“PARADISE BY THE DASHBOARD LIGHT”1
Es tradicional comenzar un libro como este preguntando, ¿por qué escribir un libro de Lutero y la vida cristiana? Pero en el caso del reformador de Wittenberg, eso parecería inútil. Después de Agustín, ningún eclesiásticoteólogo ha influido más en la iglesia occidental a lo largo de los siglos que el mismo Lutero. Su protesta pastoral en el siglo XVI no solo precipitó la rotura de la iglesia medieval, sino que muchas de sus preocupaciones particulares—la claridad de las Escrituras, la centralidad de la Palabra predicada, la justificación por gracia mediante la fe y la Cena del Señor— ayudaron a definir el protestantismo en relación con el catolicismo romano y a determinar cómo las diferentes comuniones protestantes llegarían a entenderse entre sí. En resumen, una comprensión de la visión de Lutero sobre la vida cristiana es fundamental para entender las variedades de la cristiandad occidental práctica en los últimos quinientos años.
Sin embargo, los lectores de Lutero deben estar al tanto de una serie de problemas desde el comienzo. El primero es que su teología se presta al uso de expresiones dramáticas. Muchos de los que nunca leyeron a Lutero a profundidad, conocerán varias frases que usó o que se le atribuyen popularmente: “teólogo de la gloria”, “teólogo de la cruz”, “justificación por gracia mediante la fe sola”, “el Dios oculto y el Dios revelado”, “la esclavitud de la voluntad”, “la epístola de paja”. Ningún cristiano interesado por la teología puede dejar de estar intrigado por tal vocabulario; pero estar intrigado o familiarizado con estas frases no es lo mismo que entender exactamente lo que significan, y menos aún cómo encajan en una visión integral de la vida cristiana.
Este problema es particularmente grave cuando tenemos en cuenta la propensión evangélica a reinventar héroes del pasado como evangélicos modernos. Numerosos personajes han sido sometidos a esto a lo largo de los años, Dietrich Bonhoeffer y C. S. Lewis, por nombrar solo dos de los más obvios. No es del todo claro por qué sucede esto, pero quizás tiene algo que ver con la reticencia actual de la cultura estadounidense a relacionarse positivamente con cualquier persona con la que tenga serias diferencias ideológicas. Tristemente, esto a menudo significa que uno no puede aprender de los demás: si siempre recreamos a los demás a nuestra propia imagen, nunca podemos ser realmente desafiados por la forma en que difieren de nosotros.
Lutero no era un evangélico estadounidense moderno. De hecho, ni su mundo intelectual ni su mundo físico fueron los del evangelicismo estadounidense. Para muchos evangélicos modernos, por ejemplo, el estudio bíblico privado es fundamental para su comprensión de la vida cristiana, mientras que los sacramentos son periféricos. La tradición, en algunos círculos bautistas, de permitir bautismos repetidos para aquellos que se arrepienten y no están seguros de si su bautismo anterior realmente siguió una verdadera profesión de fe, muestra la consideración tan baja que pueden tener los evangélicos acerca del bautismo. Y pocos, si acaso alguno, de los evangélicos consideran la Cena del Señor como algo más que una mera exhibición simbólica.
Para Lutero, sin embargo, la idea de que el estudio bíblico privado fuera un elemento básico universal de la vida cristiana hubiera sido extraña: después de todo, pocos de sus feligreses habrían podido leer, incluso si pudieran permitirse un libro. En cuanto a los sacramentos, la comprensión de la justificación por parte de Lutero se debe, en gran medida, a su visión cambiante del bautismo; “He sido bautizado” fue su defensa elegida contra las tentaciones que el diablo le susurraba al oído; y se mantuvo firme en que Ulrich Zwingli era de un “espíritu diferente”, cuestionando así su cristianismo, precisamente porque el teólogo suizo argumentó que la Cena del Señor era simbólica. En resumen, Lutero no habría reconocido la piedad evangélica típica o actitudes comunes hacia el bautismo; y de haber sido consecuente con su retórica contra Zwinglio, de hecho habría descartado a todos los evangélicos, los anglicanos del Libro de Oración y los presbiterianos tildándolos de ser “de otro espíritu”, por no haber estado de acuerdo con él en el asunto de la Cena. Por supuesto, Lutero fue a menudo grandilocuente, y no siempre deberíamos aceptar sin más sus opiniones. Pero incluso si no hubiera negado el cristianismo de todos los que difieren de él en cuanto a la Cena, los habría considerado como muy deficientes en su comprensión de la fe cristiana.
En efecto, Lutero y su mundo son profundamente ajenos a las sensibilidades del evangelicismo moderno. La piedad de Lutero estaba arraigada en la reunión de la iglesia, en la Palabra predicada más que la Palabra leída, y en los sacramentos del bautismo y la Cena del Señor. Además, su mundo era uno donde el diablo caminaba afuera, donde lo sobrenatural impregnaba lo natural, donde la batalla en el ser humano entre el viejo y el nuevo hombre también era paralela a la lucha cósmica mayor entre Dios y el diablo por el destino del alma de cada individuo. Lutero, el conocido héroe de la mitología evangélica, debe dejarse de lado si queremos aprender acerca de Lutero, el teólogo de la vida cristiana.
Este problema de familiaridad y de facilidad para citar sus frases se ve agravado por un segundo problema al acercarse a Lutero: la creencia común de que él no era un pensador sistemático. Hay un sentido en que esta afirmación es cierta: Lutero no escribió un resumen integral o una teología sistemática del tipo producido por Tomás de Aquino. En la tradición luterana temprana, esa tarea recayó en su brillante colega más joven Felipe Melanchthon (1497-1560), cuyas Loci Communes cumplieron ese rol desde 1521 en adelante. Sin embargo, uno no debe cometer el error de asumir que, debido a que no escribió ningún sistema de teología, su pensamiento no fue notablemente consistente tanto en su contenido como, de hecho, en su desarrollo. Durante muchas décadas, Lutero escribió una gran cantidad de teología en una amplia variedad de géneros, desde sermones hasta tratados polémicos, cartas pastorales, himnos y catecismos. ¿Se contradice a sí mismo en los puntos? Probablemente. ¿Quién no lo haría después de escribir millones de palabras sobre un amplio espectro de temas durante casi cuarenta años? Pero ¿es el contenido general de su pensamiento consistente y sofisticado? Absolutamente, tal como lo atestigua la gran cantidad de síntesis de su pensamiento que se han producido a lo largo de los años.2 Entonces, el hecho de que su pensamiento sea elaborado y consistente exige que los lectores de su trabajo —y aún más aquellos que citan sus frases y términos muy conocidos— se aseguren de ubicarlo en el contexto general de su teología, para que no resulten usándolo para un propósito que el mismo Lutero hubiera repudiado.
Esto a su vez conduce a un tercer problema, que es generado por la superficial familiaridad que muchos fanáticos de Lutero tienen con su pensamiento: la biografía de Lutero es crucial para comprender la naturaleza y el desarrollo de su pensamiento. Para aclarar este punto específicamente con respecto al tema de este volumen: no podemos entender la visión de Lutero de la vida cristiana en general sin entender su propia vida cristiana en particular.
Una de las cosas interesantes sobre la acogida de Lutero en los círculos protestantes evangélicos contemporáneos es que es el Lutero de la Reforma temprana —el Lutero de la Disputa de Heidelberg, de La Libertad Cristiana y de La Voluntad Determinada— quien generalmente brinda las citas, las expresiones y los clichés. Por lo tanto, es el Lutero de 1525 y anterior el que recibe toda la atención. El problema con este enfoque es que Lutero vivió otros veintiún años después de su choque con Desiderio Erasmo, años marcados no solo por el conflicto doctrinalmente definitorio con Zwinglio sino también por la consolidación institucional y práctica de la Reforma Luterana en las calles. La Reforma fue, después de todo, un trabajo en progreso durante la vida de Lutero: su teología rompió viejos patrones pastorales y transformó las expectativas prácticas y experienciales de los cristianos. Aun cuando resolvió algunos de los problemas difíciles que resultaron del catolicismo medieval tardío, planteó nuevas preguntas y generó nuevos problemas, que luego tuvieron que abordarse. No es suficiente citar la Disputa de Heidelberg o La Libertad Cristiana de Lutero sin ver cómo la teología de estos documentos afectó al mundo de su época y cómo Lutero y sus colegas tuvieron que refinar sus pensamientos y prácticas a la luz de esto.
Para dar al lector un pequeño anticipo de lo que deseo argumentar en los próximos capítulos, me parece que el Lutero posterior a 1525 es vital para comprender su visión de la vida cristiana. En ese momento, estaba encaneciendo y sintiendo los efectos del proceso de envejecimiento. También había sufrido episodios crónicos de