Carl Trueman

Lutero y la vida cristiana


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de Hesse fue un actor constante en la historia de Lutero. Él era el hombre de las ideas detrás del Coloquio de Marburg y la fuerza impulsora en la formación de la Liga de Esmalcalda. También era un hombre con lo que hoy en día los estadounidenses llamarían eufemísticamente “inconvenientes”. Tal vez hubo indicios de esto en su primer encuentro con Lutero en la Dieta de Worms. Cuando Lutero llegó a Worms, uno de los primeros personajes distinguidos en buscarlo fue Felipe, que en ese momento no había recurrido a la Reforma. Estaba intrigado por un comentario que Lutero había hecho en La Cautividad Babilónica en cuanto a que una mujer casada con un marido impotente podía volver a casarse.

      Los acontecimientos de 1539 sugieren que esta pregunta tal vez presagió posteriores “inconvenientes”. Felipe había estado casado con Christina de Sajonia desde 1523. El matrimonio produjo siete hijos, pero era infeliz en todo caso, y Felipe era un adúltero en serie. Estas aventuras amorosas le habían dado sífilis, pero también habían afectado su conciencia, y rara vez iba a la comunión. Luego, en 1539, se enamoró de Margaret von der Sale, la hija de diecisiete años de un noble sajón. Entonces apeló a Bucer, Melanchthon y Lutero en busca de consejo y ayuda. Finalmente, Melanchthon formuló una opinión con la que los otros dos estuvieron de acuerdo, que Felipe debería simplemente casarse con la chica en secreto bajo el sello del confesionario. En pocas palabras, en lo que los reformadores consideraron como circunstancias extraordinarias, aprobaron la bigamia. El matrimonio tuvo lugar en marzo de 1540, con Melanchthon y Bucer entre los testigos.

      Por supuesto, es una verdad universalmente aceptada que tres hombres pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos. Esta era una historia demasiado buena para guardar en silencio, y se corrió la voz en la esfera pública a través de la hermana de Felipe, la duquesa de Rochlitz. El resultado fue un escándalo violento e incontrolable en el que parecía que la típica propaganda romana sobre la Reforma—que estaba motivada por un deseo de desatar la liberación sexual en la sociedad—era cierta. Aunque Melanchthon fue el único de Wittenberg profundamente involucrado en el desastre, la reputación de Lutero fue la que sufrió los golpes más duros.

      El segundo inconveniente, que todavía afecta (con razón) la reputación de Lutero fue su creciente animosidad hacia los judíos. En 1523, él había escrito lo que fue, para el momento, un tratado muy progresista: Que Jesucristo Nació Judío. En este trabajo, Lutero rompió con las actitudes dominantes de la época y alentó a los cristianos a ser buenos y amables prójimos de los judíos, a fin de construir puentes para el evangelio.

      A principios de la década de 1540, sin embargo, los judíos se estaban convirtiendo en una constante y amarga obsesión para Lutero. De manera notoria, escribió otro tratado importante acerca de ellos, Sobre los Judíos y sus Mentiras, que representaba un repudio a su trabajo anterior y un retorno a los estándares de la época, solo que de una manera aún más violenta y odiosa de lo que era usual. Este último trabajo defendía el asesinato y tuvo luego una destacada carrera, particularmente como elemento básico de la propaganda nazi en los años 1930 y 40, y como un elemento común en los sitios web antisemitas actuales. No puede haber ninguna duda de que representaba la opinión madura de Lutero: su sermón final en Eisleben en 1546 incluía un apéndice antijudío.

      No hay espacio aquí para abordar el tema de Lutero y los judíos. Mis propios puntos de vista sobre el asunto se pueden encontrar en Historias y Falacias.12 Basta decir dos cosas aquí. Primero, la actitud posterior de Lutero hacia los judíos muestra que incluso los hombres más grandes pueden tener una catastrófica ceguera moral sobre ciertos asuntos. En segundo lugar, al evaluar la vida de una figura histórica, no debemos ignorar o excluir los problemas con el interés de presentar una imagen inspiradora. Lutero creía que, fuera de Cristo, estaba muerto en sus delitos y pecados y era tremendamente malvado. Su actitud hacia los judíos confirma su propia opinión de sí mismo.

      La muerte de Lutero

      En enero de 1546, para gran consternación de Katie, que se preocupaba por su salud—y con razón como se vería después—, Lutero viajó a su lugar de nacimiento para mediar en una disputa entre los condes locales. Mientras estuvo en Eisleben predicó cuatro veces, la última el 14 (cuando también ordenó a dos sacerdotes) o 15 de febrero. El asistente que lo acompañaba, John Aurifaber, copió un papel el 16 de febrero que contenía la última declaración escrita de Lutero, que termina con la famosa frase “Somos mendigos: esto es verdad”. La primera oración estaba en alemán, la segunda en latín. El 17 de febrero, se sentía mal e incapaz de encargarse de cualquier asunto ese día. Moriría al día siguiente, en presencia de varios amigos. Habiendo reafirmado su confianza en el evangelio, pronunció sus últimas palabras, una triple repetición del Salmo 31:5:

      En tu mano encomiendo mi espíritu;

      Tú me has redimido, oh Señor, Dios de verdad.

      Era un final protestante por excelencia: fe en la Palabra—sin unción final, últimos ritos o comunión final. Lutero había recibido la Cena del Señor el domingo anterior, y eso era suficiente. Ciertamente, su propia forma de morir ejemplificó la manera en que él mismo había transformado el cuidado pastoral y, de hecho, la piedad de la muerte.

      Sin embargo, como último epílogo triste, el mayor trofeo personal de su protestantismo, la amada mujer por la que había roto sus votos monásticos para casarse, no pudo estar allí. Katie se sintió destrozada cuando recibió la noticia, angustiada por no haber podido consolarlo en sus momentos finales. Sin embargo, él murió, al igual que ella lo haría, a salvo, sabiendo que estaban unidos en Cristo y se reunirían en el más allá, cuando asistieran a unas bodas mayores que lo que las suyas habían sido tantos años atrás.

      Reflexiones finales

      Con una figura como Martín Lutero, la tendencia siempre será a hacer de él un héroe o un villano. Es tanto lo que está en juego en el debate de la Reforma, y las identidades protestante y católica romana tan atadas a sus respuestas a él, que la tentación de un enfoque en blanco y negro, moral y teológicamente directo, es grande. Sin embargo, incluso esta breve descripción de su vida revela no solo las conexiones entre su biografía y su teología, sino también las contradicciones y fallas humanas que fueron parte de lo que era y lo que hacía. Su firme postura en Worms es magnífica; sus últimos escritos contra los judíos, nauseabundos. ¿Qué vamos a hacer con él?

      La respuesta, en mi opinión, es muy simple: debemos verlo como uno de nosotros. Uno puede notar que, al igual que el resto de la raza humana, sus fortalezas eran sus debilidades. La testaruda terquedad y la convicción de que tenía razón—que significaba que podía enfrentar al poder combinado de la iglesia y el imperio en Worms en 1521 y poner en fuga a los radicales de Wittenberg en 1522—era el mismo rasgo de carácter que configuraba sus arrogantes ataques contra los judíos. Todos podemos aprender al ver cómo la fortaleza en un área puede ser una dramática debilidad en otra.

      Pero a un nivel teológico más profundo, deberíamos ver a Lutero como uno de nosotros en la forma en que luchó con las preguntas eternas más profundas de la existencia humana y cristiana. ¿Cómo puedo encontrar a un Dios misericordioso? ¿Qué es y dónde está la gracia? ¿En qué consiste la verdadera felicidad? ¿Cómo puedo conectar las realidades mundanas y muchas veces tediosas de la vida diaria con mi fe? ¿Cómo puedo enfrentar la muerte de seres queridos, y finalmente mi propia muerte, sin volverme completamente loco de aflicción? La vida de Lutero estaba llena de estas preguntas. Y su teología es una larga reflexión sobre ellas. Estos son los asuntos que trataremos ahora.

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