“llaman a Dios Padre, deberían recordar Su carácter y no permitir que la familiaridad sea una excusa para el mal.”33
Este principio también debe ser cierto respecto de una iglesia. La actitud que gobierna sus ministerios y que es transmitida a su gente debe ser de temor hacia Dios. Esto significa que se Le debe tomar muy seriamente, y también significa que Él debe ser preeminente en todo lo que sucede en la iglesia. Sólo entonces un cuerpo local puede estar verdaderamente centrado en Dios como lo estaba el de Jerusalén. Los líderes y miembros de una iglesia deben comprender que ésta no existe principalmente para el beneficio del hombre, sino para la gloria de Dios y de Su Hijo Jesucristo. Considera estos versículos cuidadosamente:
Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice. (Isa. 43:7)
Porque en él [Cristo] fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. (Col. 1:16)
Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. (Apo. 4:11)
Todas las cosas existen principalmente para la gloria de Dios, más que para nuestro beneficio. Y eso incluye la iglesia, que fue creada predominantemente para Su honor y no para nuestra felicidad (Ef. 3:21). Lamentablemente, no obstante, este no es el enfoque de la mayor parte de las iglesias de hoy. Su propósito principal es resolver los problemas de la gente o suplir para las necesidades de la gente, en lugar de dar gloria a Dios. El contraste siguiente puede ayudarnos a determinar si una iglesia, en su enfoque, está centrada en Dios o centrada en el hombre:
Una iglesia centrada en el hombre seguirá tradiciones extrabíblicas que hacen sentir más cómodas a las personas debido a su familiaridad, pero una iglesia centrada en Dios siempre se deshará de tradiciones no-bíblicas y no se fiará de nada que pueda, de alguna manera, oscurecer la sencillez de Cristo (cf. Mar. 7:6-13; 1 Cor. 4:6; 2 Cor. 11:3).
Una iglesia centrada en el hombre titubeará a la hora de tratar ciertas doctrinas o las evitará totalmente porque pueden ser ofensivas para algunos miembros, pero una iglesia centrada en Dios proclamará osada y fielmente “todo el consejo de Dios” (Hch. 20:27; cf. 2 Tim. 4:1-2; 3:16-17; Tit. 2:15).
Una iglesia centrada en el hombre escogerá estilos de adoración y enseñanza principalmente sobre la base de las preferencias de la gente, pero una iglesia centrada en Dios se esforzará por ajustar sus cultos tanto como sea posible al modelo bíblico, sin tener en cuenta lo que la gente pueda pensar o cuantas personas puedan venir (cf. Rom. 1:16; 1 Cor. 4:1-3; 2 Cor. 10:3-4; 2 Tim. 4:3-5).
Una iglesia centrada en el hombre animará a la gente a recibir consejo de los “expertos” impíos (ya sea directamente o por medio de la integración de sus ideas con la Escritura), pero una iglesia centrada en Dios les guiará a la suficiencia de las respuestas provistas por nuestro celoso Dios en Su Palabra (cf. Sal. 1:1; Col. 2:8; 2 Ped. 1:3).34
Una iglesia centrada en el hombre no practicará la disciplina eclesiástica con respecto a los miembros que pecan porque ese proceso es demasiado “severo” o “falto de amor”, porque puede disminuir la asistencia o las ofrendas, o simplemente porque implica demasiado trabajo duro. Sin embargo, una iglesia centrada en Dios, manifestará verdadero amor por sus miembros y obediencia a Cristo al ejercer disciplina cuando sea necesario (cf. Mat. 18:15-17; 1 Cor. 5; 2 Tes. 3:6-15).35
Finalmente, una iglesia centrada en el hombre pondrá muy poco énfasis en la oración y rara vez se ocupará en la oración corporativa (de nuevo porque es un trabajo duro), pero una iglesia centrada en Dios se parecerá a los primeros creyentes en que estarán perseverando “en las oraciones” (Hch. 2:42; cf. Ef. 6:18; 1 Ti. 2:1, 8; Stg. 5:16-18).
Un Interés Bondadoso
por las Necesidades de las Personas
Aunque está comprometida con la enseñanza de la sana doctrina por encima de todas las demás actividades, y aunque existe más para la gloria de Dios que para nuestro bien, una buena iglesia se ocupa también de las necesidades de las personas. Para que esta ocupación sea genuinamente bíblica, debe guardarse en equilibrio con las prioridades de la sana enseñanza y la adoración, de tal manera que las necesidades de las personas nunca lleguen a ser más importantes que Dios mismo o Su verdad. Por otro lado, una iglesia que está comprometida con la enseñanza y la adoración pero que no muestra interés por las verdaderas necesidades de la gente está desequilibrada y no es bíblica. Como Pablo dijo en 1 Corintios 13:2, “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy”. Y Proverbios 29:7 dice: “El justo se preocupa por la causa de los pobres, pero el impío no entiende [tal] preocupación” (LBLA).
La iglesia descrita en Hechos 2 era en este sentido tanto equilibrada como bíblica. Ellos exhibían gran amor y cuidado los unos por los otros y por aquellos fuera de su grupo que aún no conocían al Señor.
Un Interés por Otros en el Cuerpo de Cristo
Hechos 2:42 dice que los miembros de la iglesia de Jerusalén “perseveraban… en la comunión unos con otros”; el versículo 44 dice que “estaban juntos”; y el versículo 46 dice que regularmente “comían juntos”. Habían desarrollado relaciones estrechas, y pasaban una cantidad significativa de tiempo los unos con los otros. Esta “unión” no era sólo física, por supuesto, sino también emocional y espiritual; el versículo 46 dice que “continuaban unánimes” (LBLA). Ellos estaban vinculados los unos a los otros en respuesta a la oración de su Señor “para que todos sean uno” (Jn. 17:21).
Esta unidad amorosa no se expresaba sólo pasando tiempo juntos en comunión espiritual, sino también por medio de un dar sacrificado para satisfacer las necesidades físicas entre ellos. Ellos “tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (vv. 44-45). Esto no era una forma temprana de comunismo sino un compartimiento voluntario y generoso de los recursos que tenía lugar cada vez que surgía una necesidad específica.36 Lo que probablemente hizo manifiestas las necesidades en aquel tiempo fue que judíos de todas las naciones habían estado visitando Jerusalén para la fiesta de Pentecostés (Hch. 2:5), y muchos de ellos que habían llegado a ser cristianos permanecieron en Jerusalén para aprender de los apóstoles y para tener comunión con la iglesia. Algunos de ellos, sin duda, se quedaron sin trabajo desde ese momento, lejos de sus hogares o privados de su relación con sus familias (o ambas cosas).
Los creyentes que estaban en mejor posición económica vendían las propiedades y las posesiones que no necesitaban y daban libremente el dinero a aquellos que eran menos afortunados. En el mundo del siglo XXI, mucho de lo que tenemos son cosas que no necesitamos; ¡pero muchos de nosotros encontramos tremendamente difícil renunciar a nada por los demás! Los sacrificios hechos por los primeros cristianos eran una indicación de que Dios estaba obrando entre ellos y de que ellos eran una verdadera iglesia.
Cualquier verdadera iglesia de hoy exhibirá el mismo tipo de interés por las necesidades de sus miembros. El amor de Cristo y el poder del Espíritu Santo persuadirán al pueblo de Dios a dar generosamente para este propósito, de tal manera que ninguna iglesia será jamás capaz de hacer caso omiso de las necesidades económicas legítimas o físicas de su gente. Tampoco podría una verdadera iglesia relegar su “fondo de diaconía” a una minúscula fracción de su presupuesto (que existe sólo con el propósito simbólico de desviar las críticas de sobre los líderes). El hecho es que, una buena manera de probar el calibre de una iglesia determinada es averiguar cuanto dinero han asignado para el cuidado de los necesitados (si es que lo han asignado) y qué relación tiene esta cantidad con el presupuesto global.
Nosotros estamos agradecidos de que nuestras iglesias tienen unos fondos considerables dedicados para los ministerios de misericordia, y de que ningún miembro con una necesidad legítima es rechazado sin recibir ayuda. Pero conocemos de muchas iglesias jóvenes y en crecimiento que no han designado ninguna