del Japón intentó autorizar un nuevo romaiji en el que Fuji se convertía en Huzi y príncipe Chichibu en príncipe Titibu, basándose en el principio de que la latinización del japonés no había sido ideada únicamente para las personas de habla inglesa. En consecuencia, los alemanes seguramente se habrían referido al noble volcán como «Ootzee», mientras los británicos llamaban Titty-boo al príncipe. Afortunadamente, los japoneses abandonaron esta reforma, aunque muchos americanos siguen llamando a las ciudades de Kyoto y Hakone como «Kigh-oat-oh» y «Hack-own». Ya veréis las complicaciones que se presentan incluso al intentar latinizar idiomas alfabéticos tales como el tibetano o el sánscrito que, desde nuestro punto de vista, parecen idiomas destinados específicamente a resultar difíciles. El sistema erudito lo ha elaborado de tal modo que para hablaros del Señor Krishna tendría que contar con una tipografía que pudiera convertirlo en Krsna pero... ¿a quién le dice algo esto, salvo a los iniciados?1
Así como en algunas economías los ricos se enriquecen y los pobres se empobrecen, en las disciplinas muy especializadas de la erudición moderna los sabios se vuelven más sabios y los ignorantes más ignorantes, hasta el punto de que las dos clases apenas pueden hablar entre sí. He dedicado mi trabajo a salvar, en la medida de lo posible, esta brecha.
Notas históricas
Hasta hace relativamente poco tiempo se creía que Lao-tzu (también conocido como Lao Tan o Li Erh) fue un individuo que vivió en la época de Confucio (K’ung Fu-tzu), es decir en los siglos -6 y -5, ya que se supone que este último vivió entre los años -552 y -479. El nombre de Lao-tzu significa Niño Viejo y deriva de una leyenda que narra que nació con pelo blanco. La fecha se basa en un controvertido pasaje del historiador Ssu-ma Ch’ien (-145 a -79), que cuenta que Lao-tzu era encargado de la biblioteca real, en la capital de Lo-yang, donde Confucio lo visitó en el año -517.
Li [Lao-tzu] le dijo a K’ung [Confucio]: «Los hombres de los que hablas están muertos y sus huesos se han convertido en polvo; sólo sus palabras perduran. Por otra parte, cuando el hombre superior reconoce su oportunidad, se eleva, pero cuando el tiempo corre en su contra, es arrastrado por el peso de las circunstancias. He oído decir que un mercader, aunque poseía tesoros que guardaba celosamente, parecía pobre; y que el hombre superior, aunque su virtud sea completa, exteriormente parece estúpido. Deja de lado tu orgullo y tus deseos, tus costumbres insinuantes y tu voluntad impetuosa. No te convienen... esto es todo lo que tengo que decirte».
Se supone que después de la entrevista, Confucio dijo:
«Sé cómo pueden volar los pájaros, los peces nadar y los animales correr. Pero el que corre puede ser cazado, el que nada puede ser pescado y el que vuela, alcanzado por una flecha. También existe el dragón: no sé explicar cómo cabalga en el viento, ni a través de las nubes, ni cómo se eleva hasta el cielo. Hoy conocí a Lao-tzu y sólo puedo compararlo con el dragón».
Ssu-ma Ch’ien agrega a esto:
Lao-tzu cultivó el Tao y sus atributos y el principal propósito de sus estudios residía en cómo permanecer oculto y en el anonimato. Continuó viviendo en la capital de Chou pero después de un tiempo, al ver la decadencia de la dinastía, abandonó el lugar y se marchó de la fortaleza, alejándose del reino hacia el noroeste. Yin Hsi, el guardián de la fortaleza, le dijo: «Estás a punto de retirarte. Déjame insistir en que primero me escribas un libro». Entonces Lao-tzu escribió un libro en dos partes, exponiendo sus opiniones acerca del Tao y sus atributos, que contaba con más de 5.000 caracteres. Luego partió y se ignora dónde murió. Era un hombre superior, que quería mantenerse en el anonimato.2
En los últimos cincuenta años, los eruditos chinos, japoneses y europeos han llegado –mediante la crítica textual precisa– al acuerdo de que el libro de Lao-tzu, el Tao Te Ching,3 es una compilación de proverbios taoístas de varios autores originado en el siglo -4, durante, e incluso después, de la época de Chuang-tzu que, de acuerdo con Fung Yu-lan, debe haber florecido entre los años -339 y -286.4
Cuando considero los juicios confusos que surgen de la crítica textual del Nuevo Testamento, abrigo ciertas dudas en cuanto a la fidelidad con que ha sido transmitida esta leyenda.
Desde los últimos años del siglo +19 los eruditos de la tradición occidental, incluyendo muchos chinos y japoneses, parecen haber impuesto la tendencia a arrojar dudas sobre la historicidad de las figuras «legendarias» del pasado, especialmente si son de tipo religioso o espiritual. Llevará muchos años determinar si ello marca un estilo o una moda de la erudición moderna, o si realmente conlleva una investigación sincera. Para agradar a sus profesores, muchos graduados exitosos fingen un mordaz escepticismo y un aura de objetividad científica, como si el proponer tesis aceptables fuera cuestión de protocolo. A fuerza de considerar los textos bajo una gran lupa, uno se pregunta a veces si a los pedantes no se les escapan aspectos que, a simple vista, resultan obvios.
Para mí, el Tao Te Ching, el «Libro del Camino y sus Poderes», podría ser obviamente la obra de un solo autor, teniendo en cuenta que las interpolaciones secundarias y tales inconsistencias, reales o aparentes, pueden encontrarse en la obra de casi cualquier filósofo. Su lacónico, aforístico y enigmático estilo se mantiene uniforme a lo largo de todo el libro, al igual que el ritmo de su argumento: «El Tao es de tal y cual modo y, en consecuencia, el sabio se comportará de este y aquel modo». En contraste, el estilo del libro Chuang-tzu es completamente diferente: discursivo, argumentativo, narrativo y humorístico hasta el punto de provocar panzadas de risa, de modo que el juicio estético de los dos libros evoca dos personalidades muy diferentes pero consistentes. Tal como están las cosas, no creo que conozcamos tan a fondo la antigua historia y literatura chinas como para emitir un juicio sólido y quizá nunca nos será posible hacerlo.
De todos modos, las fechas en que vivió Chuang-tzu (o Chuang-chou) nunca han sido muy discutidas y los eruditos tradicionalistas y modernos coinciden, principalmente, en que la fecha correcta es el siglo -4. Se le ha relacionado con Lao-tzu como san Pablo con respecto a Jesús, aunque se da la diferencia de que san Pablo nunca cita las palabras reales de Jesús, mientras que Chuang-tzu cita a Lao-tzu. La traducción de Lao-tzu realizada por Lin Yutang entremezcla capítulos de éste con considerables fragmentos del Chuang-tzu como interpretaciones, y esta interrelación funciona tan admirablemente que uno tiende a ver en Chuang-tzu el desarrollo y la elaboración de los pensamientos esenciales de Lao-tzu.
H. G. Creel dice: «El Chuang-tzu es, a mi juicio, de entre todos los idiomas, la mejor obra filosófica que conozco».5 La opinión de un erudito de su talla impone respeto. Los literatos chinos también consideran que su estilo es de una calidad excepcional y debe haber muchas personas que, como yo, gozan con la lectura de Chuang tzu, uno de los pocos filósofos de todos los tiempos que no se toma a sí mismo en serio y cuyos escritos están plagados de un humor de carácter peculiar. Es decir que puede reírse de las cuestiones más profundas sin mofarse de ellas y hacer, por el contrario, que parezcan más verdaderas y profundas, justamente porque son cómicas. El humor y el misticismo o la religión rara vez son compatibles. Esta misma actitud se puede apreciar quizá –con respecto a sus conexiones con el taoísmo– en la literatura del budismo Ch’an (Zen), tanto como en el estilo personal de muchos de sus actuales seguidores.
Existe menos certeza en cuanto a establecer correctamente las fechas del libro de Lieh-tzu. Aunque la tra dición mantiene que pertenece al siglo -3, el libro muestra la influencia de las ideas budistas, que sugerirían como fecha correcta los primeros siglos de la Era Cristiana, es decir los siglos +1 o +2. Lieh-tzu es también un gran crítico de lo que Creel ha denominado «taoísmo Hsien» para diferenciarlo del «taoísmo contemplativo», siendo el primero una búsqueda de la inmortalidad y los poderes sobrenaturales, a través de las prácticas yóguicas y gimnosóficas que parecen haber surgido entre los taoístas de los siglos -2 y -1. Un hsien es alguien inmortal: alguien que ha purificado su carne para evitar que se pudra y lo logra mediante formas especiales de respiración, dietas, drogas y ejercicios para conservar el semen, comparables a los del yoga tántrico. Cuando su piel envejece y arruga, la cambia –igual que una serpiente– para revelar el joven cuerpo que hay debajo de ella.6
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