Alan Watts

El camino del Tao


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      PREFACIO

      Ciertos filósofos chinos que escribieron aproximada mente en los siglos -5 y -4 expusieron unas ideas y un modo de vida que llegó a ser conocido con el nombre de taoísmo: el modo en que el hombre coopera con el curso o la tendencia del mundo natural, cuyos principios descubrimos en el fluir del agua, el gas, el fuego, y que fueron posteriormente grabados o esculpidos en piedra, madera y, por último, plasmados en diversas formas de arte humano. Lo que tenían que decir es de suma importancia en nuestros días ya que, en el siglo +20 nos damos cuenta de que nuestros esfuerzos por regular la naturaleza y ordenarla por medio de la técnica pueden lograr resultados desastrosos.1

      Dudo que podamos ofrecer un informe científicamente exacto y objetivo de lo que poblaba las mentes de aquellos filósofos, ya que sus huellas se pierden en el tiempo, y la historia se diluye como reverberaciones de sonidos y de trazos en el agua. Es muy difícil aprehender los significados exactos del lenguaje chino de aquellos días y, aunque aprecio e intento seguir los métodos de la erudición pura, mi interés real apunta hacia lo que significan esos remotos ecos de la filosofía para mí y para nuestra situación histórica. En otras palabras, es importante hacer el esfuerzo por averiguar qué ocurrió, en realidad, en tiempos remotos y sopesar los detalles de la filología. ¿Qué sucede entonces? Habiendo registrado el pasado tan bien como podernos, debernos continuar sirviéndonos de él en el contexto presente: ése es mi interés principal al escribir esta obra. Deseo interpretar y aclarar los principios de ciertos escritos como los de Lao-tzu, Chuang-tzu y Lieh-tzu [o Liezi] en los términos e ideas de nuestros días, proporcionando los textos originales tan correctamente traducidos como es posible –es decir, sin excesivas paráfrasis ni elaboraciones poéticas–, siguiendo las pautas de ese maestro de la traducción que es Arthur Waley, aunque no sin ciertas reservas.

      Como es obvio, estoy profundamente agradecido al trabajo y los métodos de Joseph Needharn y a los miembros de la Cambridge University que colaboraron con él en la realización del volumen Science and Civilization in China y, aunque no considero este trabajo como si fuera la palabra de Dios, representa para mí la empresa histórica más maravillosa de este siglo. Needharn posee la habilidad de presentar los documentos eruditos completos logrando que sean tan accesibles como una novela y, a través de la lectura de sus obras y de mis charlas con él, mi comprensión del Tao se ha visto enormemente esclarecida. Needham considera, además, que escribir sobre historia y filosofía es, como la investigación científica, un compromiso social, motivo por el cual su obra se asemeja más a un coro dirigido que al canto de un solista. Pienso que lamentablemente, sobre todo en América, los sinólogos tienden a ser irritables e hipercríticos con los trabajos ajenos. Needham, en cambio, es invariablemente generoso, si bien no renuncia a su propia integridad. Intentaré, en las páginas que siguen, mostrar cómo el principio del Tao reconcilia sociabilidad e individualidad, orden y espontaneidad, unidad y diversidad.

      En suma, no me propongo llevar a cabo una encuesta popular y estadísticamente exacta de lo que el pueblo chino supuso, o supone, que es el modo de vivir taoísta. Ciertas exploraciones antropológicas poseen esa virtud, pero yo estoy mucho más interesado en ver cómo los antiguos escritos repercuten en el arpa de mi mente que, como es lógico, está afinada de acuerdo con las escalas de la cultura occidental. Sin embargo, de ningún modo desprecio la información descriptiva y precisa: la Letra. Estoy, evidentemente, más interesado en el Espíritu: la experiencia y el sentimiento real de esa actitud vital que supone seguir el Tao.

      A. W.

      PROLEGÓMENA

      Bibliografía

      Para evitar tediosas notas a pie de página, las referencias bibliográficas a las fuentes occidentales aparecen indica das, simplemente, como «H. A. Giles (l)» o «Legge (2)», por ejemplo, de modo tal que por medio del nombre y el número se puede encontrar en la Bibliografía una relación detallada de las obras consultadas. Hay una bibliografía aparte para las fuentes originales chinas y las referencias a ellas figuran en letra cursiva como, por ejemplo, Chuang-tzu 12. Algunos de los ideogramas chinos que representan palabras o frases breves de la escritura latina aparecen, en la mayoría de los casos, reproducidos a pie de página. La extraordinaria importancia de incluir algunos ideogramas chinos está explicada en el primer capítulo de modo tal que creo que incluso para un no erudito resultará de utilidad.

      Traducción

      En este punto debo admitir que de ningún modo soy tan erudito ni buen traductor del chino como Giles, Waley, Demiéville, Hurwitz, Bodde, Watson o Needham, para no mencionar a los maestros chinos del inglés, como Hu Shih y Lin Yutang. Pero tengo la pretensión de creer que comprendo los principios básicos del taoísmo más a fondo que algunos eruditos cuyos intereses son meramente filológicos. Así, cuando la traducción pertenece a otro traductor, se indica del siguiente modo: «tr. Lin Yutang (l)». Cuando comparo diversas traducciones de un pasaje para formarme mi propia idea de lo que parece más apropiado, aparece indicado como: «tr. Watson (1), mod. auct.». Y, por último, cuando es de cosecha propia, sólo añado «tr. auct.». Debo confesar una preferencia sentimental por ciertos latinismos que, junto con otros como ibid., [sic], q.v., et seq., y p. ej., abrevian adecuadamente sus equivalentes: «de la misma obra», «créase o no, esto es exactamente lo que dice», «referencia a la fuente mencionada», y «lo que sigue», o «por ejemplo». Cualquier duda puede ser verificada en cualquier buen diccionario de inglés.

      Latinización

      No existe un modo plenamente satisfactorio de latinizar el chino o el japonés. La palabra Tao se pronuncia aproximadamente como «dow» en Pekín, como «toe» en Cantón y como «daw» en Tokio. Pero si sustituyera cualquiera de estas tres posibilidades por Tao –que en lo sucesivo se incorporará al idioma inglés sin utilizar la letra cursiva– me comportaría, simplemente, de un modo caprichoso y confuso en el contexto de la literatura británica, americana y europea sobre China. También se ha latinizado como T’ao –que en Pekín se pronuncia «tow», como en el vocablo inglés «towel»– que, de acuerdo con el tono empleado al pronunciar la vocal y con el contexto en que se utiliza, puede significar: desear, temeridad, insolencia, dudar, sacar o vaciar, inundar, cubierta o temblor, faja o cuerda, gula, melocotón, libertinaje, matrimonio, huir, un tipo especial de tambor, llorar, limpiar, atar o trenzar, horno para cerámica, alegrarse, suplicar, castigar o exterminar, bloque de madera o estúpido, grandes olas o envases. Antes de que alguien califique esto de irracional, considerad el número de significados que puede tener el sonido inglés «jack» sin que haya variaciones de tono que los diferencien. Y para casi todos los diversos significados del sonido T’ao existen ideogramas claramente diferenciados.

      En todo el mundo de habla inglesa la forma usual de latinizar el chino es la establecida por el sistema Wade-Giles, y, a pesar de todos sus defectos, es el que emplearé. Las personas de habla inglesa no iniciadas pueden averiguar cómo pronunciarlo y he llegado a pensar, en un estado de ánimo jocosamente malicioso, que los profesores Wade y Giles lo han ideado para levantar una barrera entre los profanos e ignorantes y los realmente eruditos. Como alternativa, existen torpezas tales como las invenciones del reverendo profesor James Legge: p. ej., escribir Kwang-ҙ por Chuang-tzu, lo que requiere un fundidor de letras caprichoso y, si se trata de utilizar letras misteriosas, se puede emplear, también, el chino. He pensado seriamente en utilizar la revisión del sistema Wade-Giles realizada por Needham que sustituye, por ejemplo, Thao por T’ao y Chhang por Ch’ang, pero no puedo dejar de reconocer que el apóstrofe es estéticamente menos detestable que la doble h que, por otra parte, no sugiere realmente la diferencia existente: que Chang se pronuncia como «jang» y Ch’ang como «chang», con una «a» que suena de modo semejante a la «u» en la palabra inglesa «jug». ¡Qué confusión! En el barrio chino de San Francisco, según el sistema Wade-Giles, se pronunciará Feng como Fung (la misma «u» que en «jug») y Wang como Wong, de modo tal que no se lea como «whang». Por otro lado, a un restaurante que lleva el nombre de Wooey Looey se lo llama (de modo tal que rime con «boy») «Woy Loy Goy».