Carl Trueman

Lutero y la vida cristiana


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intensificaron su comprensión de la gravedad del pecado: los pecadores ya no eran altamente defectuosos; estaban muertos. El pecado es un problema de raíz. Define a los seres humanos ante Dios de una manera profunda y radical. Y eso tiene todo tipo de implicaciones sobre cómo deben entenderse la humanidad caída y la salvación.

      Una implicación inmediata es que la comprensión del bautismo necesita ser cambiada: el bautismo ya no puede ser simplemente una atenuación de la debilidad y las tendencias pecaminosas. Si el pecador está muerto, entonces necesita más que limpieza o incluso sanación; él necesita ser resucitado. Por lo tanto, Lutero pasó de ver el bautismo como algo que indicaba principalmente un lavado o una limpieza, a algo que representaba la muerte y la resurrección.

      Esto apunta al segundo cambio que esta alteración en el bautismo y el pecado requería: una reevaluación crítica del camino de la salvación que Lutero había aprendido de la mano de sus maestros medievales. Lutero fue educado en lo que los eruditos posteriores han llegado a denominar la vía moderna, o “camino moderno”. Esta tradición de teología está estrechamente relacionada con teólogos de fines del Medioevo como Guillermo de Occam (1288-1347) y Gabriel Biel (hacia 1420-1495). Este último fue particularmente importante para Lutero ya que tendría que estudiar y dar conferencias sobre el texto fundamental de Biel: El Canon de la Misa (1488). Básicamente, Biel entendió a Dios como completamente trascendente y soberano, capaz de hacer cualquier cosa que eligiera, con la excepción de contradecirse lógicamente a Sí mismo. Entonces, por ejemplo, Él podría hacer un mundo donde los seres humanos tengan cuatro piernas, pero no podría hacer un mundo donde los triángulos tengan cuatro lados. Esto es lo que los teólogos medievales generalmente llaman el poder absoluto de Dios.

      Sin embargo, el mundo es estable, contiene una cantidad finita de objetos y, por lo tanto, es testigo del hecho de que el poder absoluto de Dios no se ejecuta completamente. Por consiguiente, los teólogos medievales postularon que Dios también tiene un poder ordenado, un conjunto finito de posibilidades que Dios realmente ha decidido realizar. Biel aplicó esto al campo de la salvación: Dios puede exigir la perfección a los seres humanos antes de darles gracia, pero, de hecho, ha condescendido por medio de un pactum (o pacto) para dar gracia a “aquel que hace lo que está en sí mismo”, una traducción literal de la primera parte de la frase latina, facienti quod in se est, Deus gratiam non denegat.

      Este concepto parece en principio ser muy útil. En respuesta a la pregunta de Lutero, ¿cómo puedo ser recto ante un Dios justo?, uno podría responder: “Haz lo que esté en ti”, es decir, haz tu mejor esfuerzo. También debemos notar que la comprensión subyacente de lo que hace que un ser humano sea justo ante Dios se desplaza en este sistema de ser una cualidad intrínseca en el cristiano (justicia real e intrínseca) a la declaración externa de Dios: estoy bien con Dios no porque mis obras son, en sí mismas, dignas de su favor, sino porque ha decidido considerarlas así. Ese concepto tendría una profunda influencia en Lutero y proporcionaría la base para su posterior comprensión protestante de la justificación.6

      El problema pastoral generado por esta idea del pactum, por supuesto, es que saber cómo y cuándo uno ha hecho su mejor esfuerzo se convierte entonces en un asunto altamente subjetivo y, en la experiencia de Lutero en el claustro, uno cada vez más aterrador: cuanto más Lutero se ejercitaba en las buenas obras, más se convencía de que había fallado catastróficamente en cumplir la condición mínima del pactum. Esta situación empeoró mucho, naturalmente, cuando Lutero llegó a identificar el pecado como la muerte. ¿Cómo puede una persona muerta hacer su mejor esfuerzo? Esto llevó al que sería tal vez el paso más importante en el pensamiento de Lutero, que es detectable en sus conferencias sobre Romanos durante 1515-1516: Lutero llegó a identificar la condición del pactum como la humildad, la desesperanza absoluta en uno mismo como una condición para arrojarse por completo y sin reserva a la misericordia de Dios. Esta idea crucial preparó el camino para su posterior comprensión de la condición necesaria como la fe, la confianza en Dios, un concepto muy relacionado con esta comprensión anterior de la humildad.

      La controversia de las indulgencias

      Mientras Lutero estaba experimentando esta transformación teológica, los eventos en el contexto general europeo conspiraban para llevarlo a un público mucho más grande del que cabía en la sala de conferencias de la Universidad de Wittenberg o la iglesia parroquial. El papa León X (1475-1521) presidía una iglesia romana que había agotado sus finanzas en guerras y luego en el proyecto masivo de construcción de San Pedro y el Vaticano. Después, en las tierras alemanas al norte, un clérigo ambicioso, Alberto de Brandeburgo (1490-1545), buscaba agregar un tercer obispado a su cuenta. Los obispados generaban ingresos y, por lo tanto, eran deseables; pero la ley canónica de la iglesia impedía que alguien sostuviera tres simultáneamente sin una licencia del papa. Por lo tanto, hubo una feliz confluencia de intereses en este punto entre las necesidades financieras del papado y las aspiraciones eclesiásticas de Alberto. En resumen, el papa le concedió permiso a Alberto para tomar el tercer obispado, y Alberto le pagó al papa una buena suma por el privilegio. Para financiar el acuerdo, Alberto tomó prestada una importante cantidad de dinero del banco Fuggers, y el papa permitió a Alberto establecer una indulgencia, la mitad de cuyas ganancias podrían utilizarse para pagar el préstamo, y la otra mitad iría directamente a las arcas papales.

      Las indulgencias eran certificados vendidos por la iglesia que garantizaban al comprador, o al beneficiario designado, el alivio de un determinado período de tiempo en el purgatorio. En la escatología católica medieval, cuando las personas morían, se iban al infierno, al cielo, o más probablemente, al purgatorio, un lugar donde los piadosos podían ser purgados de las impurezas que les quedaban antes de ser trasladados al paraíso. El concepto del purgatorio tuvo origen en los libros apócrifos y estuvo presente en la obra de numerosos padres de la iglesia primitiva, incluido Agustín. En la iglesia primitiva, esa doctrina había funcionado simplemente como parte de la escatología individual; sin embargo, para finales de la Edad Media se había conectado al sistema penitencial de la iglesia. Hay dos bulas papales en particular que son relevantes en este punto: Unigenitus (1343) y Salvator Noster (1476). La primera estableció el dogma del tesoro de los méritos, que consiste en los méritos de Cristo, la Virgen María y todos los grandes santos de la iglesia, que podían ser distribuidos por el papa. La última conectó el tesoro de los méritos con las donaciones financieras a la iglesia, de modo que los que daban cierta cantidad de dinero podrían disfrutar de beneficios escatológicos en forma de tiempo reducido en el purgatorio. De ese modo se estableció la base dogmática para las indulgencias.

      La venta de la indulgencia de Alberto fue confiada a un fraile dominico, Johann Tetzel (1465-1519). Era un hombre profano pero un vendedor brillante, que usaba estribillos (según las Noventa y Cinco Tesis de Lutero) como la joya: “Tan pronto como una moneda en el cofre cae, una turbada alma del purgatorio sale”, y afirmaba que incluso si uno hubiera violado a la mismísima Virgen María, una de sus indulgencias sería suficiente para cubrir tal pecado.

      Si bien a Tetzel no se le permitió vender sus indulgencias en el Electorado de Sajonia (el elector tenía su propia colección de reliquias sagradas, que no quería ver eclipsadas por algún objeto rival de piedad), el tema era de cierta urgencia pastoral para Lutero. Habiendo concluido que la gracia de Dios era tan costosa que solo la muerte y resurrección del Hijo de Dios podía lidiar con el dilema humano de la muerte en pecado, y solo la desesperanza total en uno mismo y la consiguiente humildad ante Dios eran suficientes para cumplir con las condiciones del pactum, Lutero inevitablemente vio las transacciones en efectivo de Tetzel como una gracia devaluada. Más que eso, Tetzel estaba vendiendo seguridad falsa a la gente; y mientras los feligreses de Lutero cruzaban el río hacia el territorio vecino del Ducado de Sajonia, donde el vendedor dominicano ejercía su oficio, Lutero inevitablemente tendría que tomar una postura al respecto.

      Lutero predicó sobre las indulgencias en la pascua de 1517 y luego guardó un extraño silencio al respecto. En septiembre de 1517, pronunció su Disputa contra la Teología Escolástica, que, de todos los escritos del año, fue el más radical en su ataque total contra el método teológico de fines del Medioevo; pero no estaba directamente dirigido a la cuestión de la indulgencia, y no suscitó una controversia significativa. Luego,