Carl Trueman

Lutero y la vida cristiana


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conocida como “mi lord Katie” y “la cadena”. Ella pertenecía a un grupo de monjas cistercienses que escaparon del claustro de Nimbschen en 1523 y llegaron a Wittenberg en abril de ese año. Lutero arregló el matrimonio de la mayoría de las monjas, pero Katie resultó ser un problema. Inicialmente la habían colocado en la casa del artista Lucas Cranach. Después de varios intentos fallidos de casarla, Katie expresó su deseo de casarse con Lutero o uno de sus colegas, Nicholas von Amsdorf. Habiendo tenido la idea del matrimonio en mente por influencia de la temible reformadora Argula von Grumbach, Lutero finalmente accedió en 1525 y, el 13 de junio de ese año, se casó con Katie. Veremos el matrimonio con más detalle en el capítulo ocho. Por ahora, basta decir que parece haber sido fructífero y feliz.

      En ese momento, sin embargo, fue un desastre en términos de relaciones públicas. Esto no fue porque Lutero como monje se casara. Esa cuestión se había resuelto hacía ya mucho tiempo en Wittenberg. Fue porque las nupcias ocurrieron durante la Guerra de los Campesinos, una gran ola de rebelión en los territorios alemanes del Sacro Imperio Romano. Los rebeldes estaban unidos por un conjunto de agravios económicos, muchos de los cuales se centraban en la corrupción de la iglesia. Por lo tanto, era natural que utilizaran la retórica de libertad al estilo luterano y que muchos de ellos (aunque no todos) esperaran que Lutero hablara por ellos. Después de la simpatía inicial por su causa, Lutero, siempre temeroso del caos y la anarquía y molesto porque los campesinos, contra su consejo, recurrieron a la violencia, se enfrentó duramente a ellos y publicó uno de sus tratados más notorios, Una Amonestación a la Paz, Contra las Hordas de Campesinos Rapaces y Asesinos, que era un llamado a los nobles a reprimir la rebelión de la forma más despiadada posible. Esta obra empañó la reputación de Lutero de una manera comparable solo con sus posteriores ataques contra los judíos. Los campesinos fueron finalmente aplastados en la Batalla de Frankenhausen, y sus líderes, como Thomas Müntzer, fueron ejecutados. Que Lutero estuviera celebrando su matrimonio al tiempo que la Guerra de los Campesinos llegaba a una sangrienta conclusión, fue considerado profundamente insensible.

      El conflicto con Zwinglio

      Al mismo tiempo que Lutero consolidaba la Reforma en Sajonia después de 1522, otras reformas empezaron a desarrollarse en otras partes de Europa. Lo más relevante desde la perspectiva luterana fue el ascenso de Huldrych Zwinglio en Zúrich. Zwinglio tenía un trasfondo muy diferente al de Lutero, ya que su educación fue modelada por el humanismo de Erasmo, a quien admiraba en gran manera. La Reforma en Zúrich también era de un tinte diferente al de Wittenberg. Zúrich era una ciudad moderna en ascenso gobernada por un concejo municipal y con una economía basada cada vez más en la mano de obra calificada, no un contexto feudal medieval como el Electorado de Sajonia. Mientras la Reforma de Wittenberg había comenzado con un llamado a un debate universitario medieval, su contraparte de Zúrich comenzó con la ruptura del ayuno de cuaresma por parte de los trabajadores de la industria moderna más temprana, la imprenta. Zwinglio trabajó estrechamente con el concejo municipal en la implementación de una reforma más radical que su contraparte en Wittenberg (declararon ilegales las imágenes e incluso prohibieron la música y el canto en los servicios de adoración).

      Sin embargo, lo que causó que Lutero y Zwinglio chocaran fue la creencia de este último de que la palabra “es” en “Esto es mi cuerpo”, las palabras de la institución eucarística, significaba “simboliza”, una visión que Zwinglio aparentemente obtuvo de una carta escrita por el erudito humanista Cornelius Hön en 1524. Para los ciudadanos de Zúrich, la Cena del Señor era simbólica; era principalmente una declaración horizontal de lealtad entre cristianos, similar a un juramento militar (que era el significado de la palabra latina sacramentum). Si Cristo estaba presente, entonces solo se podía pensar que estaba presente espiritualmente.

      Para Lutero, esta enseñanza era tóxica. Era una reminiscencia del enfoque espiritual de Karlstadt y, por lo tanto, le parecía indicativo de una actitud revolucionaria. Además, al quitar la presencia real de Cristo del pan y del vino, Zwinglio eliminaba el evangelio. El pan y el vino ya no se convertían en el medio para que Dios alimentara a Su pueblo con Cristo, sino en algo que se hace para Dios o para los demás. Para usar la terminología luterana, Zwinglio tomó el evangelio y lo convirtió en ley.

      A partir de 1527, Lutero y Zwinglio se enfrascaron en una amarga guerra de panfletos. Sin embargo, la división en las filas protestantes no era deseable, y la posibilidad de una alianza entre los príncipes luteranos en el norte y las ciudades suizas reformadas en el sur era muy atractiva. En consecuencia, en 1529, Felipe I de Hesse persuadió a las dos facciones de reunirse en el castillo de la ciudad de Marburg para debatir sobre teología con el fin de producir una declaración de fe común que luego podría proporcionar la base para una alianza política-militar.

      El elenco de personajes en el Coloquio de Marburg fue impresionante, incluyendo a Zwinglio; Ecolampadio, el brillante erudito patrístico; Bucer, el apasionado ecumenista de la Reforma; Melanchthon; y, por supuesto, el propio Lutero. Si bien se llegó a un acuerdo sobre catorce y medio de quince puntos, el medio punto restante—el de la naturaleza de la presencia de Cristo en la Cena—era el punto crucial. No fue posible una alianza significativa, y Lutero declaró dramáticamente que Zwinglio era de un espíritu diferente, es decir, que no era un verdadero creyente. La brecha en Marburg fue el punto en el cual el protestantismo se dividió en luterano y reformado, una brecha que continúa hasta nuestros días.

      Cuando Zwinglio murió en el campo de batalla en Kappel en 1531 y las noticias llegaron a Lutero, su comentario fue simple y al grano: “Aquellos que viven de la espada morirán a espada”. Hasta el día de su muerte, Lutero consideró a Zwinglio como el epítome del fanatismo malvado.

      Otra razón para no lograr el acuerdo en Marburg fue el hecho de que los príncipes luteranos alemanes estaban comenzando lentamente a avanzar hacia una alianza militar propia, y esto inevitablemente redujo la presión para formar una alianza con los suizos. Después de la Dieta Imperial de Augsburgo en 1530, esta alianza alemana tomó la forma de la Liga de Esmalcalda.

      Carlos V había pedido a los príncipes luteranos que le proporcionaran una declaración de sus creencias. Esta fue elaborada por Melanchthon, y fue conocida como la Confesión de Augsburgo o Augustana. La confesión fue presentada a Carlos V en la dieta, aunque Lutero estaba ausente, aislado en un castillo cercano en Coburgo. Después de todo, era oficialmente un proscrito del imperio, y su presencia en Augsburgo habría sido tanto una afrenta al emperador como, muy probablemente, una sentencia de muerte para él. En la dieta, el emperador se negó a suscribir a la confesión, pero fue adoptada por los príncipes y ciudades luteranas. Esto formó parte de la base para la alianza militar que Felipe de Hesse estableció en 1531, la Liga de Esmalcalda, que garantizó la seguridad del luteranismo (y por tanto de Lutero) dentro de los territorios luteranos hasta la muerte del reformador en 1546.

      Últimos años

      Los últimos quince años de la vida de Lutero fueron, en varios sentidos, mucho menos emocionantes que el período de 1517-1531. Con el luteranismo al menos temporalmente seguro, gracias a la liga, Lutero fue libre de continuar su Reforma con un gran nivel de protección. Las preocupaciones financieras continuaron persiguiendo a la familia Lutero. Él y Katie recibían estudiantes como inquilinos y también trabajaban a veces como jardineros en la ciudad. Quizás sea bueno recordar que ser reformador no era necesariamente una movida profesional lucrativa, y que Lutero no era inmune a las dificultades económicas típicas que afligen a la mayoría de los ministros en diversos momentos.

      Tal vez lo más triste de este período son las notas de amargura que se infiltraron en las obras de Lutero. Él, por supuesto, había tenido grandes esperanzas para la Reforma en sus inicios. Situado en la tradición medieval tardía de la expectativa escatológica, había asumido que la Reforma era parte del gran avivamiento que tendría lugar al final de los tiempos y precedería la segunda venida de Cristo. En la década de 1530, sin embargo, estas esperanzas estaban muriendo. Roma no había caído, y de hecho el catolicismo romano estaba comenzando a mostrar los primeros signos del resurgimiento que marcaría el siglo desde la década de 1540 en adelante. Los protestantes estaban divididos entre ellos, no solo luteranos versus reformados, sino también con elementos sectarios en crecimiento como los espiritistas y los anabaptistas. Ya no era el contexto de posibilidades