa fuese la primera idea que saltaba a la mente de Clemons no era un buen presagio para la misión—. De hecho, se ofreció a traerme en avión desde Chicago, lo cual le agradezco. Mi intención es renunciar para que Helen Carmouche recupere su puesto en la expedición a Marte.

      Si Clemons hubiera prestado atención alguna vez, sabría que, cuanto más formal y cortés me mostraba, más furiosa estaba.

      —No sea ridícula. —Claramente, no había prestado atención.

      —¿Ridícula? —Me adelanté y apoyé las manos sobre la mesa. Lo mejor de haber decidido dejarlo era que, por una vez, me daba igual lo que pensara de mí—. Helen Carmouche se ha preparado para esta misión durante más de un año. Es tan buena calculadora como yo. Lo ridículo es sacarla de una misión y reemplazarla por alguien que se pasará todo el tiempo poniéndose al día.

      Clemons apagó el puro y levantó ambas manos en señal de súplica.

      —Me gustaría que lo reconsiderase.

      —No. Definitivamente, no.

      —Carmouche aceptó el cambio. —Se puso de pie y rodeó la mesa para mirarme desde arriba—. Hemos acordado que ella y su marido irán en el próximo grupo de colonos, si todavía quiere ir. La necesitamos en esta misión.

      —¡Por publicidad! En todos los demás aspectos sería un estorbo porque reemplazaría a una especialista entrenada.

      —Sí. —Clemons se abotonó la chaqueta y la desabrochó de nuevo mientras se encogía de hombros—. Soy consciente de los riesgos, pero también de las ventajas. Ya ha marcado la diferencia, ya que los senadores están dispuestos a apoyar la misión. ¿Es consciente de cuántos de ellos tienen hijas en clubes de la Mujer Astronauta por usted?

      El pozo de terror se abrió en la base de mi estómago.

      —¿Es de verdad una razón suficiente para poner en peligro la expedición y a toda la gente que la compone?

      —Ya había dicho que sí. Estaba dispuesta a esforzarse por ponerse al día.

      —Porque no me informó de que sustituiría a alguien. —Sacudí la cabeza, pero fue imposible borrar la imagen de Helen emocionada por esta misión—. No es lo que acordamos.

      —Si se echa atrás, dará muy mala imagen. Ya lo hemos hecho público. —Clemons se puso las manos en las caderas y, aun sin estar rodeado por la nube de humo, se cernió sobre mí—. Piense en lo que dirá la prensa si la primera mujer astronauta abandona la misión.

      —Jacira fue la primera mujer en el espacio.

      —Usted es la primera mujer estadounidense y Jacira se marcha para casarse. —Negó con la cabeza—. Es al Congreso de los Estados Unidos al que tenemos que convencer de que no cierre el programa. Si retiran la financiación, la misión no se llevará a cabo. Y punto.

      Apreté la mandíbula, como si así fuera a morderme el corazón y detener su ritmo acelerado.

      —Esto no es lo correcto.

      —Es necesario.

      En ese momento, lo odié porque tenía razón.

      Quizá sería distinto si no tuviera un hermano meteorólogo que me mantenía al día del avance del efecto invernadero en la Tierra. Quizá sería diferente si no hubiera vivido en el espacio y visto las nubes y las grandes tormentas causar estragos en nuestras costas.

      —Hagamos una cosa. Estoy dispuesta a retrasar mi decisión hasta que haya hablado con Helen.

      Capítulo 6

      Italia sufre por la ola de calor

      Roma, Italia, 4 de septiembre de 1961 — Se establecerá un racionamiento del agua en Roma, que sufre ante la peor ola de calor y sequía del país en setenta años. Se han atribuido al menos 21 muertes al calor, a las tormentas que lo acompañan y al ahogamiento de quienes buscan un poco de alivio.

      Las tormentas eléctricas de ayer dieron un respiro del calor a algunas áreas, pero no a Roma. Los rayos mataron a varias personas y a docenas de animales de granja y causaron varios incendios. La compañía del agua de Roma anunció un programa de racionamiento rotativo que privará de agua a todos los hogares durante la mayor parte de una jornada de la próxima semana.

      Clemons miró al suelo y la piel del cuello se le enrojeció donde rozaba con la camisa. Asintió con decisión y se volvió para recoger el puro y la revista de la mesa.

      —Use mi teléfono.

      —Iré a su casa y…

      —Por favor. —La súplica me sorprendió, y enmudecí. Clemons me enseñó la portada de la revista. La revista Time mostraba una enorme representación artística de Marte junto con una sola palabra: «¿Por qué?»—. Si decide no ir, necesito saberlo de inmediato porque harán falta todos los recursos de la agencia para impedir que el asunto implosione.

      Tragué y asentí, pero no me iba a echar atrás.

      En cuanto salió de la habitación, cogí el teléfono y llamé a casa de Helen. Enrollé el cable con los dedos y me apoyé en la mesa, incapaz de sentarme en su