Carl Trueman

Lutero y la vida cristiana


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mera predicación de la Palabra no garantizaría el progreso del reino y el buen orden de la iglesia. En 1522, Lutero podía explicar despreocupadamente el éxito de la Reforma comentando que simplemente se sentaba en el pub a beber cerveza con Amsdorf y Melanchthon mientras que la Palabra de Dios estaba afuera haciendo todo el trabajo;3 los años posteriores a 1525 le enseñaron a Lutero que era mucho más complicado que eso. La Guerra de los Campesinos de 1525 y la disputa con Zwinglio durante la segunda mitad de la década de 1520 demostraron cuán ilusorio era el consenso protestante y cuán peligrosos eran los tiempos en términos sociales. El creciente antinomianismo en las parroquias mostró que la predicación de la Palabra debía establecerse dentro de un marco pastoral y eclesiástico más disciplinado. Además, dado que el emperador no suscribió a la Confesión de Augsburgo, el papa no reconocía la posición de Lutero como acertada y los judíos no se convertían al cristianismo, todo indicaba que la Reforma iba a ser un proceso largo.

      Si bien el Lutero joven, como los soldados británicos de 1914, habría asumido que todo terminaría en Navidad, el Lutero maduro sabía que la lucha sería una que duraría hasta el final de los tiempos, y que eso era un futuro mucho más lejano de lo que jamás habría imaginado, incluso en sus peores pesadillas. Mientras tanto, los imperativos morales, la pedagogía coherente y las estructuras de la iglesia tuvieron que volver a entrar en escena para garantizar la preservación del evangelio para las generaciones futuras.

      Teniendo en cuenta todas las advertencias necesarias para el lector moderno que se acerca a Lutero, ¿qué tiene de especial este hombre que lo hace particularmente útil como compañero de diálogo sobre la vida cristiana de hoy? Obviamente, como se señaló antes, él definió muchos de los términos de los debates protestantes sobre el cristianismo en general. Sin embargo, hay mucho más acerca de él que esto. Como un teólogo que también era pastor, luchaba continuamente con la forma en que sus conocimientos teológicos se conectaban con las vidas y las experiencias de las personas bajo su cuidado. Esto le dio una dimensión claramente pastoral a gran parte de sus escritos. Además, (para un teólogo) era inusualmente abierto sobre su propia vida y experiencias. Lutero tenía una pasión personal sin un equivalente obvio en los escritos de otros reformadores prominentes. Las cartas de Calvino contienen ideas sobre su vida privada, pero sus conferencias, comentarios y tratados ofrecen poca o ninguna luz sobre su propia vida interior. John Owen sobrevivió a sus once hijos, sin embargo, nunca mencionó la devastación personal que esto debe haber traído a su mundo. Lutero fue diferente: vivió su vida interior como un drama público. A diferencia de muchos hoy en los programas de entrevistas y Twitter y blogs personales, no lo hizo de una manera que aumentara su propio prestigio; lo hizo con ironía, humor y ocasionalmente dolor. Pero lo hizo de todos modos, y esto lo convierte en un fascinante estudio de caso sobre la autorreflexión acerca de la vida cristiana.

      En los próximos ocho capítulos, ofrezco un relato de la comprensión de Lutero de la vida cristiana partiendo del hecho de que él mismo vivió una vida cristiana dramática. Muy a menudo, los teólogos son tratados como si fueran simplemente colecciones abstractas de ideas. Lutero fue un hombre de carne y hueso; fue un hijo, un sacerdote, un pastor, un predicador, un político, un polémico, un profesor, un esposo, un padre, un compañero de bebida, un humorista, un depresivo, un hombre que estaría más de una vez frente a la tumba de uno de sus amados hijos. Bautizó bebés, celebró matrimonios, escuchó confesiones y presidió funerales. Todas estas cosas dieron forma a su teología. A decir verdad, escribió teología desde la posición de quien está inmerso en la desordenada realidad de la vida cotidiana.

      Quizás sea útil mencionar, en este punto, lo que no hago en este libro. Primero, no interactúo extensamente con la vasta y creciente erudición sobre Lutero. Mi propósito es exponer a Lutero de una manera que introduce su pensamiento sobre la vida cristiana a una audiencia cristiana reflexiva. Por lo tanto, los debates sobre puntos de controversia en cuanto a la interpretación de su trabajo generalmente no están dentro de mi campo. La única excepción es tal vez su visión sobre la santidad en la vida cristiana, pero eso está impulsado por debates contemporáneos de la iglesia más que por las dinámicas de la erudición acerca de Lutero.

      En segundo lugar, no ofrezco una crítica significativa de Lutero. Podría haber dedicado tiempo a ofrecer un análisis de aquellos puntos en los que luteranos y presbiterianos no están de acuerdo y aprovechar la oportunidad para promover mi propia posición confesional. Me he esforzado fuertemente para evitar esta tentación. Lo que he hecho es ofrecer una exposición de la teología de Lutero en sus propios términos. Sí, tengo desacuerdos importantes con Lutero en asuntos como el bautismo y la Cena del Señor, pero no aparecen en los capítulos siguientes.

      Al final de cada capítulo, he incluido una breve sección en la que ofrezco algunas reflexiones sobre cómo podría aplicarse el tema del capítulo a la iglesia y a los cristianos de hoy. Aquí siempre existe la posibilidad de anacronismo. Como en la cita de Meatloaf al comienzo de esta introducción, puede haber una tendencia a idealizar el pasado y simplemente usar estudios como este como excusa para la nostalgia y para lamentar la pérdida de una edad de oro pasada. Eso es inútil e históricamente falaz: el pasado no era tan bueno, después de todo. Sin embargo, como cristianos, tenemos la responsabilidad, incluso el privilegio y el imperativo, de dialogar constructivamente con los santos del pasado de una manera que nos ayude a pensar con claridad en el presente. Dada la importancia fundacional de Lutero para el protestantismo, involucrarse con su pensamiento es vital. Confío en que estas secciones de reflexión proporcionarán tanto desafíos como motivación.

      En cuanto al contenido general de los capítulos, en el capítulo uno describo la vida de Lutero en términos de sus múltiples episodios dramáticos. Este capítulo tiene pocas notas a pie de página, ya que el lector realmente debería recurrir a las obras de Bainton, Marty y, sobre todo, de Brecht que se encuentran al final de esta introducción para conocer todos los detalles sobre su vida. Sin embargo, es necesario cierto conocimiento de su biografía para comprender su teología. La lucha de Lutero con Dios fue determinante para dar forma a su comprensión de la Palabra de Dios. Además, una comprensión de sus fortalezas y sus terribles defectos ayudará al lector a tener una comprensión realista del hombre, con fallas y todo.

      En el capítulo dos, examino algunos de los conceptos teológicos fundamentales del pensamiento de Lutero. Tomando la Disputa de Heidelberg como mi punto de partida, exploro la distinción clave entre el teólogo de la gloria y el teólogo de la cruz. Esas categorías básicas dan forma a toda la comprensión de Lutero acerca de la vida tal como es vivida ante Dios. Luego, presento su comprensión de la justificación, así como su comprensión de los seres humanos como simultáneamente justos y pecadores, antes de ver su noción del sacerdocio y el reinado de todos los creyentes. La debilidad es fortaleza: este es el mensaje general de Dios en Cristo, un poderoso antídoto contra los excesos nietzscheanos de nuestro mundo actual.

      En el capítulo tres, me enfoco en la Palabra predicada. Lutero tuvo una comprensión profundamente teológica de la Palabra de Dios. Esta dio forma a sus puntos de vista sobre la creación, la acción de Dios en general, y su acción específica en la salvación. Es realmente valioso reflexionar acerca de las ideas de Lutero en este punto, ya que recuerdan al predicador que su tarea no depende de su propia fuerza o elocuencia, sino del poder del Dios que habla a través de él.

      En el capítulo cuatro, vemos cómo, para Lutero, la vida cristiana tenía un aspecto fuertemente litúrgico. Los principios básicos de la vida cristiana eran rutinarios y ordinarios: aprender el Decálogo, el Credo de los Apóstoles y el Padre Nuestro. Lutero diseñó liturgias y catecismos con este fin. Tal vez vivimos en una época en que todo tiene que ser “radical” y “revolucionario”. Para Lutero, lo más radical que uno podía hacer era aprender los principios básicos de la fe con la sencilla confianza de un niño pequeño.

      En el capítulo cinco, examino cómo la Palabra obra en la vida de las personas. Es fundamental, en este punto, la idea de Lutero de que escuchar la Palabra de Dios requiere discurso, meditación y “pruebas” (o, para usar el alemán, Anfechtungen). La Palabra se dirige hacia nosotros llegando al mismísimo centro de nuestro ser; aprenderla nunca es un ejercicio puramente cerebral o de memoria. Aferra nuestras almas, nos conduce a la desesperación y nos eleva a las puertas mismas del cielo.

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