Dave Mearns

Counseling centrado en la persona


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preocupación neurótica por complacer a otras personas que Rogers desafió en 1963; es una consideración razonada por los otros y una apreciación de la importancia que ellos tienen en el desarrollo personal como proceso continuo.

      Proposición 3: entre el impulso de la tendencia actualizante y la restricción de la mediación social se desarrolla una homeostasis psicológica. La configuración y reconfiguración de esta homeostasis es el “proceso actualizante”. El proceso actualizante es el concepto clave en esta nueva teoría y surge exclusivamente de observaciones en la práctica clínica. La persona no está gobernada por un único impulso, como la tendencia actualizante. El funcionamiento de los seres humanos es mucho más sofisticado. Hablando metafóricamente, podríamos manejar un auto sólo con el acelerador, pero logramos un control más sofisticado cuando le agregamos un freno. De la misma manera que en el funcionamiento fisiológico, el control generalmente se mantiene por la secreción de hormonas con efectos opuestos, en el funcionamiento psicológico hay un sistema de control dual con un equilibrio preciso y delicado, establecido entre las fuerzas de la tendencia actualizante y la mediación social. Por otra parte, este balance puede variar considerablemente a lo largo del tiempo y en diferentes áreas de la vida de la persona. Es fascinante observar el proceso actualizante funcionando, ver cómo las personas negocian nuevos equilibrios apropiados a las dimensiones cambiantes de su vida. Estos ajustes no son meras acomodaciones a las presiones externas; son diálogos constructivos y sofisticados consigo mismo y en la relación con otros, diálogos que logran crecimiento para la persona y facilitan el crecimiento en los otros. Cuando el adulto joven desarrolla formas de equilibrio radicalmente cambiadas en numerosas áreas de su espacio vital para enfrentar los desafíos de la paternidad, son evidentes tanto el proceso actualizante como estos diálogos internos y externos. Es igualmente sorprendente observar el proceso actualizante en personas más jóvenes. El período de la adolescencia, y aun etapas anteriores, se caracterizan porque la persona configura y reconfigura el equilibrio al entrar en la lucha por la vida, no sólo para sobrevivir, sino también para hacerla más rica y variada.

      Proposición 4: “el trastorno” se produce cuando la persona queda crónicamente atascada dentro de su propio proceso actualizante, de modo tal que el equilibrio homeostático no puede ser reconfigurado para responder a las circunstancias cambiantes. En el marco de la teoría centrada en la persona, es la pérdida de fluidez lo que genera perturbación en el sistema. La fluidez es reemplazada por rigidez, un término ampliamente usado por Rogers. “Los individuos… se mueven de la rigidez a la “mutabilidad”, de estructuras rígidas a la fluidez, de lo estático al proceso” (1961: 131). Mearns describe la génesis de esta rigidez en otra publicación.

      La persona puede haber desarrollado sistemas autoprotectores que le permiten sobrevivir al estrés psicológico y a la angustia, las amenazas a su ser existencial o su identidad y todo tipo de desafíos que encuentra en su vida. En los sistemas humanos normales el proceso de actualización le permitirá seguir adelante: reconfigurar el equilibrio cuando los peligros van disminuyendo o aumentando a medida que cambian sus circunstancias sociales. Sin embargo, en aquellos aspectos en los que se conserva la rigidez, a la persona le resultará difícil seguir adelante con su vida, especialmente en el entorno social. Encontramos que esto es lo que les sucede a muchos de nuestros consultantes que están “sobreviviendo su supervivencia”. (2004: 24).

      Por lo tanto, si reflexionamos acerca de nuestro joven adulto que está enfrentando los desafíos de la paternidad, podemos encontrarnos con que su proceso de actualización está anquilosado; no hay una fluida reconfiguración del equilibrio. Le resulta difícil abandonar ciertos puntos de equilibrio que fueron logrados con gran esfuerzo en el pasado. Siente que volver a equilibrarse significa abandonar libertades sin ningún contrapeso garantizado o experienciado. La adaptación se produce, pero no en forma proactiva, sino reactivamente en respuesta a otras personas. Aumenta la ansiedad, ya que sólo experiencia la dimensión de “pérdida” del cambio. La pareja de una persona que esté atravesando un proceso así también sentirá ansiedad.

      Para los dos autores de este libro la contribución teórica más significativa de los últimos años es la elaboración de Margaret Warner de la noción de proceso difícil. Como todo ser humano, la persona con un proceso difícil busca entender, otorgarle significado a su experiencia social, pero a diferencia de otros tiene que hacerlo mientras está enfrentando circunstancias de desarrollo extremadamente inhibidoras. Por ejemplo, en un proceso frágil la persona padeció “fracaso empático” (Warner 2002a: 150) por parte de las figuras parentales de su vida. Al principio de nuestro desarrollo dependemos solamente de la empatía de nuestros padres o de las personas que nos cuidan para aprender a procesar nuestras experiencias. Si hay empatía, le transmiten al niño un reflejo de lo que expresó de modo que puede gradualmente alinear su experiencia y la expresión de la misma y así desarrollar la sofisticada habilidad de entender lo que siente, manejar sus sentimientos y relacionarse con los otros eficazmente desde su mundo afectivo. Pero en el caso de fallar la empatía, el feedback que reciba puede ser mínimo, no existir o estar extremadamente distorsionado. Si se golpea la rodilla y grita de dolor, puede recibir como respuesta de sus padres variaciones de:

       “Oh, eso debe haberte dolido” (y lo abraza).

       Los padres ignoran su sufrimiento.

       “Vamos, vamos, no hay necesidad de gritar tanto.”

       “Vamos, vamos, los chicos grandes no lloran.”

      En el primer ejemplo, le responden empáticamente, pero en los otros no encuentra respuesta o es mínima; y el último, nos muestra una compleja distorsión que equipara su dolor con debilidad o falta de madurez.

      La calidad de la empatía de la persona que cuida a un niño varía día a día. Algunas veces esa persona está presente para la criatura y otras puede estar demasiado absorbida por su propia supervivencia. Las variaciones de este tipo son normales y no dañan al niño en lo que hace a su desarrollo. Es más, cuando tales variaciones se producen sobre una base sólida ayudan al niño a lograr una sofisticación aún mayor para procesar su experiencia, porque hay veces en que necesitan procesar la brecha entre su experiencia y el feedback del progenitor, quizás llegando a la siguiente conclusión: “Mamá ignoró mis gritos… pero igual dolió”. Sin embargo, cuando el niño no tiene una base empática sólida –cuando lo normal es que la empatía esté ausente– su forma de procesar se vuelve frágil. Margaret Warner describe las dificultades que manifiestan los clientes con esa manera de procesar:

      Los clientes que tienen un estilo frágil de procesar tienden a experienciar los temas importantes con niveles muy bajos o muy altos de intensidad. Tienden a tener dificultad para empezar y detener las experiencias que le son personalmente significativas o con carga emocional; además es probable que tengan dificultades para tomar en cuenta el punto de vista de otra persona y al mismo tiempo permanecer en contacto con sus experiencias. Por ejemplo, un cliente puede hablar superficialmente la mayor parte de la hora de terapia y sólo conectarse con los sentimientos subyacentes de ira justo sobre el final. Entonces puede sentir que le es imposible tranquilizarse lo suficiente como para volver al trabajo. Puede pasar horas caminando en el parque tratando de manejar la intensidad de lo que siente. El cliente puede llegar a hablar acerca de los sentimientos de ira con el terapeuta y anhelar entenderlos y manifestarlos. Aun así los comentarios que haga el terapeuta para explicar la situación o mostrar su desacuerdo con el cliente serán sentidos por éste como intentos por parte del terapeuta de aniquilar su experiencia. (2000a: 150).

      Margaret Warner también describe el proceso disociado. Lo primero que observa es que todos y cada uno de sus clientes que muestran un proceso disociado fueron traumatizados por abuso físico o sexual antes de la edad de siete años. Continúa describiendo el proceso:

      A una edad tan temprana los niños tienen una facilidad de sugestionarse casi hipnótica. Si se enfrentan con un trauma abrumador y carecen de maneras más complejas de sobrellevar sus experiencias, quizás disponibles para niños más grandes, nuestros clientes parecen haber encontrado una